jueves, 31 de marzo de 2011

Francia 12: Bretaña: El Festival Intercéltico de Lorient

He estado en Bretaña al menos seis o siete veces. En agosto de 1993 fuimos allá, con mi esposa y mis hijas, invitados por dos buenos amigos Yves y Marie Paule Ménahèze.  

Mi esposa Marie Thérèse conoció a Marie Paule en un seminario para documentalistas y bibliotecarias de los liceos franceses del extranjero, que se desarrolló en Montpellier. Marie Paule era documentalista del liceo de Casablanca y mi mujer del Liceo “La Condamine” de Quito.

Los Ménahèze vinieron al Ecuador un par de años después con sus encantadoras hijas. Se alojaron en nuestra casa. Conocieron innumerables lugares del país e hicimos varios recorridos juntos. Quedaron muy complacidos de su periplo por tierras ecuatorianas. Nos hicieron prometer que si íbamos a Francia durante el verano les visitaríamos en Bretaña donde tenían una linda casita que habían restaurado para las vacaciones, pues su lugar de residencia habitual es Casablanca.

En 1993 habíamos previsto viajar a Francia con mis hijas así que comunicamos a los Ménahèze que les visitaríamos ese verano. Ellos respondieron amablemente manifestando que estaban encantados de esa visita y que nos esperaban para hacernos conocer el sur de Bretaña, sus magníficos pueblos, su cultura, su gastronomía y su música. 

Arrendamos un pequeño auto y emprendimos el periplo hacia Bretaña.  

Para llegar a tierras bretonas desde París hay que descender en dirección sur-oriente por grandes autopistas que pasan por ciudades importantes como “Le Mans”, “Laval”, “Rennes”-la capital de Bretaña-, “Ploërmel” y “Vannes”. De allí para llegar a nuestro destino debíamos pasar por “Auray” y luego enfilar hacia el sur para cruzar el istmo de Penthièvre y llegar, al final de la península de “Quiberon”, al pueblito del mismo nombre donde tenían su casa  nuestros amigos.

El pueblo de Quiberon es pequeño y pintoresco -la población de la comuna no llega a los  cinco mil habitantes- la mayor parte de las casas son construidas con techos de pizarra muy inclinados y muchas están rodeadas de grandes macizos de hortensias de flores azules y rosadas. Los Ménahèze nos recibieron en su linda casa y en esos días hicieron todo lo posible por enseñarnos las bellezas de los alrededores.

Uno de las actividades que había previsto para nosotros era la visita a la ciudad de “Lorient”, célebre por el “Festival Intercéltico” que todos los años se desarrolla del  6 al 15 de agosto.

El famoso “Festival Intercéltico” es un evento que permite el encuentro de la cultura celta presente en diversos países europeos y del resto del mundo. Durante la semana del Festival, Lorient recibe casi a cinco mil músicos, cantantes y bailarines de Bretaña, Escocia, Irlanda, Gales, Galicia, Asturias, Cornualles y la isla de Man. A ellos se juntan representantes de las colonias celtas de Canadá,  Australia, EEUU, Nueva Zelanda y varios otros países.

El Festival de Lorient viene realizándose desde hace más de cuarenta años. Se ha convertido en el evento más importante de la cultura celta. Durante esa semana, más de seiscientos cincuenta mil visitantes participan, viven y gozan de tradiciones milenarias de esta cultura, combinadas con formas contemporáneas de creatividad y experimentación de música, canto y danza.

El festival es básicamente una manifestación popular que se desarrolla en las calles pero tiene varios escenarios más formales: el “Palais de Congrès”, el “Grand Théâtre” y el estadio “Parc de Moustoir” para los eventos masivos.

Desde Quiberon nos trasladamos una tarde a Lorient, en el auto de Yves y logramos conseguir entradas para las presentaciones que se desarrollaban en el “Palais de Congrès”.

El ambiente que se vive es fantástico. Centenares de personas, muchas de ellos que no se pueden comunicar con los vecinos, porque hablan bretón, gallego, inglés, escocés, asturiano o francés, pueden abrazarse, reír, llorar y vivir intensamente sus raíces comunes, a través de la música.

