Como ya he relatado, en febrero de
2013 tomé la decisión de jubilarme y dejé mi trabajo en el Centro de
Investigaciones CIUDAD. Ese hecho me ha llevado a evocar varias anécdotas de mi
paso por esa querida institución; entre otras cosas estuve recordando las
distintas sedes que CIUDAD tuvo desde su creación hasta mi jubilación.
Al asunto de las sedes me voy a
referir en las líneas siguientes; pero en realidad el tema que quiero relatar
en esta oportunidad, hace relación a otra historia de fantasmas.
En dos relatos anteriores he contado
algo sobre los fantasmas de la Casa de la Hacienda Piedrahíta en el Parque
Itchimbía y los de la Casa de la Hacienda Miraflores en el Parque
Guangüiltagua. Ahora voy a desempolvar viejos recuerdos de los fantasmas que
nos acompañaron en la sede de CIUDAD en la avenida La Gasca.
El nombre completo de CIUDAD es “Centro de
Investigaciones de Urbanismo, Arquitectura y Diseño”, pero el nombre corto con
el que se le conoce es “Centro de Investigaciones CIUDAD” o simplemente
“CIUDAD”.
Desde su constitución hace casi
cuarenta años las oficinas de CIUDAD han permanecido siempre en el sector de la
avenida La Gasca.
Como ya conté en un relato anterior, CIUDAD comenzó a operar como un grupo de estudio y discusión de los problemas sociales y urbanos a fines de 1976. Se constituyó formalmente con el largo nombre ya mencionado el 4 de agosto de 1977 y se instaló en una oficina de apenas una habitación y un pequeño medio baño, en la calle Fernando de Santillán y Av. La Gasca.
Allí permaneció por casi un año.
Luego CIUDAD se mudó a un departamento
más amplio en la segunda planta de una casa vieja ubicada sobre la calle Adolfo
de Valdez entre Humberto Albornoz y Núñez de Bonilla, en el extremo occidental
del Parque Italia.
En esta sede funcionó por varios años; desde inicios de 1978 hasta mediados de 1985.
En esta sede funcionó por varios años; desde inicios de 1978 hasta mediados de 1985.
Cuando ya teníamos un reconocido prestigio, nos trasladamos a una casa señorial ubicada en la avenida La Gasca y Gaspar de Carvajal en donde CIUDAD funcionó por ocho años, entre 1985 y 1993.
De allí nos movimos a la calle Meneses
y La Gasca donde hemos permanecimos por casi dos décadas (salvo un breve
período en algo más de dos años, cuando nos mudamos a la calle Martínez Mera, en
el sector del Batán Alto, mientras administrábamos el Parque Guangüiltagua).
Originalmente la calle de esta sede se
llamaba Fernando Meneses y ese nombre constaba en nuestros papeles membretados
y en todos nuestros libros y documentos oficiales. Sin embargo cuando
adquirimos esa edificación y realizamos algunas adecuaciones y ampliaciones, al
hacer los trámites de escrituración y registro de la propiedad, el Municipio
descubrió que la calle se llamaba en realidad Arturo Meneses y procedió a
cambiar la nomenclatura urbana lo cual nos llevó a cambiar la dirección postal
en todos nuestros documentos y publicaciones.
Pero volvamos al tema que nos ocupa.
La casa de la Gasca y Carvajal, perteneciente a la familia Quevedo Toro, era una mansión con enormes espacios interiores, grandes chimeneas y amplios jardines. A la muerte del propietario original, doctor Alberto Quevedo, sus herederos la arrendaron en distintos períodos, primero como residencia de la Embajada de Bélgica y luego como oficinas y sede de la Embajada del Perú. No tengo una noción cabal del período en los que estas representaciones diplomáticas ocuparon la casa pero debe haber sido entre los años setenta y ochenta.
En algún momento de esa etapa, los
propietarios hicieron una ampliación en el costado occidental de la casa; una
suerte de residencia anexa que compartía con la casa principal el acceso
vehicular y parte de los jardines, tanto hacia la avenida La Gasca al sur
cuanto hacia un enorme patio de césped en el límite norte del predio. Parece
que en ese anexo funcionaron las oficinas del consulado y en la gran casa
central la residencia del embajador durante el período en que esta propiedad
albergó la Embajada del Perú.
