Entre enero de 1999 y julio de 2003 coordiné desde el Centro de Investigaciones CIUDAD un trabajo bastante complicado: el “Programa Andino de Fortalecimiento Municipal para el manejo ambiental” que conocíamos como “PANA-2000”.
Este programa de más de cuatro años de duración nos dio la posibilidad de implementar una experiencia de cooperación y trabajo Sur-Sur y privilegió la formación de recursos humanos en metodologías y técnicas para la gestión y ejecución de políticas, programas y proyectos de mejoramiento del hábitat y manejo ambiental en la región andina.
Las ONGs que participan en este programa fueron CESAP de Venezuela, FORO de Colombia, CIUDAD del Ecuador, CIDAP de Perú, CERES de Bolivia y SUR de Chile. El programa contó con el auspicio de IEPALA de España y KATE de Alemania y se pudo ejecuta gracias al apoyo financiero de la Unión Europea y otras agencias de cooperación.
El Programa tuvo una gran dosis de dificultades (trabajo simultáneo en seis países; vínculo con dos ONGs europeas; apoyo financiero de diversas fuentes europeas y locales; acciones paralelas de investigación, capacitación, documentación, asesoría, formulación de propuestas educativas y de cambios en políticas públicas y de gestión local; trabajo con municipios intermedios y con organizaciones comunitarias y de la sociedad civil. Todo ello, manteniendo una perspectiva en la cual lo “técnico” estaba supeditado a una visión política (apoyo a alternativas de gestión local democrática, procesos participativos, consolidación de los derechos ciudadanos, etc.)
El proyecto lo habíamos preparado en 1998 con mi amigo Carlos Guerrero, quien luego de varios años de trabajo en Londres como responsable de proyectos de “Homeless International” se había mudado a Madrid para trabajar en IEPALA.
Carlos tenía gran experiencia en cuanto al trabajo con la Unión Europea, así que el primer año no tuvimos ningún tipo de problemas; las seis ONGs cumplimos nuestras tareas en la región andina y Carlos desde IEPALA cumplió con las responsabilidades administrativas y financieras que le correspondían.
Desgraciadamente sus relaciones al interior de esa institución no siguieron el mismo camino. En mayo del año 2000 recibí un correo suyo en el que me comunicaba que dejaba IEPALA y nos advertía que otras personas serían los responsables de llevar adelante el seguimiento de los proyectos que estuvieron a su cargo.
Lamentamos la separación de Carlos pero naturalmente manifestamos nuestro interés de que las relaciones con IEPALA no se vieran alteradas por esa decisión. Les escribimos que continuaríamos adelante con las tareas del programa PANA-2000 con la misma dedicación y responsabilidad con las que habíamos trabajado durante el primer año.
Sin embargo el manejo del Programa desde IEPALA no fue igual; no apoyaron nuestras actividades como estaba previsto y su manejo financiero fue bastante irresponsable. Los recursos para ejecutar las acciones en el segundo año nos entregaron con un enorme retraso de casi un año y no consiguieron recursos adicionales como fue su compromiso.
Como la situación era casi insostenible en noviembre de 2000 viajé a Madrid, como coordinador de PANA-2000, para una reunión de dialogo, concertación y búsqueda de acuerdos con los representantes de IEPALA y KATE Carmelo García y Günter Koschwitz.
La reunión fue positiva, llegamos a acuerdos y se establecieron lineamientos de cambios y compromisos de estos socios europeos para que el programa no tuviera más frenos y pudiera ejecutarse de acuerdo a lo planificado y a los compromisos contractuales con la Unión Europea.
En rigor ellos cumplieron la mayor parte de los acuerdos pero el descalabro originado en el mal manejo de IEPALA en el segundo año repercutió hasta el final, originó un retrazo de casi seis meses y problemas posteriores pues la Unión Europea ordenó una auditoria al Programa de la que, felizmente, nosotros salimos bien librados, porque nuestro manejo fue pulcro y responsable. Pero esos avatares serán motivo de otro relato.
Aprovechando el viaje a Madrid cuando tuve que enfrentar esa tensa reunión en IEPALA, el fin de semana fui a visitar a mi amigo Carlos, a pesar de que él ya no trabajaba en esa institución.
En esa época, Carlanga estaba todavía casado con Janeth Solá de quién se divorció algunos años después, cuando ya vivían en Barcelona.
En Madrid, Carlos y Janeth me recibieron en su bonito departamento en la calle Príncipe de Vergara. Naturalmente aprovechamos para conversar de trabajo, del PANA-2000, pero también del Ecuador, de CIUDAD, de los amigos comunes y de sus planes para mudarse a Cataluña.
Carlos había previsto arrendar un auto durante el fin de semana y me propuso llevarme a recorrer alguna zona turística fuera de Madrid. Acepté por supuesto y luego de discutir varias opciones decidimos conocer la región y la ciudad de Cuenca.
