miércoles, 30 de marzo de 2011

Francia 11: Paris: “Saltimbanqui” en Beaubourg

Desde el año 2000 cuando mi hija Manon fue a vivir a Paris, yo aprovechaba cualquiera de mis viajes a Europa para poder visitarle un par de días. Ella vivía en un pequeño departamento de la “rue de Seine”, esquina con “rue Jacobe”, un lugar privilegiando del  Barrio Latino, el famoso “Quartier Latin”.

El “Quartier Latin” se halla en pleno centro de París, en la orilla izquierda del Sena; su nombre proviene del hecho de que allí se concentraban las más reputadas universidades y los estudiantes recibían sus clases en latín y muchos se comunicaban en esa lengua.

Actualmente el barrio está llenos de restaurantes, galerías de arte, bares y cafés. La presencia de turistas es significativa pero la población estudiantil sigue siendo importante debido a la presencia de varias universidades y “Grandes Écoles” en sus inmediaciones. La más importante es la Sorbona que se encuentra en la parte alta del barrio, en la denominada montaña “Sainte-Geneviève”.

El “Quartier Latin” fue el ámbito en el que se dieron los acontecimientos de la célebre revuelta estudiantil conocida como “mayo del 68”. Desde hace muchos años cuenta con una extensa oferta cultural, concentra buena parte de las salas de los cines de arte y teatro-ensayo, pequeñas salas de música en vivo y numerosas librerías.

Entre las obras de renovación realizadas en Paris por el Barón Haussmann a fines del siglo XIX se construyeron dos importantes avenidas que cruzan el “Barrio Latino”: el “Boulevar Saint-Michel” en el sentido  norte-sur  y el “Boulevard Saint-Germain” en el sentido Este-Oeste.

El departamento de mi hija quedaba a pocas cuadras del “Boulevar” y la “Plaza” “Saint-Michel”, muy cerca de los múltiples cines del “Boulevard Saint-Germain” y a contados minutos de cuatro estaciones de Metro (“Saint Germain-de-Prés”, “Odéon”, “Saint Michel” y “Cluny-La Sorbonne”), ella podía ir caminando a la Sorbona, donde estudiaba y podía aprovechar de la vida cultural y bohemia del barrio sin necesidad de grandes desplazamientos.

Cuando yo la visitaba, teníamos un ritual establecido. En la mañana: recorrido a pie por las pintorescas callecitas del “Quartier Latin”, pic-nic a orillas del Sena (con “saucisson”, patés y quesos de diversos tipos, pan baguette y por supuesto, un rico vino tinto); en la tarde: tour obligado por las librerías y almacenes de discos del “Boulevar Saint-Michel” paseo por el “Jardin de Luxembourg” donde generalmente había estupendas exposiciones y en la noche: cena en uno de los simpáticos restaurantes del barrio. Ese ritual lo repetimos luego, con mi sobrina Sole y mi hija Manuela cuando ellas también fueron a vivir en Francia.  

En unos de esos viajes, creo que fue en 2002, yo pasé un fin de semana en París. El Sábado hicimos con Manon el ritual descrito y al día siguiente decidimos cruzar el Sena por el puente “Saint Michel”, atravesar la plaza de la Catedral de “Notre Dame” y luego la del “Hôtel de Ville” (la Municipalidad de Paris) y enrumbar nuestros pasos para ver qué novedades culturales ofrecía el Centro Georges Pompidou.

En ese sector, me encantaba gastar unos minutos en la fuente Stravinsky, particular espacio construido en 1983 como parte de las obras de ese centro de arte y cultura como  homenaje del compositor ruso Igor Stravinsky.

La fuente se compone de un espejo de agua y 16 esculturas multicolores de los artistas Jean Tinguely y Niki de Saint Phalle. Siempre me pareció que estas esculturas se asemejan -en tres dimensiones- a los dibujos de la película “Yellow Submarine “, de los Beatles.

Las esculturas son animadas por artificios mecánicos y se complementan con raros chorros de agua que brotan de cada una de ellas. La movilidad de las esculturas y la riqueza del ambiente generado por el espejo de agua y los variados chorros, ofrece al espectador una imagen mágica siempre cambiante. Pero el conjunto es un remanso de tranquilidad, descanso y encuentro.