Cuando el ingeniero Marcelo Quevedo
Toro, nos arrendó la propiedad años después para el funcionamiento de las
oficinas de CIUDAD, se reservó la casa anexa para almacenar los muebles
originales de la casa.
Sin embargo nos advirtió que nos
dejaba dos finos muebles, pidiéndonos que los cuidáramos con esmero no solo por
ser valiosas piezas de anticuario sino también por el valor sentimental… ya que
habían pertenecido a sus padres.
Así pues, antes de desembarcar con
nuestras pertenecías en esa casa, disponíamos ya de una enorme mesa de reuniones (la mesa de comedor
de la familia Quevedo, que fácilmente tenía cabida para veinte personas) y un
antiguo piano vertical de color negro que por su peso fue más fácil dejárnoslo
que tratar de moverlo a la otra casa ahora transformada en bodega.
Lo que no nos advirtió fue que también nos dejaba en esa casa los fantasmas.
Todos quienes laboramos en CIUDAD en
esos años tuvimos la oportunidad de “ver”, “sentir” o “escuchar algo” relativo
a los moradores “no materiales” de esa casa.
Quien podía testimoniar con lujo de
detalles sobre la presencia de unas “entidades” que se escabullían por todo
lado en esa edificación, era Miguel Samaniego, quien comenzó a trabajar en
CIUDAD como ayudante de oficina y mensajero, aunque luego se especializó en
diagramación y diseño de nuestras publicaciones.
Cuando Miguel pasó al grupo de los
serios y se casó con María Luisa Mantilla, a quienes todos conocíamos como
“Pochi”, adecuamos un par de habitaciones de la casa, transformándolas en un pequeño
departamento, para que la pareja pudiera redondearse sus ingresos asumiendo
también las funciones de conserjes de la oficina.
Cuando negociamos este acuerdo, los
dos estuvieron felices de resolver por esa vía el tema habitacional y poder
vivir y trabajar en esa casa. Lo que no sabían es que iban a compartir su
morada con varios habitantes “del más allá” que se asomaban de improviso a
cualquier instante, ocasionando más de un sobresalto a la pareja.
Miguel y Pochi nos relataban que en
las noches era frecuente oír ruidos extraños, les parecía que alguien caminaba
por las habitaciones de la planta alta, escuchaban que los peldaños de la grada
crujían como si alguien subiera o bajara por ella, o sentían que las puertas se
abrían o se cerraban sin que nadie estuviese por allí para poder explicar la
causa de aquellos ruidos y movimientos.
Parece que en las primeras noches que
pasaron en su nueva morada, los dos se encerraban en el dormitorio presos de
pánico cuando escuchaban esos extraños ruidos… Al principio estaba convencidos
que un ladrón había ingresado a las oficinas de CIUDAD… pero a la mañana
siguiente todo era paz y tranquilidad… no había señal alguna de visitantes no
deseados…
La pareja nos relataba un tiempo
después, que Pochi llegó a enfermarse… casi no dormía en las noches y tenía
alterados sus bioritmos pues sólo lograba dormir en las mañanas, ya con la luz
del día… las noches eran para ella, motivo de pánico y permanente zozobra.
Sin embargo poco a poco se fueron
adaptando a estas “misteriosas presencias” y aprendieron a no temerlas y a
convivir con ellas.
Nunca vieron algo que podría
calificarse como un fantasma o una sombra… pero ambos coincidían en que su
presencia se sentía por toda suerte de ruidos, súbitas ráfagas de aire un tanto
frio o por movimientos rápidos como si alguien pasara de forma furtiva por
detrás.
Susy Mera, nuestra secretaria, juraba y re-juraba que en múltiples ocasiones
al llegar a la oficina en la mañana encontraba funcionando su máquina de
escribir eléctrica, cuando ella estaba segura de haberla apagado el día
anterior. Al principio llegó a sospechar que Miguel o Pochi habían usado la
máquina y luego, habían olvidado apagarla… pero no… La molesta situación se
repitió tantas veces que más bien optó por dejar desconectada el cable de la
alimentación eléctrica.
