jueves, 4 de julio de 2013

Estados Unidos 2: De pistas perdidas y re-encuentros. Una historia que no es de fantasmas pero podría serlo.



El 01 de julio de 2013, mi amigo Mario Zollezzi reprodujo en su página de Facebook un texto de “Runa Chay” que rezaba: 
 “2 de julio de 1874 – Aniversario del nacimiento del ingeniero peruano, Pedro Paulet”.

La frase venía acompañada de una fotografía y un texto explicativo que decía lo siguiente:


“Pedro Paulet - Precursor de la Aeronavegación a propulsión y pionero de la era espacial. Estudió en el colegio de la orden lazarista; solía salir al campo para experimentar con cohetes de arranque, a los cuales agregaba una carga constituida por pequeños animales vivos, a fin de observar el efecto que en ellos producían la velocidad o la extensión del vuelo. Ingresó en la facultad de Letras u ciencias de la Universidad (1892) pero deseoso de ampliar sus conocimientos técnicos, viajó a París (1895). A base de acero y vanadio construyó un motor - cohete de sólo 2.5 kg de peso, que afectaba 300 explosiones por minuto y ejercía una presión de 90 kg, de modo que, en principio, revelaba su aptitud para operar una propulsión a distancia. No obstante, hubo de suspender aquellas experiencias porque los vecinos se quejaron a la policía debido a los ruidos que producía su extraño aparato y la sospecha de que estuviera probando explosivos para fines anárquicos”.

Mario Zolezzi añadió más abajo: 

“Pedro Paulet, nacido en Tiabaya, Arequipa... aportó los elementos claves para que la humanidad pueda salir al espacio abierto y llegar a la Luna y a los planetas del sistema solar”.

El personaje de la foto me parecía familiar. Yo tenía la seguridad de haber visto esa cara anteriormente en algún lado. Comencé a hacer memoria y de pronto, su apellido me dijo algo.

Recordé que Tanya Theriault, había colocado en su sitio de Facebook una foto de don Pedro Paulet, acompañada de la siguiente frase:

“My great-grandfather Pedro Paulet is on Wikipedia!... Inventor of the first liquid fueled rocket engine though Goddard got the credit and graduated from my alma-mater Worcester Polytechnic Institute in Massachusetts-small world”!

Traducido al español el texto sería éste:

“¡Mi bisabuelo Pedro Paulet está en Wikipedia!... Inventor del primer motor espacial de combustible líquido; aunque Goddard recibió el crédito y se graduó de mi alma-mater el Instituto Politécnico de Worcester en Massachusetts. ¡El mundo es pequeño”!.

En la foto se leía esta información:

“Pedro Paulet - Padre de la aeronáutica y de la moderna astronáutica. Pionero de la era espacial. Nacido el 02 de julio de 1874 en Arequipa – Perú. Fallecido el 30 de enero de 1945 en Buenos Aires Argentina”.

Megan Theriault al recibir la foto colgada en Facebook por Tanya, su hija, escribió lo siguiente:

“Buenos Aires is where your maternal grandparents met!!!” (“¡¡¡Buenos Aires fue donde tus abuelos maternos se conocieron!!!”)

…y  añadió luego:

“Love the moustache”… (“Adoro el bigote…”)

Tanya escribió y envió a su madre,  algo muy sentido respecto a su bisabuelo:

“Grandaddy wasn't into the glory or prestige. He was all about the science!!! He didn't follow through to get the credit…” (El bisabuelo no buscaba Gloria o prestigio. ¡¡¡Él hacía todo, sólo por la ciencia!!!. El no lo hizo para acumular los créditos”)

Hasta ahora este relato está un poco enredado… pero ya van a ver que no es así…

Como Tanya escribió: ¡El mundo es pequeño!, y como van a darse cuenta, voy a referirme  a una historia de pistas perdidas y re-encuentros bastante extraordinarios.

Una historia que no es de fantasmas como las precedentes… ¡pero que podría serlo!...

Para facilitar las cosas tendría que remontarme a la década de los años cuarenta.

A fines de 1939, mi abuelo el conocido médico y científico, Dr. Pablo Arturo Suárez, hizo un recorrido por Chile y Argentina, para asistir a la Tercera Conferencia Internacional de la alimentación en Buenos Aires. Esa gira dio origen a su libro “A través de Chile y Argentina – Breves Notas y Comentarios”

Mi abuelo realizó ese viaje en compañía de su esposa, Agripina Chacón (a quien todos llamaban Pinita) y de sus hijos Juan y Manón -mi madre-. En esa época, mi tío era un larguirucho joven de diecisiete años y mi mamá una muchacha redondita y bondadosa de apenas trece años.