Pero lo que me apasionaba y me sigue apasionando, es dar unas vueltas por la plaza “Beaubourg” situada al frente del Centro “Georges Pompidou”. Este espacio es un fantástico hito urbano, lleno de animación, creatividad y vivencias. Su piso es un plano inclinado de piedra donde pueden sentarse los espectadores, para observar y vivir innovadoras propuestas de malabaristas, saltimbanquis, mimos, músicos, bailarines, patinadores y humoristas de toda Europa y del resto del mundo.

Estos espectáculos que se presentan sin parar de manera continua e informal, permanentemente atraen a una multitud de turistas y visitantes. Los espectadores se suceden tanto como los espectáculos, pero a los artistas no les importa, viven su actuación con pasión, seriedad y profesionalismo como si estuvieran ante el más refinado y exigente de los auditorios.

La plaza permite la presentación de artistas callejeros de todo tipo durante todo el año, se los puede encontrar incluso en invierno pero la atmósfera de carnaval de la primavera y el verano son inigualables.

Es formidable como el Centro Pompidou que está dedicado a las artes y a la cultura, estira sus límites físicos y permite que esta plaza sea la sede permanente de una variada oferta de la creatividad, sobre todo de las nuevas generaciones, en un medio tan competitivo como el parisino, en el que el arte no es la excepción.

Yo había visto una parte de un gran documental de Laurent Canches, realizado en 1999, titulado “Hasta el último saltimbanqui”, que da cuenta de todas estas manifestaciones, los sueños y vicisitudes de los artistas de “Beaubourg”. El realizador complementa esos testimonios y escenas de los “actores de la calle”, con una muy interesante entrevista a Renzo Piano, uno de los arquitectos de “Beaubourg”, quien relata lo que fue la “idea fuerza” que les sirvió para diseñar esa plaza… como símbolo, como espacio de vivencias y como lugar de encuentro.

En esa ocasión, llegamos a la plaza con mi hija cuando acababan de finalizar su actuación unos músicos bolivianos; casi de inmediato, saltó a escena un mimo, acróbata y saltimbanqui formidable.  Dio unas vueltas en una pequeña bicicleta y se presentó en francés y luego en inglés. Luego pidió al público si alguno de los presentes quería ser su asistente para la presentación de esa mañana.

No dudé. Me levanté y pasé adelante.

Todos los presentes aplaudieron al osado personaje, no tan joven, algo pelado, con una respetable guata, con su pantalón sujeto con tirantes, que dejando su gorra en el suelo, se lanzó al ruedo para fungir de ayudante de saltimbanqui sin conocer su libreto y sin haber antes actuado en calle alguna.

Supongo que las vivencias tan diversas que pude experimentar en ese espacio en otras ocasiones, sumadas a la fuerza del documental mencionado y a la euforia de estar en Paris con mi hija, me hicieron actuar de manera irreflexiva. Me levanté, pasé hacia la plaza y punto. Me encontré de repente en medio de la explanada de “Beaubourg” -que tanto quiero- ya no como espectador sino como improvisado artista de la calle.
Recuerdo que tuve unos segundos de miedo pero luego dije, -“A lo hecho, pecho”. ‘¡Vamos, ahí...!”


Me fue bien, pase y actué; hice todo lo que me dijo el mimo -con gestos claro-Improvisé mis propios movimientos y gesticulaciones, muchos de los cuales fueron aplaudidos por el público. Felizmente no tuve que cantar ni recitar pues para eso soy nulo.

Al terminar el acto, mi “maestro” me dio un fuerte abrazo, hicimos juntos un montón de reverencias al público, ayudé a guardar los adminículos utilizados en la presentación y  me dirigí hacía el lugar donde se encontraba mi espectadora particular, mi hija… que no paraba de aplaudir. Recogí mi gorra, entregué al titular del acto, las tres o cuatro monedas, que manos caritativas había depositado en ella y nos retiramos complacidos.

Nos enrumbamos hacia el restaurante, “Leon de Bruxelles”, otro lugar de nuestros rituales en Paris, para despachar sendas porciones de  “moulles–frites” y una deliciosa cerveza ámbar belga; en esa ocasión, muy necesaria luego de ese fugaz paso como aprendiz de “saltimbanqui“, en la explanada de “Beaubourg”, que ahora quiero mucho más, la siento mía.

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