Como he contado en relatos anteriores, he tenido la ocasión de visitar el Japón en tres ocasiones.
En uno de esos relatos que titulé “Un
viaje loco: De Londres a Estrasburgo con escala en Tokio” reseñaba que a fines
de octubre de 2011, viajé a Europa para participar en una reunión que se
llevaría a cabo en Londres y luego en otra, en Estrasburgo.
Entre las dos reuniones yo había
previsto visitar a mis hijas en Francia, en la región de Borgoña donde ellas
viven. Al llegar a su casa, Manuela, quien trabaja como azafata en Air France,
me comentó que esa noche salía para el Japón y me propuso: - papá, ¿no quieres
venir conmigo a Tokio?... reservó un sitio para mí por internet y en la noche
emprendimos el viaje. Fue así que pude disfrutar con ella, tres días deliciosos
en Tokio.
En otro relato que titulé “El Foro
Mundial del agua en Kioto”, conté que en marzo de 2003, tuve la oportunidad de
visitar el Japón para participar en el Tercer Foro Mundial y en la Asamblea
Mundial de Sabios del Agua. Realicé ese viaje acompañando a una chica de
Cotacachi, que fue invitada al Japón como “embajadora” de América Latina para
participar en el “Foro Mundial de los Jóvenes y el agua”.
Pero esta vez quiero relatar mi primer
viaje al Japón en 1998.
Viajé con mi esposa Marie Thérèse y
nuestro amigo Jean Louis Esquerré, para asistir al Seminario Superior de Mahikari -arte de imposición de la mano-
que iba a desarrollarse en Takayama.
Antes de emprender el periplo, me
acerqué a la embajada japonesa en Quito y pedí información sobre el
procedimiento para solicitar una visa de turista. Me entregaron una lista de
dos páginas de requisitos que en el poco tiempo que me quedaba, me iba a ser
absolutamente difícil de cumplir.
Opté por una alternativa mucho más
simple. Como mi mujer es francesa, yo tenía derecho a solicitar un pasaporte
europeo. Nunca lo había hecho pero tenía avanzados los papeles, así que
pregunté qué me faltaba para obtener el pasaporte. Descubrí que los trámites
eran mucho más sencillos que la enorme montaña de documentación que me pedían
los japoneses. Me embarqué pues, en ese viaje al Japón, como el primer
ecuatoriano que iba a cursar el seminario superior de Mahikari, aunque amparado
por un pasaporte francés.
El seminario de Mahikari tendría lugar
en la última semana de octubre; sin embargo como los viajes -de ida y regreso-
tomaban casi dos días y todos los participantes estábamos interesados en hacer
algo de turismo, los organizadores previeron un tour de quince días, desde el 21
de octubre al 05 de noviembre para cumplir holgadamente, con los
desplazamientos, el seminario y las visitas.
Las personas que iban a viajar desde
el Perú sumaban una numerosa delegación, así que para poder hacer uso de una
interesante tarifa de grupo, los viajeros ecuatorianos debimos darnos cita en
Lima.
El 19 de octubre los tres salimos
desde Quito. En Lima nos alojamos en un pequeño hotel no lejos del Dojo de
Mahikari para poder asistir a una serie de charlas y preparativos previos al
viaje y desde allí, junto con el grupo de peruanos y bolivianos, nos embarcamos
en un bus hacia el aeropuerto, para tomar el avión que nos levaría a Tokio con
una escala previa en Los Ángeles.
Como responsable del numeroso grupo
peruano-boliviano-ecuatoriano, iba nuestro amigo Norman Marrou (Marrou-Doshi),
quién años atrás había sido responsable del local de Mahikari en Quito. También
nos acompañaron, una sonriente orientadora llamada Brenner-Doshi y dos jóvenes pre-orientadoras
Cheserina y Maritza.
Salimos de Lima muy temprano en la
mañana del 21 de octubre y llegamos a Los Ángeles a primera hora de la tarde.
