Como ya he relatado, a principios
de 1986 recibimos en CIUDAD la visita de Jean Marie Tetart, secretario adjunto
de la Federación Mundial de Ciudades Unidas (FMCU); esta organización que
agrupaba a gobiernos locales de todo el mundo, estaba interesada en impulsar un
Coloquio América Latina - Europa en relación a la problemática del agua y el saneamiento.
Jean Marie se había enterado de
la constitución de la “Red de Estudios de los Servicios Urbanos en América
Latina” y vino a proponernos que REDES tuviera un rol protagónico en esta
iniciativa.
Así que a inicios de 1987,
emprendí en CIUDAD la investigación titulada “Agua y saneamiento en los barrios
populares de Quito” y como coordinador de REDES facilité otros estudios sobre
la problemática del agua en otras cinco ciudades de nuestra región realizados
por colegas de “REDES”.
Con los resultados de las
investigaciones, organizamos con la FMCU un gigantesco coloquio llamado
CIUDAGUA 88 - “Encuentro América Latina – Europa sobre el acceso de la
población a los servicios de agua y saneamiento en las ciudades de América
Latina”, al que invitamos a 350 personas, de 100 ciudades de 20 países de nuestra
región, a más de numerosos invitados europeos.
El Comité de Organización de este
gigantesco encuentro estuvo integrado por Fernando Brunstein del CEUR (Buenos
Aires); Luis Mauricio Cuervo del CIDER (Bogotá); Néstor Espinoza del CIDAP
(Lima); Pedro Jacobi del CEDEC (Sao Paulo); Alfredo Rodríguez de SUR (Santiago);
Mario Vásconez de CIUDAD (Quito); junto a Daniel Faudry, Marcelo Nowersztern y Jean-Marie
Tetart de la FMCU y Jorge Caviglia, Margot Agosta y Ana María Ruggia de
diversas entidades uruguayas.
Antes del Coloquio, los miembros
del Comité de Organización nos reunimos en Montevideo en dos oportunidades, a
fines de 1987 y a inicios de 1988. En esos talleres -de una semana de trabajo-
pudimos avanzar en las tareas de coordinación y planificación y verificar los
avances de la logística relativa a la puesta en marcha de esta enorme cita
intercontinental. A través de este trabajo todos pudimos consolidar amistades y
confianzas. Fue una maravillosa experiencia que nos unió y fortaleció.
Como he ofrecido estoy ahora relatando
un conjunto de anécdotas referidas a nuestra participación en CIUDAGUA 88.
Así pues mi siguiente relato será
uno muy entretenido que he titulado “rodillas y manos furtivas”.
En esa época viajar de Quito a
Montevideo era una verdadera odisea. No había vuelos directos. Recuerdo que
para esos viajes debí siempre tomar un vuelo de Ecuatoriana de Aviación de
Quito a Lima y de allí otro, de Aerolíneas Argentinas, a Buenos Aires, con
escala intermedia en Santiago. Para ello salía muy temprano de Quito y luego de
un agotador periplo de todo el día aterrizaba en el aeropuerto de la capital
argentina pasada la media noche.
El aeropuerto Internacional de
Buenos Aires se encuentra ubicado en la localidad de Ezeiza, a unos 35 km al sudoeste de la ciudad. En realidad se llama Aeropuerto “Ministro
Pistarini” pero prácticamente nadie usa ese nombre; se lo conoce normalmente
como “Aeropuerto Internacional de Ezeiza”.
En mis andanzas por el mundo he podido verificar que a muchos aeropuertos se les conoce por el nombre del lugar donde se ubican más que por el nombre que se les ha dado por razones políticas o en homenaje a algún personaje de la historia nacional.
En mis andanzas por el mundo he podido verificar que a muchos aeropuertos se les conoce por el nombre del lugar donde se ubican más que por el nombre que se les ha dado por razones políticas o en homenaje a algún personaje de la historia nacional.
Al llegar a Buenos Aires, luego
de ese complicado viaje desde Quito, ya no era posible encontrar una conexión a
Montevideo de inmediato. En mis dos viajes previos y en aquel que realicé para
asistir al Coloquio CIUDAGUA-88 siempre debí pasar la noche en Buenos Aires.
A la mañana siguiente muy
temprano debía tomar un taxi al aeropuerto local llamado “Aeroparque Jorge
Newbery” (aunque nadie usa ese nombre y todo el mundo se refiere a este
aeródromo tan solo como “Aeroparque”, lo cual confirma mi teoría).