Yo mismo puedo dar testimonio de varias
situaciones miedosas e inexplicables que pude vivir en esa casa de La Gasca.
En esos años las computadoras recién
había comenzando a ser usadas en las oficinas… En CIUDAD adquirimos una IBM a
mediados de1985 para el procesamiento de la información de mi estudio sobre la
“Movilidad Urbana en los Barrios Populares de Quito”. Justamente Pochi vino a
trabajar digitando los datos de esa encuesta y así conoció a Miguel…
Esa IBM la adquirimos en una oficina
que mantenía mi amigo Víctor Hugo Donoso… era lo más moderno de la época…
aunque ahora cualquier teléfono celular es más rápido y con más funciones que
aquel viejo aparato que carecía de disco duro. Para ponerla en marcha había que
cargar el “sistema operativo” llamado “DOS-2.1”, mediante un disquete flexible
de 12”; una vez cargado ese programa de arranque, se podía usar un “Excel”
rudimentario llamado “Lotus-123” o un incipiente programa de tratamiento de
textos llamado “Word-Star” que también se cargaban mediante sendos “discos de
programa”. Toda la información trabajada se debía guardar en discos flexibles
de limitadísima capacidad… pero todo era así en esa época.
A fines de 1985 compré la primera IBM
portátil que salió al mercado: un enorme armatoste del tamaño y el peso de un
CPU contemporáneo con una pequeña pantalla monocromática incorporada y un
teclado convencional que se abría a manera de una tapa en uno de sus costados.
Ese aparato tampoco tenía disco duro… disponía de dos ranuras para lectura de
discos flexibles y se encendía y operaba como he resumido en líneas anteriores.
A principios de 1986 cuando empezamos
las actividades de un enorme proyecto llamado URBECU (Urbanización y Políticas
Públicas en el Ecuador) que emprendimos en CIUDAD merced a un convenio con el
IDRC del Canadá, pudimos comprar dos computadoras adicionales
Esas cuatro máquinas fueron dispuestas en pequeños cubículos en la parte central de uno de los grandes dormitorios que tenía la casa de La Gasca. Los textos e informes los escribíamos a mano y luego usábamos las computadoras como máquinas de escribir para poder “pasar a limpio” los textos escritos. Hicimos un horario de uso de las máquinas y todos respetábamos los turnos asignados para poder utilizarlas.
Éramos más de treinta investigadores y asistentes de investigación pero en esa época era impensable el disponer de una computadora personal para cada uno de nosotros… Había que adaptarse a las circunstancias.
Un día, ya bien entrado la tarde,
estaba yo en uno de los cubículos usando uno de los computadores cuando sentí
que otra persona llegaba y sin decir nada encendió tanto la luz como el
computador del cubículo del otro lado… Saludé sin haber visto de quien se
trataba, pues las divisiones si bien estaban dispuestas hasta media altura,
estando sentados nos cubrían bastante más arriba que la altura de los ojos…
Traté de averiguar quién había llegado
y volví a dirigirle la palabra… pero no obtuve respuesta… Salí de mi cubículo,
di la vuelta al otro lado de estas divisiones modulares y encontré efectivamente
la luz y la computadora prendidas en el cubículo adyacente… pero no había
nadie…
En otra ocasión estaba trabajando en
ese local… cuando sentí pasos y percibí que alguien pasaba a mis espaldas,
hacia una oficina en la que trabajaban José Luis Coraggio y Rosa María
Torres… asumí que no saludaron al pasar,
pues posiblemente no se percataron que yo estaba en uno de los cubículos… así
que me levanté y me dirigí a su oficina para ver cuál de ellos había llegado y
poder saludarlo… sin embargo al ingresar luego de haber tocado la puerta sin
obtener respuesta, me percaté que la
oficina estaba vacía…¡allí no había nadie!...