En esa escala debíamos cambiar de compañía aérea; habíamos llegado con
LAN-Chile y teníamos reservaciones en Japan-Airlines para el vuelo
transcontinental. Quienes teníamos visa americana pudimos pasar sin problema la
migración, luego debíamos recoger el equipaje y pasar la aduana para
registrarnos en el mostrador de la compañía japonesa. Tuvimos sin embargo que
esperar un largo tiempo, pues nuestras maletas no salían por la banda de
entrega de equipaje. Cuando por fin nos las entregaron constatamos que a todas
las habían perforado en varios sitios con un fino taladro (supongo que buscando
material prohibido en un posible doble fondo). Cuando reclamamos este problema
a las autoridades del aeropuerto, nos pidieron disculpas y nos solicitaron
llenar un formulario para que nos repararan las maletas; sin embargo, nos
dijeron, éstas tendrían que quedarse ahí para efectos del trámite y del arreglo.
Cuando les preguntamos qué íbamos a hacer con la ropa y nuestras pertenecías,
su sugerencia fue comprar otras maletas y recuperar las reparadas un par de
días después… Optamos claro, por callarnos y seguir viaje con nuestras maletas, adornadas ahora con al menos seis
huequitos cada una…
En la sala de espera nos volvimos a
topar el momento de embarcar, con todos quienes no tenían visa y habían tenido
que bregar, no solo con el lío de las maletas, sino también con un largo
interrogatorio y confinamiento con custodia policial hasta el momento del
embarque, a pesar de encontrase solo en tránsito en aquel aeropuerto.
En la sala de espera descubrimos que
en el avión de JAPAN viajaría con nosotros un gran grupo de mexicanos y una aún
más numerosa delegación de alegres brasileros.
Llegamos a Tokio el día 22 y de
inmediato nos trasladamos en dos buses a nuestro alojamiento previsto en el
gigantesco Hotel Keio Plaza.
Una vez instalados en nuestra
habitación en el piso 35, nos sorprendieron una serie de detalles del confort en
ese tipo de hoteles.
Los inodoros tienen un aro de material blando, cuya
temperatura puede graduarse a voluntad. Un comando situado a un costado de ese
aparato sanitario permite hacer uso de pequeñas duchas -tipo bidet- para el
aseo personal; la presión del agua, su dirección, la forma de aspersión y su
temperatura puede graduarse también desde ese tablero electrónico. Otro detalle
maravilloso es un recuadro en el espejo de la sala de baño que no se empaña con
el vapor de la ducha; permite con ello, que una persona se afeite, se peine o
se maquille sin tener que batallar con la humedad del espejo.
El 23 de octubre en la mañana hicimos
un recorrido en bus para observar en medio de las montañas, desde un mirador
acristalado, Atami Motomitamaza, la residencia y lugar de trabajo de
Oshienushi-Sama, sucesora de Sukuinushi-Sama fundador de Mahikari.
Allí tuve la enorme responsabilidad de
hacer de guía para una emotiva entonación colectiva de Amatsu-Norigoto realizada
simultáneamente por más de 150 kumites brasileros, mexicanos, peruanos,
bolivianos y ecuatorianos.
En la tarde tomamos el tren en la
estación de ferrocarriles de Yokohama para dirigirnos a la ciudad de Kioto. Los
trenes que unen Tokio con Yokohama, Nagoya y Kioto se llaman “Shinkansen-Hikari”
o “Tren-Luz”. Pueden halar hasta 16 vagones de veinticinco metros de largo, por
tanto hay trenes que llegan a tener cuatrocientos metros de punta a punta.
Los trenes salen cada 12 minutos y
apenas se detienen dos o tres minutos en el andén. Los pasajeros debíamos
ubicarnos en un sitio preciso y no perder tiempo alguno en subir con premura a
nuestro respectivo vagón.
En los boletos aunque todo estaba
escrito en japonés, en el borde inferior se debía leer el número del vagón, el
número de la puerta por la que debíamos subir luego de colocarnos en la línea
respectiva y el número de cada asiento.