La música de Bretaña se ha transformado considerablemente en los últimos años adaptando melodías y sonidos tradicionales a estilos contemporáneos y mezclándose con otras tradiciones folklóricas. La música es hoy el aspecto más visible de la cultura bretona, gracias al trabajo y creatividad de sus músicos y precisamente al intercambio con las expresiones de otros pueblos celtas, que se da en el Festival de Lorient y en otros semejantes.

En la tradición vocal destaca el "canto-contracanto". En él participan dos intérpretes: uno entona la primera estrofa de la canción y su compañero entona la segunda (o repite la primera). Quién cantó en primer lugar entona la siguiente estrofa y así sucesivamente, alternándose.  

En las interpretaciones instrumentales el esquema de canto y respuesta aparece también en el dúo más común de la música local, conformado por el “biniou”  o gaita bretona y la “bombarda” (una especie de oboe rústico), los dos instrumentos más representativos de la región

Las bandas de gaitas bretonas, inspiradas en las bandas escocesas son un elemento importante de la música bretona. Los festivales han popularizado en la región el uso de la gran gaita escocesa pero sin llegar a reemplazar a la cornamusa vernácula, otro instrumento típicamente bretón.

La danza tradicional bretona se mantiene viva y recientemente ha evolucionado desde una práctica exclusivamente popular hacia espectáculos profesionales cada vez más complejos.

En el festival los solistas y parejas que cantan, bailan o interpretan música celta y bretona hacen delirar a los asistentes. La gente siente en lo profundo de su ser, esas interpretaciones. Es fabuloso como uno se contagia y comienza a sentir esos ritmos y melodías como propios.

Pero donde el asunto llega a límites extraordinarios es cuando los grupos y las bandas interpretan, cantan o bailan la música celta generando tal vibración en el ambiente, que nadie puede permanecer sentado en sus asientos… todos los espectadores se ponen a bailar en su sitio y finalmente, se lanzan a la pista. Como si se tratara de un coliseo de deportes, los graderíos estaban repletos, los músicos actúan en una tarima alta, pero el centro del local, del tamaño de una cancha de básquet, permanece libre, sin sillas, para que la multitud pueda bajar y bailar al ritmo de la música.

La gente forma círculos concéntricos que giran como en una ilusión óptica en diversos sentidos. Todos quienes bailan, agarran las manos o, más precisamente, agarran con sus dedos meñiques los dedos meñiques de sus vecinos y hacen un movimiento colectivo con los brazos, mientra giran sin parar, siempre mirando hacia el exterior del círculo.

Los brazos de todos hacen un par de veces un movimiento hacia adelanta y luego hacia atrás, como que les faltara impulso y luego, cada quien describe simultáneamente dos circunferencias perpendiculares a su pecho, la una con su brazo izquierdo, en coordinada comunión con el brazo izquierdo de su vecino y la otra, con el izquierdo suyo y el derecho de su otro vecino. Este rotar de brazos y girar colectivo se acompaña con un baile rítmico de pequeños saltitos en el que se alternan el pie derecho y el izquierdo todo al son de una música contagiosa y magnifica, aguda y penetrante que llega al alma. 

Nosotros, al principio, tan solo seguíamos el ritmo con las palmas de las manos, pero luego, fue imposible seguir como simples espectadores, la música y la efervescencia colectiva eran tan contagiosas que de repente nos encontramos en la pista danzando como bretones, como celtas, como gallegos, como todos esos seres humanos que compartían y sentían la vida propia y la de todos como una, en ese ritual ancestral casi iniciático.

Bailé y sudé  hasta el agotamiento, al día siguiente tenía las piernas adoloridas, pero felizmente cuando uno vive casi a tres mil metros, bailar desaforadamente a nivel del mar, resulta relativamente fácil; el corazón y los pulmones responden mejor y felizmente,  mi sobrepeso era menor en ese entonces. Así que pude sobrevivir a ess formidables expresiones de la música bretona.




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