En otras ocasiones (eso me pasó a mí y
a muchos de mis colegas)… escuchábamos que alguien subía por la grada, oíamos
pasos por el corredor abalconado con vista al ingreso principal donde
funcionaba la secretaría y la sala de espera y se dirigía hacia esa sala de
cómputo… salíamos a ver de quién se trataba… y por supuesto no encontrábamos a
nadie…
Esa casa era realmente bastante
miedosa…
Cuando todos habíamos pasado por
alguna de estas experiencias “paranormales” comenzamos a indagar cuál podía ser el origen de estas
“percepciones inexplicables”.
Creo que un viejito que trabajaba para
los dueños de casa, encargándose de ciertas reparaciones menores (una teja
corrida en la cubierta, una filtración, o algún daño en el enlucido o en la
pintura) fue quién nos dio luces sobre el asunto.
Este señor asomaba de tanto en tanto
por la oficina para “ver si no se nos ofrecía algo”… Un día le consulté sobre
el tema de los fantasmas… pensando originalmente en el doctor Quevedo o en su
esposa quienes tal vez no apreciaban que estuviésemos ocupando su casa como
oficina… pero el buen hombre me tranquilizó pues dijo que no se trataba de los
espíritus de los antiguos propietarios…
- “Para mí (dijo) debe ser alguno de
los muertos de las embajadas”…
Al pedirle más información y mayores
precisiones sobre esos “muertos” el viejito nos contó que cuando en la casa
funcionaba la Embajada de Bélgica hubo allí un crimen pasional… no recordaba
detalles pero parece que hubo un enredo amoroso entre una dama de esa
nacionalidad y un caballero de algún otro país… parece que el marido agraviado
quiso hacer justicia por mano propia y el asunto terminó con un cuerpo
ensangrentado en uno de los grandes salones de esa casa… Todo se tapó a nivel
diplomático y el problema no pasó a mayores… pero, según ese relato, por allí
puede estar el origen de uno de los moradores que seguían “penando” en esa
casa.
Según este veterano, el otro posible
fantasma correspondería a otro caso fatal, que se verificó en la casa cuando
ésta fue arrendada a la Embajada del Perú.
Una mañana el embajador debía salir
bastante temprano pero su chofer no se presentó en la mañana como era su
costumbre. Cuando el diplomático salió al exterior para verificar si su
empleado había llegado, lo encontró pendiendo de la rama de un gran árbol de
molle en el jardín frontal de la casa. Se había suicidado.
Con esta información no nos quedó
dudas del origen de “nuestros fantasmas”… nos acostumbramos a su presencia
etérea y aunque a veces nos asustaban… nunca nos molestaron realmente ni nos
causaron daños.
Dejaron de aparecer y de asustarnos
allá por 1980.
En esa época Diego Carrión invitó a trabajar en CIUDAD
a nuestros amigos Eduardo Kingman y Ana María Goetchel.
Ana María estaba haciendo una maestría
en la FLACSO y nos pidió autorización para escribir su tesis en la oficina
usando una, de las mentadas, computadoras durante las noches.
Llegamos a un acuerdo. Ella se quedaba
en la oficina después del trabajo y se dedicaba a sus tareas personales cuando
ya no había demanda de esos equipos para actividades institucionales.
Ana
María contaba que al principio casi no podía avanzar en su trabajo…
escuchaba pasos, sentía movimientos imperceptibles, oía crujir la grada, en
varias oportunidades escuchó acordes en el piano o que se prendía la máquina de
escribir de Susy en la recepción y, en no pocas ocasiones, sintió una especia
de brisa helada en el cuello, que le hacía erizar los pelos… cuando eso
acontecía, saltaba de su silla despavorida y abandonaba la oficina a pasos apresurados.
Cuando el plazo para la entrega de su
tesis estaba próximo a cumplirse, ella no había podido avanzar mucho pues le
terror pesaba más que su responsabilidad sobre el trabajo… se sentaba a
escribir, escuchaba estos extraños ruidos y salía con pánico de CIUDAD hacía el
calor reconfortante de su casa.