En un primer momento nos molestamos
con la actitud autoritaria, casi de comandante militar, con la que una colega
brasilera exigía a los retrasados -que avanzaran- o a los despistados -que se
ubicaran en su respectiva fila en el andén de la estación-. Después nos
enteramos que en un viaje anterior al Japón ella perdió el tren, luego de que
éste llegara, abriera sus puertas y volviera a cerrarlas, mientras ella estaba
comprando una botella de agua. Con lágrimas en los ojos, nos relató cómo sufrió
carros y carretas, perdida, sola y sin hablar una palabra de japonés para poder
explicar su situación u orientarse en medio de un mundo y una cultura
desconocidos.
En el camino pudimos observar una
vista magnífica del monte Fuji y numerosas viviendas, algunas de ellas con su
pequeña parcela de arroz; todo pedazo de tierra por mínimo que sea es cultivado
en ese país, nada se desperdicia.
Cuando llegamos a Kioto, nos alojamos
en el bello Hotel Miyako.
Allí pasamos las noches del 23 y el 24 de octubre para poder conocer la ciudad y sus atractivos históricos.
Allí pasamos las noches del 23 y el 24 de octubre para poder conocer la ciudad y sus atractivos históricos.
Kioto es una de las ciudades más importantes
del Japón y hasta 1868 fue la capital del imperio. Actualmente cuenta con un
millón y medio de habitantes y durante la guerra fue la única ciudad que no fue
bombardeada; por ello conserva un rico patrimonio histórico, artístico y
arquitectónico.
Kioto se considera el centro cultural
del Japón, y tiene algunos de los templos budistas, santuarios sintoístas,
palacios y jardines más famosos del país. El primer día durante nuestra
estancia en esa ciudad tuvimos la ocasión de visitar y admirar algunos de esos
monumentos:
Conocimos el templo de Kiyomizu-dera (templo
del agua pura) uno de los templos budistas más importante de la antigua Kioto. En
el edificio principal destaca su enorme baranda, sostenida por cientos de
pilares de madera que sobresale en medio de la colina. Desde allí se puede
disfrutar de impresionantes vistas de toda la ciudad.
Nuestros guías nos enseñaron también
el templo Tō-ji, un templo budista Shingon; entre sus principales edificios destacan
la pagoda de las 5 historias, la pagoda del Tō-ji (con la torre de madera más
alta de Japón); el Kodo (salón de lectura)
y el Kondo (sala principal).
Luego visitamos el templo de Ryōan-ji (templo
del dragón pacífico) es uno de los templos Zen más representativos de la
ciudad. Alberga uno de los jardines secos (karesansui) más famosos del mundo, es
un jardín rectangular contemplativo, del siglo XV, frente al edificio principal
del conjunto arquitectónico. En su sencilla composición se utiliza sólo arena blanca
rastrillada que imita las olas del mar, unas pocas rocas, musgo y líquenes.
El segundo día visitamos a pie el
casco antiguo de Kioto llamado Guion y pudimos recorrer sus estrechas calles y
admirar sus viejas edificaciones de madera; este conjunto fue declarado
Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, en 1994.
Después del almuerzo tuvimos la
oportunidad de visitar el templo Ōbaku-san Manpuku-ji localizado en Uji, sede principal de la organización japonesa
Zen, denominada Ōbaku. El templo cuenta con un fabuloso gyoban (gong en forma
de pez, esculpido en madera) que los monjes hacen sonar cada hora.
Al final de la tarde fuimos al Dojo de
Mahikari de Kioto, donde fuimos recibidos por los directivos y los kumites con
gran amabilidad.
Nuestro hotel tenía una gran oferta de
bares y restaurantes de comida internacional, mediterránea, francesa, china y -por
supuesto- japonesa. Para el desayuno, el Hotel Miyako ofrecía a los huéspedes
una opción tipo-bufete: bebidas calientes, frutas, panes, mermeladas, jugos,
huevos, jamón, tocino, cereales, yogurt, etc. y otra opción típicamente japonesa:
sopa de miso, algas nori, pescado ahumado o la parrilla, tortilla japonesa
dulce (tamagoyaki), encurtidos de cebolla y rábano, te y arroz.