En la noche del viernes salimos “de tapas”…a los bares de las calles Tetuán y Preciado; disfrutamos de numerosas cervezas que se sirven en “pequeño formato” conocidas como “cañas” y de varios “chatos” de jerez, siempre acompañadas por deliciosas tapas: “pulpo a la gallega”, “patatas bravas”, “calamares a la romana”, tortilla española, croquetas de bacalao y de atún”, boquerones, chipirones y aceitunas de todos los colores y tamaños.
El sábado en la mañana salimos temprano hacia Cuenca. La ciudad está situada a ciento sesenta kilómetros al oriente de Madrid. Para llegar a ella, atravesamos áridos territorios con muy poca vegetación y de tanto en tanto, bosques de pinos más bien escuálidos, por lo seco e infértil del terreno.
Cuenca es la capital del municipio y de la provincia del mismo nombre perteneciente a la comunidad autónoma de “Castilla - La Mancha”. Parece que tuvo épocas en las que su economía fue boyante; especialmente durante los siglos XV y XVI cuando se centró en la industria textil. Posteriormente esa actividad cayó en desgracia, lo que redujo a la ciudad a un estado de deterioro y abandono. Cuenca subsistió, hasta mediados del siglo XX, merced a la explotación de viñedos y a una pobre producción agrícola -básicamente de cereales- y a la explotación forestal de los bosques de coníferas de la zona. En la actualidad, la economía se ha recuperado significativamente sobre todo por el turismo, desde que en 1996 su centro histórico fue declarado por la UNESCO, Patrimonio de la Humanidad.
La ciudad antigua de Cuenca está ubicada sobre una elevación rocosa limitada por los barrancos de los ríos Júcar al norte y Huécar al sur. Su casco antiguo constituye un patrimonio arquitectónico rico y bien conservado que destaca por su marcada integración con el sitio.
Entre su patrimonio religioso destaca la hermosa catedral, el Palacio Episcopal y numerosas iglesias, capillas y ermitas así como importantes conventos y monasterios. Dentro del patrimonio civil deben resaltarse: la Plaza Mayor, la torre de Mangana o torre del reloj, numerosos museos, el Ayuntamiento y el puente de San Pablo desde donde se tiene vistas magníficas de las casas colgadas
Las célebres casas colgadas, también conocidas como casas voladas son el verdadero atractivo de la ciudad. Pues a más de su interesante estructura y de la adaptación de la arquitectura a la agreste orografía, desafían la gravedad y constituyen verdaderos miradores sobre las llamadas hoces de los dos ríos Júcar y Huécar.
En la región se conoce como hoces a los cañones formados por los procesos de erosión que ocasionan los ríos. Su nombre viene de que los cauces describen formas curvas, semejantes a la esa herramienta usada para cegar el trigo.
Con Carlos y Janeth nos alojamos en la pintorezca posada de San José, situada no lejos de la plaza mayor y comenzamos inmediatamente, luego de nuestra llegada, a conocer la ciudad y a disfrutar de sus magníficos monumentos y puntos de vista.
Deambulando por callejuelas estrechas y recovecos magníficos en esa urbe del siglo XV, dimos con un caminito que baja hasta las márgenes del río Júcar, un poco antes de su confluencia con el Huécar y nos dirigimos hacia el llamado puente de San Antón, una bella obra de piedra construida en el siglo XVII. Según información allí desplegada, ese puente sustituyó a otro que se destruyó en algún momento de la historia que permitía, al igual que el actual, el paso hacia la pequeña iglesia de la “Virgen de la Luz” donde se venera a la patrona de la ciudad.
Atravesamos el río y nos dirigimos hacia la entrada de la iglesia. Recorrimos su interior y mientras observábamos las imágenes y los cuadros religiosos, leímos un texto que mencionaba a los pecados capitales.
Al salir, el texto de los pecados capitales nos continuó rondando en la cabeza. Mientras descansábamos en los acogedores jardines del exterior de la iglesia, nuestra conversación se estructuró sobre ese tema.
Los tres habíamos escuchado de esos pecados, es posible que incluso hayamos incurrido en faltas contra ellos, pero desde las clases de catecismo de épocas escolares ya habían transcurrido muchos años, en mi caso más de cuarenta y en el de Carlos y Janeth que son más jóvenes, algunos menos, pero en los tres la memoria no estaba muy clara sobre el asunto.
Logramos recordar que los pecados capitales eran siete. Janeth se acordaba que cuando ella asistió al catecismo aprendió a recitar los siete pecados con sus antítesis, las siete virtudes teologales.
Por más que repetíamos la lista, sólo los pecados o con la fórmula doble: pecado y virtud, siempre nos faltaba uno.
No logramos recordar todos. Dejamos el jardincito a orillas del río y emprendimos el ascenso hacia la ciudad, siempre recitando: -“soberbia, lujuria, gula, avaricia, ira…”, nos faltaban dos.
Luego repetíamos: -“contra la soberbia: humildad; contra la avaricia: caridad; contra la ira: paciencia; contra la lujuria: templanza…”
-“¡no!, decía Janeth, -“contra la lujuria: castidad, contra la gula: templanza”… pero igual faltaban dos
Volvíamos a repetir una y otra vez y, por fin, nos acordamos de uno más…
Repetíamos los tres en coro: -“soberbia, avaricia, ira, lujuria, gula, pereza…”, pero faltaban uno.