Se propuso superar sus miedos y
trabajar en la tesis a pesar de las presencia de esas “volátiles entidades” que
la perturbaban… Pero las “manifestaciones“, seguían evidenciándose…
Una noche sintió que se prendía la
máquina de escribir y el motor comenzaba a roncar sabiendo que nadie más estaba
en la oficina a esas horas…
En esa oportunidad no sintió miedo,
furiosa salió al corredor que dominaba la secretaría y les pegó una buena raspa
a los fantasmas…
Gritándoles, les explicó que “con sus
jugarretas ella no avanzaba en su trabajo”…, que “asustándola estaban logrando
que no entregara su tesis”;… que “tenía hijos pequeños a quienes abandonaba
para poder ir a la oficina a trabajar y que no podía hacerlo por le miedo que
le ocasionaban”…, les mencionó que “el plazo para entregar la tesis estaba
próximo, y si no lo cumplía tendría que posponer su graduación un año más”… les
contó que en ese caso, “ella ya no tendría beca ni recursos para terminar su
estudios”…
Casi llorando, les imploró “que la
dejaran trabajar en paz”… les dijo que “ella no les molestaba ni les causaba daño
alguno”… así que les pidió -con voz recia que rayaba casi en autoritaria- que hicieran lo propio: “que
dejaran de molestarla y de causarle zozobra”…que ella “quería acabar su tesis y
punto”…
Dicho eso volvió a su silla y siguió
trabajando en paz…
Los fantasmas nunca volvieron a
molestarle… y tampoco lo hicieron con ninguno de nosotros hasta que dejamos la
casa en 1993.
Según me contó Marcelo Quevedo años
más tarde, nos pidió la casa porque un amigo le propuso establecer allí un
negocio de funeraria y salas de velaciones…
Todo estaba arreglado… averiguaron y
todo iba a ser muy fácil… crear la compañía, obtener los permisos de
refacciones y de operación… adquirir carrozas y equipamiento, contratar al
personal…
Pero una vez que salimos todo se
comenzó a enredar… nada de lo planificado pudo cumplirse como habían previsto…
Finalmente ese “negocio” fracasó…
Supongo que nuestros “fantasmas” no
quisieron compartir el predio con ningún otro personaje venido en ataúd en una
reluciente carroza negra recién comprada…
Simplemente lo impidieron.
Marcelo Quevedo y su familia
terminaron mudándose a vivir en esa casa. No lo he visto últimamente así que no
sé si sus moradores no corpóreos los han dejado en paz…
Como ya dije en los relatos
anteriores…
¡Nadie entiende estos asuntos!…
Y, como decía un entendido: - “yo no
creo en los fantasmas… pero que existen, existen…”
¿Cómo mismo será?... ¿eh?...
Interesante blog, porque lo tienes descuidado..???
ResponderEliminarRecuerdo con mucho respeto y cariño al Ing. Marcelo Quevedo Toro propietario de la casa en La Gasca y Carvajal, que al heredar de sus padres significaba mucho para El. En sus últimos años de vida se molestaba que su hijo haga modificaciones para poner un restaurante luego que su casa en el Valle ya modifico y no prospero el restaurante. Recuerdo los jardines, sus compañeros y queridos grandes perros, su jardinero fiel,el balcón central, el espacio de tomar sol en planta alta. donde las copas de los arboles al mecerse al ritmo del viento evocaban tal ves queja o románticas notas,
ResponderEliminarel Ingeniero Marcelo Quevedo Toro, un alma como pocas totalmente transparente, culta, caballerosa, justa de nobleza heredada. Hoy al no estar, Causa nostalgia pasar por La Gasca y Carvajal y no ver ni sentir los arboles mecerse, los perros olfatear, e imaginar la mansión de otras galas, tal parece los transeúntes ser los fantasmas hoy, mientras el espíritu del Ingeniero Marcelo Quevedo Toro sonríe ante el pronto ir y venir de la llamada modernidad, de la vida misma que se manifiesta en diferentes formas acorde a las diferentes épocas y generaciones. Espero en archivos conste esta bella casa de la familia Quevedo Toro como parte de la historia de nuestra querida ciudad de Quito en la Avenida La Gasta y Carvajal, a su transformación urbanística en el siglo 21.Hago un llamado al Municipio a mantener un archivo fotográfico histórico para que la imagen perdure en el tiempo a futuras generaciones.