Mi esposa no pudo dejar su costumbre
de sentarse a desayunar a la europea pero Juan y yo nos dimos a la tarea de
probar los desayunos japoneses en todos los hoteles en los que estuvimos
alojados en aquel viaje.
El día 25 muy temprano tomamos un tren
convencional en la estación de ferrocarriles de Kioto para dirigirnos a Matsue.
Matsue es la capital de la prefectura
de Shimane al oeste de la isla de Honshu. Tiene una población cercana a los 200.000
habitantes y se ubica a orillas del lago Shinji. Al llegar a la estación nos
esperaban varios buses para un recorrido programado muy completo.
Comenzamos con la visita más
importante en ese lugar: el gran santuario de Izumo uno de los templos sintoístas
más antiguo e importante del Japón ubicado en Taisha, a 30 kilómetros de Matsue.
Este santuario construido todo en
madera, está dedicado a Ōkuninushi-no-mikoto, figura legendaria a quien se
atribuye la creación de la agricultura, las medicinas y el matrimonio.
En los magníficos jardines del templo
se pueden ver interesantes esculturas como la de Ōkuninushi-no-mikoto haciendo imposición
de la mano a un pequeño conejo en medio de pinos centenarios.
Otra cosa muy particular de este
reciento es la tradición de escribir diversas plegarias en pequeños papeles
blancos que los peregrinos atan luego a las ramas de los árboles más cercanos
al pabellón principal para pedir protecciones y orientaciones en relación a
temas variados como la salud, el amor y las cosechas.
Miles de fieles y turistas visitan
diariamente este recinto sobrecogedor y dejan la huella de sus peticiones. Los
árboles adquieren el aspecto de estar cubiertos de nieve por la cantidad de
papelitos a ellos amarrados.
Al medio día hicimos una parada en una
concurrida feria agrícola organizada con ocasión de la vendimia.
Yo no tenía la menor idea de que el
Japón tenía una importante producción vinícola. Pero parece que luego de la
guerra, el país dio inicio a una pequeña producción de vino que actualmente se
ha desarrollado de forma importante. Existen más de 50 bodegas que ofrecen al
mercado vinos tintos, rosados y blancos; estos últimos se producen sobre todo
con una variedad de uva blanca llamada koshu que, aunque es de origen europeo,
sólo se encuentra ahora en el Japón, donde se la cultiva desde hace 900 años.
Pudimos visitar esa importante feria en
el camino a Matsue y deleitarnos con todo tipo de vinos, secos y dulces. Los
productores presentan las diversas opciones en grandes poncheras provistas de
cucharones y pequeños vasos de degustación. Los visitantes se acercan a esos
recipientes y prueban a voluntad, todo lo que quieran. Los compradores,
comerciantes o clientes particulares pueden así conocer los diferentes
productos y hacer sus pedidos. Quien desee comprar algunas cajas o botellas,
también puede seleccionar los vinos de su elección en las repletas estanterías
de ese reciento ferial.
La feria de los vinos se complementa
con una feria de productos agrícolas: frutas, verduras, conservas, plantas y
flores y una muy surtida oferta de comidas típicas. Con Juanito y Marrou-Doshi
no pudimos dejar de probar, no sólo los vinos, sino también algunas de las
extrañas y deliciosas ofertas gastronómicas de ese lugar.
Salimos de allí hacia un restaurante
que ofrecía un asado típico japonés (conocido como teppanyaki). Cada mesa
dispone de una parrilla redonda donde los comensales asan pequeños trozos de
carne y diversos vegetales que pueden comerse con salsa de soya y una variedad
de encurtidos de cebolla, pepinillos y rábanos, todo acompañado por un bol de
arroz, que no puede faltar en la comida japonesa.
En este plato se utiliza carne de la
raza wagyu conocida también como raza negra japonesa. Esta carne se caracteriza
por su aspecto marmoleado debido a la combinación de grasa en las fibras
musculares, lo que genera un sabor muy especial al ser asada. La más célebre es la llamada ternera de Kobe, considerada la más cara y
apetecida del mundo.