Aeroparque era usado para algunos
vuelos locales y para conexiones cercanas hacia Brasil, Uruguay, Chile y
Paraguay.
Para viajar a Montevideo debí
siempre tomar un vuelo de PLUNA, aerolínea uruguaya que según supe, quebró en 2012.
El vuelo entre Aeroparque y el Aeropuerto Internacional de Carrasco en Uruguay
era verdaderamente corto, de apenas 40 minutos.
El Aeropuerto de
Carrasco está ubicado en
el departamento de Canelones y sirve a la ciudad de Montevideo y su zona
metropolitana. En realidad se llama Aeropuerto Internacional “General Cesáreo
L. Berisso”, pero nadie lo conoce por ese nombre (otra constatación de mi observación sobre el nombre de los aeropuertos).
En mi primer viaje a Montevideo a
fines de 1987 para participar en una reunión del Comité de Organización del Coloquio
CIUDAGUA tuve que salir un jueves de Quito y desembarqué en Carrasco el viernes
un poco antes del medio día. Los colegas de la FMCU que venían desde París iban
a llegar el sábado en la mañana y los demás miembros de REDES lo harían entre
el sábado en la tarde y el domingo para reunirnos desde el lunes en la
Intendencia de Montevideo.
Al llegar al aeropuerto de la
capital uruguaya estuvo esperándome un curioso personaje llamado Carlos A. Oraggioni,
según rezaba su tarjeta de visita (que además señalaba que el hombre era “Representante
de la FMCU”). En realidad, me enteré luego, había sido contratado por Jean
Marie Tetart como asistente local de todo tipo de asuntos inherentes a la
organización logística de CIUDAGUA-88.
Oragionni era un tipo bajito,
redondo, siempre sudoroso y muy hablador. Jugaba a que “se las sabía todas”, a
que siempre “estaba adelante en la jugada”, a que era amigo “de todo el mundo” y a que era el “hombre de confianza” de Jean
Marie.
Me recogió haciéndome pasar por
la sala VIP y me guió para pasar sin obstáculos los filtros de migración y
aduanas. No perdió ocasión -claro- de sacar a relucir el hecho de que “todo”
había sido posible merced a sus múltiples contactos y a que conocía “a tales y
a tales personas”, cuyos nombres no significaban nada para mí y que además me
tenían sin cuidado…; pero él alardeaba de sus palancas en todas las
dependencias y entidades del municipio y del gobierno.
Al salir al parqueadero me invito
a subir a un viejo Ford Impala color celeste y blanco, uno de esos gigantescos
buques de dos puertas y ocho cilindros que ya casi no se veían en otras
ciudades del mundo.
Llegamos a Montevideo y como era
la hora de almorzar, me propuso ir al célebre Mercado del Puerto que alberga
ahora a decenas de puestos parrilleros donde se puede saborear las delicias de
un típico asado uruguayo.
Encontramos una mesa y un par de sillas
libres en uno de los restaurantes que comparten tanto el techo del antiguo
mercado, como el humo de las parrillas que se mezclan con el delicioso aroma de
bifes, chuletas, pollos, chorizos, morcillas, chinchulines, tripas gordas y
queso parrillero.
Desde que estacionamos en las
inmediaciones del antiguo mercado se me hacía agua la boca al observar las
provocativas carnes a la brasa y al sentir los aromas que salía de todas esas barbacoas,
flamantes, humeantes, olorosas y crujientes.
Oragionni pidió un “completo para
dos” y una botella de Jhonny Walker.
Me pareció tan rara esta
combinación que me atreví a consultarle si eso era usual en Uruguay y si no era
más común beber vino con el asado o al menos cerveza… pero ¡whisky!...
Me respondió que el vino local
era malo y el importado era caro… añadiendo luego: - ¡“el whisky, también”!... - “pero éste, paga la FMCU“, dijo… y con un guiño, cerró la discusión.
Comimos como romanos… el asado
estuvo sensacional y disfruté de todas las piezas que nos iban sirviendo,
siempre jugosas, calentitas y crocantes… de la parrilla al plato…
Lo único malo fue acompañar esas
delicias con alcohol fuerte… Al salir estábamos totalmente chispos… Sobre todo
Oragionni -quien dio cuenta del contenido de la botella con más sed que
generosidad-. Cuando tomamos el carro, estaba tambaleante e incoherente. No sé
cómo logró conducir su gigantesco Impala hasta mi hotel.