En Buenos Aires fueron recibidos por el diplomático ecuatoriano Carlos Morales Chacón, sobrino de mi abuela Pinita. Con él pudieron conocer muchos sitios de interés histórico, cultural y turístico.

Juan Suárez, Carlos Morales, Agripina de Suárez y Manón Suárez

El joven diplomático era hijo de don Carlos Morales Martín y de doña Leonor Chacón, hermana mayor de mi abuela; era el mayor de cuatro hijos de ese matrimonio; él y sus hermanos (Laura, Beatriz y Gustavo) nacieron y se criaron en Quito, en el tradicional barrio de la Loma Grande. 

En Buenos Aires Carlos conoció en esos años a una bella joven llamada Cecille Paulet -hija del arequipeño don Pedro Paulet- el ya mencionado precursor de la aeronavegación a propulsión y pionero de la era espacial.

Carlos y Cecille se “ennoviaron” primero y se casaron tres o cuatro años después de aquella visita de mis abuelos. Si no me equivoco contrajeron matrimonio en Lima, a donde Carlos fue enviado en misión luego de cumplir sus funciones en la Argentina. 

Ese matrimonio procreó tres hijos: María del Carmen, Megan y Agustín


A la primera nunca la conocí pues después de una serie de periplos por diversos países del mundo debido a la profesión de su padre, echó anclas en los Estados Unidos y allí se quedó… La familia ecuatoriana la perdió de vista y no hemos tenido ningún contacto con ella en más de seis décadas.

Agustín, en esa época un muchachito inquieto y vivaracho, que hablaba solo inglés, vino de vacaciones al Ecuador, una sola vez. Cayó por estas tierras para visitar a su padre, quien se había divorciado de Cecille. Luego de esa visita, tampoco tuvimos noticas del muchacho y hasta ahora no tengo la más remota idea de lo que haya hecho en la vida.  


Luego del divorcio, Cecille y sus hijos menores se establecieron en la ciudad de Pensacola en el estado de Florida. Carlos regresó a Quito se jubiló de la cancillería y años después se casó con Emmita Guarderas, una señora de su edad… Originalmente la pareja vivía en un pequeño departamento en la Colón y Coruña, con frente a la plazoleta de Artigas; luego compraron una propiedad en Santo Domingo de los Colorados para aprovechar los años que les quedaba de vida, en medio de la paz y sano ambiente del campo. No recuerdo la fecha de su fallecimiento pero acompañé a los dos, primero a él y luego a ella, hasta su última morada terrenal.   

La segunda de los hijos de Carlos y Cecille, una guapa muchacha llamada Megan, vino al Ecuador a principios de los años setenta para visitar a su padre, cuando Carlos vivía justamente a ese departamento de la Plaza Artigas.

Megan era más o menos de mi edad y varios primos -todos contemporáneos- nos convertimos en sus inseparables acompañantes, para que ella pudiera conocer Quito y descubrir el país.  

Cabe anotar que mi abuela Pinita tenía otra hermana, llamada Lucía; a quién todos llamábamos mamamita. Ella fue casada con don Enrique Holguín y tuvo tres hijos: Enrique, Mary y Lucha; esta última de la misma edad que mi mamá y muy querida compañera y confidente de ella. Lucha se casó con Alberto Correa –a quién todos llamábamos Beto- y tuvo a su vez cuatro hijos: Enrique Alberto, Francisco, Gustavo y José. 

Los tres últimos, a quienes conocemos hasta ahora como Paquico, Pollo y Pepe (todos más o menos de mi edad), son los primos que se sumaron a mí y a mi hermano Jaime, en esa agradable función de guías turísticos, para hacer más placentera la permanencia de Megan en estas tierras…

Con Pepe y con Liliana su enamorada, llevamos a Megan al clásico recorrido a la “Mitad del Mundo” para que pudiera fotografiarse junto al monumento a la “Línea Ecuador”, con un pie en el Hemisferio Norte y el otro en el Hemisferio Sur.


Pepe Correa, Liliana Lanfranco, 
Megan Morales y Mario Vásconez
Con Pollo y Jaime llevamos a Megan al parque Nacional Cotopaxi, a la feria de Pujilí, a Latacunga y a Ambato, la tierra de nuestras tres abuelas…

Pollo Correa, Megan Morales y Mario Vásconez

Megan nos hizo conocer a “Simon & Garfunkel” ese fantástico dúo de “folk-rock” cuyas canciones más conocidas “The Sound of Silence” y “Mrs. Robinson” hicieron furor en esos años.

También nos puso en contacto con intérpretes formidables como Engelbert Humperdinck y Tom Jones.