A la tarde pudimos conocer el Castillo
de Matsue, conocido también como “castillo negro”, uno de los doce castillos medievales
de Japón que conservan su estructura original de madera. El castillo tiene una
estructura compleja, construido en forma de sólida torre, pensada para resistir
ataques enemigos en caso de guerra, pero al mismo tiempo con finos detalles que
le dan majestuosidad y solemnidad.
Cerca de ese lugar visitamos la casa
de Lafcadio Hearn, periodista, traductor, orientalista y escritor greco-irlandés
que dio a conocer la cultura japonesa en Occidente. Hearn enseñó en Matsue y su
casa es ahora un museo dedicado a su vida y un lugar turístico en la ciudad.
A la noche luego de esas interesantes
experiencias nos alojamos en el hermoso Hotel Ichibata donde pasamos la noche
del 25 de octubre.
Ese hotel ofrece habitaciones
amobladas al estilo occidental pero también cuartos con esteras de tatami sobre
las que se duerme en una especie de enorme bosa de dormir blanca, acolchada, almidonada
y olorosa. Una verdadera delicia y una experiencia inigualable.
Las esteras tatami son típicas de las
casas japonesas. Tradicionalmente se hacen con tejido de paja recubiertas con
una tela oscura. Las esteras siempre presentan el mismo tamaño (90 cm por 180
cm por 5 cm) y constituyen el módulo del que derivan las medidas de las
habitaciones de la arquitectura tradicional japonesa.
En la noche asistimos a una cena
típica japonesa, con mesas bajas individuales y cojines sobre los que los
comensales pueden sentarse una vez que se han sacado sus zapatos. Los platos
son presentados en bandejas individuales y todo viene en pequeñas porciones. La
comida incluye la famosa sopa de miso (misoshiru), pescado crudo en lonjas
(sashimi) y diversos vegetales, carnes, mariscos y peces: asados, hervidos o al
vapor; ensaladas con aliño agridulce, encurtidos y el infaltable bol de arroz.
La comida se acompaña con una pequeña jarra con té caliente que se lo bebe en
un vaso de cerámica con tapa.
Al día siguiente 26 de octubre, muy
temprano en la mañana emprendimos el camino a Takayama en tres buses.
El grupo
de latinoamericanos, pudo disfrutar de increíbles paisajes de montaña, parajes
casi deshabitados poblados de magníficos bosques de coníferas y bellos ríos de
agua transparente. De tanto en tanto nos deteníamos para estirar las piernas y
poder contemplar la vista desde organizados miradores provistos de baños y
tiendas de recuerdos. Para amenizar el viaje una guía en cada bus entonaba
diversas canciones por medio de un karaoke.
Antes del medio día llegamos a
Takayama, ciudad donde se encuentra la sede principal de Mahikari y en donde
tendría lugar el seminario que nos había hecho atravesar el océano en esa
oportunidad.
Takayama tiene una población de casi
cien mil habitantes y es un popular centro turístico debido a que conserva un
barrio tradicional a orillas del río con numerosas construcciones muy antiguas
(viviendas y comercios) edificadas en madera. La tradición dice que Takayama
cubría los tributos del emperador con trabajo de sus carpinteros, hábiles y experimentados
ya que la región es rica en maderas finas, lo que dio origen al desarrollo de
ese tipo de artesanía.
Al llegar tuvimos la oportunidad de
presenciar un espectáculo de música y un magnífico espectáculo organizado por
Mahikari con grupos de tambores, una banda de música de los jóvenes de
Mahikari-Tai y un colorido desfile de las delegaciones (de las diversas
ciudades japonesas y de todos los lugares del mundo) que habían llegado para
participar en el seminario.
Teníamos reservación en el confortable hotel Associa. Allí nos alojamos los dos días previos al seminario
(26 y 27 de octubre), los cuatro días del evento (entre el 28 y el 31 de
octubre) y los días posteriores al mismo (01 y 02 de noviembre). Para
entonces ya se habían sumado a nuestro grupo las delegaciones de Venezuela,
Colombia y Chile. Por ello el número de latinoamericanos allí alojados era muy
importante.