Cuando me dejó, me registré, tomé
la llave y subí a la habitación sintiéndome realmente enfermo… Me desvestí y
caí en la cama como golpeado por un formidable garrotazo… dormí de un tirón
hasta media mañana del sábado y cuando me desperté me manejaba un terrible dolor
de cabeza y un formidable “chuchaqui”…
Ese malestar general “del día siguiente”,
luego de una jornada de excesos, es conocido en el Ecuador como “chuchaqui”,
pero es igual a la “resaca” (de Argentina, Uruguay o Perú), al “guayabo”
(de Colombia), a la "Merluza" (de España), a la “cruda” (de México), al “hachazo” (de Chile), a la “goma”
(de todos los países de América Central), al “ratón” (de Venezuela), al
“Ch'aquí” (de Bolivia) y a la “gueule de bois” (de Francia).
Cuando logré ducharme y vestirme,
bajé en busca de un reconfortante desayuno, pero la hora a la que éste se
servía en el hotel, había pasado hace rato… Tuve que contentarme con un
“expreso doble” bien cargado, para que me volviese al alma al cuerpo… y pensé
en lo bien que me habría caído un platito de ceviche y una enorme cerveza
helada… pero en esas latitudes el ceviche posiblemente era un manjar
desconocido… Iba a salir en busca de una cerveza cuando vi desembarcar al
equipo de FMCU en pleno: Daniel Faudry, Marcelo Nowersztern y Jean-Marie Tetart,
acompañado éste último, por su esposa.
A pesar de la jornada del día
anterior, Oragionni había estado puntual para buscarlos en el aeropuerto a la
llegada de Air France. Los acababa de dejar en la puerta del hotel y desapareció
de inmediato, luego de inventar alguna apresurada excusa… supongo que él
también iría en busca de una cerveza…
Daniel y los esposos Tetart prefirieron quedarse a descansar, así que yo
salí con Marcelo a dar una vuelta por las inmediaciones del hotel… y buscar la
tan anhelada cervecita helada.
Nos la tomamos en una típica
cafetería de Montevideo acompañados de una docena de “panchos”
En Argentina y Uruguay se llama “pancho”
al sándwich de salchicha que en otras latitudes se conoce como “hot dog” o
“perro caliente”. La palabra “pancho” es en realidad una contracción de los dos
principales componentes de este bocadillo: “pan” y “chorizo”.
El mejor “pancho” es por
supuesto, aquel que trae un crocante chorizo asado a la parrilla, pero también
se lo prepara con salchicha tipo frankfurt o vienesa, hervida o frita, en un
pan alargado blando. En general los “panchos” suelen acompañarse con algún
aderezo tipo chimichurri o mostaza. Aunque ahora en las recientes versiones -aprendidas
en las películas de Hollywood- se ha popularizado el acompañarlos con
pepinillos encurtidos, mayonesa, kétchup, ensalada de col agria, cebollas y hasta con papas
chips desmenuzadas…
En esa ocasión los “panchos” que
me sacaron el chuchaqui tenían simplemente salchichas hervidas y pan… los
acompañamos con mostaza fuerte y varios vasos de cerveza Norteña que sabía a
gloria…
También fue formidable una
agradable conversación sobre mil temas que pude mantener con Marcelo Nowersztern,
una de muchas conversaciones y complicidades que hemos mantenido
por años y por todo lado, en el mundo.
En la tarde dimos una vuelta por
la ciudad vieja y regresamos al hotel para encontrarnos con los demás colegas
pues, según me enteré, estábamos invitados a una cena que nos ofrecía la “intendencia”
de Montevideo (que es como se conoce en el “Cono Sur” a lo que para nosotros sería
el “gobierno local”, la “alcaldía”)…
Como a las siete y media de la
noche, nos recogió Carlos A. Oraggioni
en su Impala celeste. Marcelo se acomodó en el asiento delantero de la derecha,
junto al del conductor y en la banca posterior, un tanto apretados, nos
ubicamos Daniel y yo -junto a las ventanas- y Jean Marie y su esposa -al
centro-.
Los amigos de la “Intendencia”
habían reservado la cena en un restaurante algo distante en las afueras de la
ciudad, así que aunque el viaje nos resultó un poco incómodo a los pasajeros de
la segunda fila, el trayecto se nos hizo breve pues pudimos conversar de muchos
tópicos y conocer muchas cosas de la ciudad y del campo gracias a la lengua
descarrilada de Oraggioni.