Pollo y Pepe Correa con Megan
en el Cotopaxi
Con Megan escuchamos por primera vez, una interpretación en ingles de la famosa canción peruana “El Cóndor Pasa”. Paul Simon realizó esa versión con el título “If I Could" que fue  incluida en el disco de “Simon & Garfunkel” titulado “Bridge Over Troubled Water” (Puente sobre agua turbulenta) que Megan trajo de Estados Unidos y nos apasionó sobremanera.

Era la época hippy, Megan usaba largas camisas de la India, jeans y sandalias de cuero…

Mario, Megan y Pollo 
en Lligo - Patate
Creo que todos estábamos enamorados de la prima… Paquico que era el mayor, quizás un poco más… pero todos nos desvivimos por organizar paseos y recorridos para que la “primita” se encariñara con la patria.

Fueron días muy agradables de los que guardo afectuosos y cálidos recuerdos.

Luego de dos o tres semanas en el Ecuador, Megan regresó a Pensacola. Parece que en una ocasión regresó al Ecuador pero no la pude ver pues estuve de viaje en algún lado.

La perdí de vista y nunca más volví a saber de ella.

Treinta y cinco años más tarde, hace algo más de dos, buscando unas viejas fotos que pertenecieron a mi abuela Pinita, para ilustrar alguno de estos relatos, di con un pequeño sobre dirigido a ella. Era un sobre proveniente de un pueblo llamado Deerfield en Estados Unidos, y fue puesto en el correo en 1981. En la parte posterior del sobre se leía el apellido del remitente y su dirección. El sobre fue enviado por alguien de apellido Theriault, pero ese nombre no me decía nada. 



En el interior había una pequeña tarjeta -de esas que se suele enviar por navidad y año nuevo- y escrito con bolígrafo de tinta azul, se podía leer en español:

“Pensando en todos con mucho cariño. Feliz Navidad y Próspero año Nuevo”
La tarjeta estaba firmada por “Roberto, Megan, Tanya y Shayn”.


Al leer el nombre de Megan en esa tarjeta asumí que se trataba de Megan Morales, la primita…

Se había casado con un caballero de apellido Theriault y según se podía deducir, la pareja tenía dos hijos: Tanya y Shayn.

Comencé a buscar estos cuatro nombres en Internet y no pude dar con Roberto Theriault. 
Encontré alguien en Facebook llamada Megan Theriault y le escribí pero no obtuve respuesta alguna. 

Seguí buscando… di con cuatro personas que se llamaban “Tanya Theriault”. Escribí a las cuatro un texto que decía lo siguiente:


“Hi Tanya

Are you a relative of Megan Theriault? Megan’s grandmother and my grandmother were sisters. For 35 years I have not news from Megan. I would like to be in touch again. I have sent her a message by Facebook with not answer at all. Can you help me?

Regards
Mario Vásconez”


"Hola Tanya

¿Eres pariente de Megan Theriault? La abuela de Megan y mi abuela eran hermanas. Durante 35 años no tengo no noticias de Megan. Me gustaría entrar en contacto de nuevo. He enviado un mensaje por Facebook sin ninguna respuesta. ¿Me puedes ayudar?

Recuerdos
Mario Vásconez”


Dos de esas personas no me contestaron, otra me puso una escueta nota en la que me decía que estaba equivocado y la cuarta resultó ser la hija de Megan.


La verdadera Tanya me contestó lo siguiente:


“Hola Mario!

Yes, I am Megan Theriault's daughter. Nice to meet you.  I am 33 years old and I currently live in Dallas, Texas. I am finishing my child and adolescent psychiatry fellowship and then will be moving back to Pensacola, Florida where my mother and brother and sister's live. It is nice to finally make contact with some our southamerican family) If you send me your address I can send you pictures of the family”.


“¡Hola Mario!

Sí, yo soy la hija de Megan Theriault. Un gusto conocerte; tengo 33 años y actualmente vivo en Dallas, Texas. Estoy terminando mi beca de psiquiatría infantil y adolescente y luego me trasladaré nuevamente a Pensacola, Florida, donde viven mi madre, mi hermano y mis hermanas. Es bueno finalmente hacer contacto con alguien de nuestra familia de América del sur. Si me envías tu dirección te puedo enviar fotos de la familia”.

Me envió su dirección, su teléfono y su conexión en skype.


Le respondí ensegida:

Hola Tanya

Great to get news of you!... Yes, please send me some pictures; iIt should be nice to exchange bits and news, after so many years.

It would be also great to get some news about your mother. Do you speak Spanish?

Mario


Hola Tanya

¡Fantástico recibir noticias tuyas!... Sí, por favor, envíame algunas fotos; va ser agradable intercambiar bits y noticias, después de tantos años.