En la tarde del día 26 fuimos todos a
conocer el Hikaru Shinden erigido en memoria del maestro Kotama Okada (Sukuinushi-Sama);
este edificio tiene forma de pirámide de inspiración mesoamericana y se
encuentra en un lugar privilegiado en medio de las montañas de la región.
En la noche luego de una jornada
realmente agotadora, pudimos relajarnos y disfrutar de las instalaciones del Ofuro
o baño termal japonés que ofrecía nuestro hotel a sus huéspedes; fuimos allá
con Juan y Marrou-Doshi y más tarde Marie Thérése también se dio un salto por
allí en compañía de Brenner-Doshi, Cheserina y Maritza para sacarse la fatiga
del día.
Al día siguiente el 27 de octubre
fuimos a familiarizarnos con la sede de Mahikari, en donde tendría lugar el
Seminario y a recibir instrucciones sobre la organización del evento.
El edificio es sobrecogedor y lleno de
detalles de la historia del Japón y de las diversas culturas. En sus jardines
hay maravillosos árboles con follaje de diversos tonos y fuentes que reproducen
monumentos del mundo, como por ejemplo el muro de piedra con cabezas de
serpiente emplumada que tuve la oportunidad de visitar en las ruinas de
Teotihuacan en México.
Desde la colina donde se implanta el
edificio, hay una vista hermosísima de Takayama y de los bosques y montañas
circundantes. Algunas cumbres estaban ya nevadas en esa época del año.
Al día siguiente muy temprano salimos hacia
la sede de Mahikari para iniciar el seminario. Allí todo, hasta el más mínimo detalle, estaba
perfectamente organizado para recibir a los cientos de participantes. El
profesor dictaba el curso en japonés pero los asistentes disponíamos de
traducción simultánea al castellano, portugués, francés, inglés, koreano y
chino.
Fueron cuatro días de una intensidad
formidable. A veces era muy duro seguir todos los temas tratados por la
complejidad y profundidad pero también por el problema de la traducción. Muchos
participantes se echaban un sueñito puesto que el ritmo de la exposición era
realmente frenético. Iniciábamos a las 08h00 en punto, a las 10h00 hacíamos una
pausa para movernos un poco y poder tomar un refrigerio y reiniciábamos a las
10h30 hasta las 12h30. Al medio día teníamos hora y media para almorzar y
caminar por los jardines y espacios exteriores y reiniciábamos a las 14h00
hasta las 18h30, con una pausa de media hora a las 16h00.
Luego de esas jornadas a un ritmo tan
intenso, salíamos realmente agotados pero generalmente preferíamos regresar
caminando al hotel para disfrutar de los detalles y los paisajes del territorio
rural que separaba aquel reciento, tanto de la ciudad como de nuestro hotel.
Varias de esas noches, luego de un
buen baño y de un agradable descanso, salíamos con mi mujer, Juanito y
Marrou-Doshi a caminar por el pueblo de Takayama, a tomarnos una cerveza local -Sapporo
o Asahí- y a comer en un sushi-bar de autoservicio que descubrimos no lejos del
hotel.
Ese lugar era fantástico los platos de
sushis y sashimis circulaban por una banda transportadora y los clientes podían
escogerlos a su antojo. Frente a cada sitio había una llave dispensadora de
agua caliente para poder prepararse diferentes tipos de té y recipientes con
palillos, sobres con salsa de soya, salsa teriyaki, salsa unagi (de anguila), jengibre
encurtido y el famoso condimento picante llamado wasabi.
Cada comensal podía comer a gusto,
cuánto quisiera, al final se acercaba con los platos vacíos a la caja y le
sacaban la cuenta para poder pagar su consumo. El valor de cada plato era
diferente según el color. Los dibujos de los platos de cinco o seis colores y
sus precios estaban marcados en afiches dispuestos en sitios estratégicos para
que cada persona pudiera controlar su presupuesto.