Luego repetíamos: -“contra la soberbia: humildad; contra la avaricia: caridad; contra la ira: paciencia; contra la lujuria: castidad, contra la gula: templanza; contra la pereza: diligencia…” pero igual faltaba un pecado y una virtud.
Llegamos a la plaza y decidimos tomar una cerveza en unas magníficas mesitas al aire libre, al frente de un restaurante y bajo la sombra de un norme parasol de lona rayada. Pedimos tres cañas y algo para picar y continuamos la discusión.
Volvíamos a repetir una y otra vez: -“soberbia, avaricia, ira, lujuria, gula, pereza…”, y luego las virtudes… pero nada. No podíamos acordarnos de los restantes.
Dos viejitas que tomaban un café en la mesa vecina, se metieron en la conversación y trataron de ayudar. Ellas no se sabían la lista sólo de los pecados sino las duplas: “cada pecado/con su opuesto”, así que comenzaron a recitarlos:
-“A la soberbia/humildad; a la avaricia/largueza: a la ira/paciencia; a la lujuria/castidad, a la gula/templanza; a la pereza/diligencia…” Igual les faltaba una pareja y ahora nos sobraba la humildad.
Terminaron su café y se fueron sin haber podido ayudarnos. Nos desearon suerte y se encaminaron rengueando hacia el otro lado de la plaza.
Pedimos otra ronda y seguimos en nuestra discusión. Nos topábamos siempre con que al final siempre faltaba un pecado. En eso estábamos cuando vi pasar a un cura con sotana y sombrero de clérigo, de copa y ala redondas. Lo intercepté, saludé y le dije que por favor debía ayudarnos para poder dormir en paz esa noche.
Brevemente le conté el tema de nuestro debate y le pedí si podía decirnos cuáles eran los siete pecados capitales y cuáles las siete virtudes, sus opuestas.
Se quedó pensativo un buen rato. Supongo que repasando mentalmente la doctrina. Supongo que él tampoco logró recordad la lista completa, pues dándome una palmada cordial en el hombro, antes de seguir apresuradamente su camino, me dijo enfáticamente y con un todo entre piadoso y risueño:
-“…los siete pecados capitales… ¿para qué queréis recordarlos?, ¡si ahora, nadie se los confiesa…!”
Carlos y Janeth rieron de buena gana cuando les conté la respuesta del cura. Pedimos otra ronda y ya con menos fuerza, pero igualmente atormentados, seguimos tratando infructuosamente de hacer memora.
En eso estábamos cuando Janeth dejó la mesa y salió disparada haca el costado extremo de la Plaza Mayor.
Regresó a los pocos minutos con un libro en sus manos. Nos enseñó y de inmediato comprendimos su prisa. Había visto que por allí había una librería y fue en busca de un “catecismo” que absolviera nuestras dudas.
Trajo un catecismo sencillo, impreso en papal periódico y con tapa de un solo color, sin fotos ni imágenes. Pero tenía un buen índice y entre los temas constaban los pecados capitales y las virtudes teologales.
La paz volvió a nuestros atormentados espíritus. Nos abalanzamos a la página correspondiente y vimos allí un cuadrito con la lista de los pecados, al frente de cada uno, la correspondiente virtud y a continuación una breve descripción de estas últimas.
Pudimos verificar que en el cuadro constaban algunos de los que habíamos logrado recordar, y claro los que nos estaban faltando:
Los pecados eran 1.soberbia, 2.lujuria, 3.gula, 4.avaricia, 5.envidia, 6.ira y 7.pereza.
Nos habíamos olvidado de la envidia
Los opuestos virtuosos eran, según el catecismo, los siguientes
1. Contra la soberbia - humildad; 2.contra la lujuria - castidad; 3.contra la gula – templanza; 4.contra la avaricia - generosidad; 5.contra la envidia - caridad; 6.contra la ira - paciencia y 7.contra la pereza - diligencia.
Descubrimos que el opuesto de la avaricia era la generosidad y no la caridad y que esta virtud era la opuesta del pecado de la envidia, aquel que estábamos olvidando…
Nos pusimos también de acuerdo en que en la época en que estudiamos el catecismo no se llamaba generosidad y tampoco sencillez a la virtud opuesta a la avaricia sino que se usaba el término “largueza…
Resueltas nuestras dudas y nuestros olvidos. Decidimos festejar. Pedimos otras cañas y la carta para poder ordenar un buen almuerzo. Despachado éste y con tranquilidad en la barriga y en la cabeza pues se habían resuelto las preocupaciones que nos había tenido tan inquietos durante toda esa mañana, pudimos continuar nuestra visita de Cuenca.
Fue un fin de semana delicioso. Buena comida, buenos vinos y excelente compañía. El domingo a media tarde emprendimos el camino de regreso a Madrid y yo, al día siguiente, el salto del océano para llegar a casa.
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