Al llegar ya nos esperaban nuestros
anfitriones. Como aperitivo sirvieron whisky, vinos y refrescos, la comida
estuvo muy buena y los vinos también... luego del postre y del café, volvieron
a ofrecernos whisky… La conversación fue cordial y agradable…
Cuando decidimos que era hora de
volver, noté que Oraggioni, al igual que el día anterior, estaba
tambaleante e incoherente. No sé cómo logró conducir su gigantesco Impala hasta
el hotel.
En el trayecto de regreso nos
acomodamos en los mismos puestos que a la ida.
Marcelo venía cabeceando en el asiento
delantero; Daniel se durmió de inmediato y la esposa de Jean Marie se acomodó
en el borde del asiento para dejarnos un poco más de espacio a su marido y a mí.
Ella estaba sentada al centro, con
las rodillas hacia el espacio libre que quedaba entre los dos asientos delanteros.
La dama en cuestión era rubia, alta,
de muy buen cuerpo y llevaba un vestido corto de verano que ayudaba a evidenciar sus hombros bronceados
y sus bien formadas piernas.
Al poco rato de haber iniciado el
camino de regreso, noté que llamaba la atención de su esposo con gestos vehementes,
pero sin abrir la boca…
Inmediatamente, tanto Jean Marie
como yo, nos dimos cuenta de lo que acontecía.
El gordito Oraggioni -¡quién lo
diría!-, estaba aprovechándose de la situación y de tanto en tanto, con manos
furtivas, “como que no era con él”, acariciaba las rodillas de madame Tetart.
Jean Maríe hizo aquel gesto universal
de silencio, llevando verticalmente el índice de su mano derecha a la boca… y
poco apoco casi sin moverse fue alzando las dos piernas de su pantalón, desde
el zapato hasta la mitad del muslo…
Inmediatamente luego de que Oraggioni
repitiera su movimiento furtivo en una
de las rodillas de su esposa, Jean Maríe la ayudó a retirar las piernas de la
posición en las que se encontraban y las sustituyó por las suyas, blancas y
huesudas.
Al poco tiempo Oraggioni volvió a
las andanzas… cada vez que su mano se posaba sobre una de las rodillas de Jean
Marie acariciándola, éste movía la pierna acompañando el movimiento de la mano…
como entrando en el juego, como acompañando las sensuales arremetidas de esos
deditos regordetes… como accediendo… como entrando en un acuerdo libidinoso sin
palabras…
Intercambiamos con Jean Marie una
mirada risueña de complicidad y los tres fuimos riendo interiormente sin expresión
externa alguna, por la jugada que le estaba haciendo al conductor.
Oraggioni tenía la ventanilla
abierta y el codo izquierdo apoyado en el marco de la puerta, recibía
complacido la agradable brisa de la noche. Se sentía Casanova conduciendo su
góndola en los canales de Venecia a la par que acariciaba las rodillas de una
dama en presencia del esposo…
Al llegar al hotel hizo un último
audaz avance… como de despedida.
De improviso, Jean Marié prendió la
luz de salón del Impala y, sosteniendo la mano del Don Juan contra su rodilla… afirmó
pausadamente en español:
- ¡Has
venido acariciándome la pierna, toda la noche!...
Añadiendo de inmediato y con voz enérgica,
una pregunta:
- ¿Será
que te gustan los hombres?...
A Oraggioni se le pasó la chuma,
se puso más blanco que una hoja de papel, casi se ahoga al tragarse la lengua
sin saber qué decir… los ojos le daban vueltas en una mezcla de pavor y vergüenza…
Como todos habíamos descendido del
Impala, Jean Marie le soltó la mano, le dio una palmada en el hombro y le mandó
a descansar con una cordial recomendación:
- Ve
a dormir… ¡La próxima vez, compórtate como un caballero!
Bajó del vehículo y comenzamos a reír
a mandíbula batiente… Daniel y Marcelo se sumaron a la hilaridad colectiva
cuando les explicamos la historia…
Oagigioni arrancó el Impala como
alma que lleva el diablo…
Pensamos que no lo volveríamos a
ver; pero al día siguiente se presentó a trabajar como si nada…
Que excelente historia Mario, retrata muy bien a un personaje tipico de nuestras ciudades latinoamericanas.
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