miércoles, 2 de marzo de 2011

Marruecos 1: Sin visa en Casablanca

Tuve la oportunidad de conocer Marruecos por primera vez en Septiembre de 1993.

El Consejo de Concertación sobre Agua y Saneamiento – WSSCC había previsto que el “Segundo Foro Global del Agua” se realizaría en Rabat, la capital de Marruecos.

Como muchos colegas del Secretariado Internacional del Agua (SIA) íbamos a ser invitados a ese Foro, Raymond Jost, cabeza del SIA, organizó en Casablanca, dos o tres días antes, una reunión de planificación de las actividades y una sesión formal del Consejo de Administración del SIA. A más de los colegas del SIA se invitó a esa reunión a representantes de redes, ONGs organizaciones de profesionales y de la Sociedad Civil de Marruecos, de otros países del norte de África, del llamado “medio oriente” y de otros confines del mundo. Yo era en esa época vicepresidente del SIA y fui invitado a esa reunión como representante de América Latina. 

En esa reunión se organizó lo que más tarde sería la “Alianza Maghreb-Machreq para el Agua”, una iniciativa de las ONGs de la región magrebina y de los países del medio oriente que en años posteriores ha tenido una participación muy activa en el mundo del agua bajo la coordinación de una brillante colega marroquí, la abogada Houria Tazi-Sadeq, miembro también del Consejo de Administración del SIA.

Cuando se me invitó para asistir al Foro Mundial de Rabat, yo estaba a punto de viajar a Francia con mi esposa Marie Thérèse y mis hijas, así que pensé que sería más fácil pedir una visa para Marruecos en la embajada de ese país en Paris que hacerlo por carta a la embajada de Maruecos en Bogotá como averigüé, debía hacerlo, pues no había una representación diplomática marroquí en Ecuador.

Viajé en agosto con mi familia a Francia y una de las primeras cosas que hice fue pedir una cita en al embajada de Marruecos para solicitar la visa. Mi suegra, en cuya casa estábamos alojados, vivía en Fontainebleau, así que el día previsto, tuve que ir en tren a Paris, para poder llenar los formularios y solicitar la visa.

Me comprometí a llamar cada dos o tres días para saber el resultado del trámite, pues la visa no la otorgaba directamente el consulado marroquí de Paris sino que éste debía enviar una solicitud al Ministerio de Relaciones Exteriores en Rabat para tal propósito.

Mientras tanto yo ya había recibido la invitación formal y el pasaje enviado por el Comité Organizador del Foro y con mi mujer habíamos decidido que ella también podría sumarse al periplo, pues conseguimos un pasaje muy barato a Marruecos, teníamos amigos a quienes podía visitar en Casablanca y como yo tenía el hotel pagado, los gastos de su alojamiento correrían por nuestra cuenta. 

Sin embargo, el mes de agosto se fue consumiendo sin noticias de la visa, llamábamos con insistencia a la embajada pero la respuesta siempre era la misma, no habían recibido ninguna autorización para extendérmela. El día anterior a nuestro viaje fuimos a Paris y desesperados nos acercamos al Consulado para ver qué solución podían darme. Allí nos explicaron que la cancillería marroquí se había visto desbordada porque en esos días se inauguraba la Gran Mezquita de Rabat y la cantidad de peregrinos y turista que habían solicitado visa desde todos los rincones del planeta en un lapso tan corto, había hecho colapsar el sistema administrativo del ministerio en este tema de la verificación de documentos y concesión de autorizaciones para las visas. 

Lo único que pudieron hacer por mí fue darme el código de la carta por la que el consulado había solicitado una serie de visas, entre otras la mía y el número del trámite con el que,  según se les había informado, se estaban resolviendo mi pedido (en los inexpugnables vericuetos de su ministerio, añadiría yo). No hubo medio posible de que me dieran copias de las cartas, al menos de aquella en la que para el pedido de visa, se anexaba una lista en la que constaba mi nombre y el número de mi pasaporte.

Así pues, al día siguiente tomamos el avión para Casablanca, sin visa y con dos números  escritos en un pequeño papel, que aspirábamos me serían útiles para tratar de ingresar en Marruecos sin una autorización oficial.

El vuelo de Paris a Casablanca, es verdaderamente muy corto, luego del despegue del aeropuerto de Orly, tuvimos apenas tiempo de echar una rápida mirada de la campiña del sur de Francia, de la atormentada y seca geografía del sur de España, del azul del Mediterráneo, de las playas, palmeras y plantaciones de naranjas de Maruecos y casi enseguida, nuestro avión tomó pista en tierras marroquíes.

Desembarcamos y nos dirigimos en medio de una gran cantidad de viajeros locales y turistas a la sala de migración, En este recinto, todos pasaban los controles migratorios con suma rapidez, los marroquíes con solo mostrar la foto de su pasaporte y los franceses haciendo lo propio con el suyo, pues no necesitan visa para ingresar a Marruecos. Así lo hizo Marie Thérèse, el agente hizo un gesto casi imperceptible con al cabeza y otro con la mano, invitándola a pasar.

Cuando yo presenté mi pasaporte ecuatoriano, el hombre lo ojeó detenidamente, miró mi fotografía, comprobó que correspondía a mi cara y preguntó  - ¿Visa?

Comencé a tratar de explicarle en francés el lío de mi visa.... que estaba invitado al “Foro Mundial del Agua” en Rabat…. pero, que había venido a Casablanca… que yo era del Ecuador pero que venía de Francia… que tenía el número de los trámites…  El hombre me miraba con cara de pocos amigos….

Mi mujer no resistió la tensión y se metió en nuestra conversación, empezó a dirigirse al funcionario, también en francés, explicando lo mismo pero desde su propia versión… Me di cuenta que nuestro interlocutor iba a perder la paciencia, así que señalando un sillón libre y solitario que se hallaba adosado a un muro, no muy lejos de donde nos encontrábamos; le dije a mi esposa en español: - ¡mujer, calla y espera allá, sentada!, añadiendo luego: -¡yo voy arreglar esto!.

El tipo me miró a los ojos… Con un gesto enérgico, sin dejar de mirarme, puso un par de sellos en mi pasaporte, garrapateó una firma y en perfecto español me dijo: -“¡Bienvenido a Maruecos!”. 

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