Al finalizar las enseñanzas del cuarto
día, participamos en una muy bien organizada y emotiva ceremonia y pudimos
hacernos una foto de grupo en las escalinatas de ese recinto que nos había
acogido con los brazos abiertos durante la realización del seminario.
Juanito, Marie Thérèse y yo, nos
pusimos a propósito, en la última fila del grupo para poder ubicarnos fácilmente
en esa fotografía en medio de semejante multitud de asistentes.
Permanecimos en Takayama un par de
días más para que todos pudieran realizar sus compras, visitar la ciudad y
conocer a voluntad sus alrededores.
Nosotros aprovechamos esas dos
jornadas para visitar una serie de tienditas y restaurantes típicamente
japoneses en la zona vieja de la ciudad. Pudimos conocer sus callejuelas y
pasajes peatonales y los mercados populares de productos agrícolas y
artesanías.
Visitamos locales comerciales muy
típicos como el más sofisticado almacén de productos de soya; allí se
encuentran salsas de diversos tipos que se expenden por frascos, por galones o
por barriles; y es factible comprar paquetes de diversas presentaciones y
tamaños de miso (pasta de soya fermentada, salada y aromatizada) usada como
base de la tradicional sopa de misoshiru.
Miso en japonés significa sabor o condimento fuente.
También pudimos conocer un almacén de
expendio de té donde apreciamos sus múltiples variedades, aromas, colores, sabores
y presentaciones.
El 02 de noviembre nos internamos con
mi mujer en unas callecitas cercanas al río donde encontramos pequeños
restaurantes populares, típicamente japoneses; estaban tan escondidos que era
imposible que fuesen visitados por turistas, entramos allí y pedimos al azar
unas sopas que resultaron sensacionales, caldo de misoshiru, con gruesos
fideos, algas marinas, extraños vegetales y huevos crudos de codorniz que se
vierten en la sopa hirviente para cocinarlos al vapor. Todo acompañado de una
rica cerveza.
Dejamos Takayama el 03 de noviembre,
para dirigirnos por tren hacia Nagoya. Nuestro pequeño tren regional, atravesaba
una hermosa región boscosa llena de pequeños lagos y riachuelos que el
tren iba bordeando en un lento traquetear. Era evidente que el paisaje había
cambiado con la llegada del otoño. Fue un recorrido inolvidable en medio de
árboles de múltiples colores: verdes, ocres, naranjas, rojos y amarillos.
Llegamos a Nagoya al caer la tarde.
Esa ciudad que alberga a más de dos millones de habitantes, es la capital
japonesa de la industria automovilística y de gran parte de la industria pesada
de ese país.
Nos alojamos en el lujoso hotel Kanko en donde pasamos la noche para emprender al día siguiente, el 04 de noviembre, el camino hacia Tokio en el tren bala.
Atrás quedaban la calma y la serenidad
de Mahikari, de Takayama y de la bucólica línea férrea del día anterior.
Volvíamos nuevamente a la velocidad del transporte, a las grandes
construcciones, al vértigo y la premura, del Japón cosmopolita.
La última noche la pasamos nuevamente
en el enorme hotel Keio Plaza.
Desde la ventana de nuestra habitación, antes de
salir para el aeropuerto, pude captar una escena mañanera del Tokio
contemporáneo: cientos de jóvenes oficinistas, hombre y mujeres, que saliendo
de las estaciones de metro o de tren, se dirigían presurosos a sus lugares de
trabajo en las docenas de gigantescas torres de oficinas, vecinas a nuestro
hotel, para iniciar su rutina y sus labores cotidianas.
Salimos de Narita el 05 de noviembre pero
esta vez llegamos a Los Ángeles y luego a Lima, el mismo día, a pesar de haber
pasado por aeropuertos y en aviones por más de 24 horas.
Los tres ecuatorianos permanecimos en
el aeropuerto de Lima y al día siguiente tomamos el primer vuelo a Quito. Llegamos
agotados pero con una enorme paz espiritual, ese viaje fue realmente una
experiencia única.
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