También sería fantástico escuchar de tu madre. ¿Hablas español?

Mario


Ahora soy amigo de las dos en Facebook. 



Por ese medio nos enteramos de tanto en tanto, de las noticias recientes de nuestras familias; intercambiamos fotos y algunos comentarios respecto a hijos y nietos.

Megan me mandó fotos recientes y yo envié una en la que estamos todos los “primitos” de esa época… con 40 años y 40 kilos adicionales.

Jaime Vásconez, Paquico Correa, Pablo Suárez, Vicente Ottinger, Mario Vásconez, Pepe Correa, Lucho Suárez, Pollo Correa y Juan José Suárez.

Hace poco Tanya tuvo su primer bebé (el tataranieto de don Pedro Paulet); se llama Elliot y es precioso. 



Unos pocos días antes de su nacimiento, Tanya me escribió para pedirme que tradujera una frase que quería pirograbar en español en una tablita de adorno para el cuadro de su hijo…



Espero que cuando el pequeño Elliot sea un poco más grande… él, su madre y su abuela, puedan visitar el Ecuador… para que estos re-encuentros por Internet puedan hacerse realidad en tierras ecuatorianas.

martes, 2 de julio de 2013

Ecuador 58: Los fantasmas de CIUDAD en la sede de la av. La Gasca y Carvajal.



Como ya he relatado, en febrero de 2013 tomé la decisión de jubilarme y dejé mi trabajo en el Centro de Investigaciones CIUDAD. Ese hecho me ha llevado a evocar varias anécdotas de mi paso por esa querida institución; entre otras cosas estuve recordando las distintas sedes que CIUDAD tuvo desde su creación hasta mi jubilación.

Al asunto de las sedes me voy a referir en las líneas siguientes; pero en realidad el tema que quiero relatar en esta oportunidad, hace relación a otra historia de fantasmas. 

En dos relatos anteriores he contado algo sobre los fantasmas de la Casa de la Hacienda Piedrahíta en el Parque Itchimbía y los de la Casa de la Hacienda Miraflores en el Parque Guangüiltagua. Ahora voy a desempolvar viejos recuerdos de los fantasmas que nos acompañaron en la sede de CIUDAD en la avenida La Gasca.

El  nombre completo de CIUDAD es “Centro de Investigaciones de Urbanismo, Arquitectura y Diseño”, pero el nombre corto con el que se le conoce es “Centro de Investigaciones CIUDAD” o simplemente “CIUDAD”. 

Desde su constitución hace casi cuarenta años las oficinas de CIUDAD han permanecido siempre en el sector de la avenida La Gasca. 


Como ya conté en un relato anterior, CIUDAD comenzó a operar como un grupo de estudio y discusión de los problemas sociales y urbanos a fines de 1976. Se constituyó formalmente con el largo nombre ya mencionado el 4 de agosto de 1977 y se instaló en una oficina de apenas una habitación y un pequeño medio baño, en la calle Fernando de Santillán y Av. La Gasca. 

Allí permaneció por casi un año.

Luego CIUDAD se mudó a un departamento más amplio en la segunda planta de una casa vieja ubicada sobre la calle Adolfo de Valdez entre Humberto Albornoz y Núñez de Bonilla, en el extremo occidental del Parque Italia. 

En esta sede funcionó por varios años; desde inicios de 1978 hasta mediados de 1985. 


Cuando ya teníamos un reconocido prestigio, nos trasladamos a una casa señorial ubicada en la avenida La Gasca y Gaspar de Carvajal en donde CIUDAD funcionó por ocho años, entre 1985 y 1993.

De pie: Patricio Velarde, Susy Mera, Raúl Borja, Mario Vásconez, Henriette Hurtado, Mónica Manrique, Rodrigo Barreto, Ximena Viteri, Jaqueline Villagomez, Amada Patino, Marcelo Buitrón, Jenny Maldonado, Jorge García y Esther Carrión. Abajo: Mario Unda, Silvana Ruiz, Fernando Galarza, Diego Carrión, Anita García, Ana Lucía Alvear y Ramón Torres.

De allí nos movimos a la calle Meneses y La Gasca donde hemos permanecimos por casi dos décadas (salvo un breve período en algo más de dos años, cuando nos mudamos a la calle Martínez Mera, en el sector del Batán Alto, mientras administrábamos el Parque Guangüiltagua). 

Originalmente la calle de esta sede se llamaba Fernando Meneses y ese nombre constaba en nuestros papeles membretados y en todos nuestros libros y documentos oficiales. Sin embargo cuando adquirimos esa edificación y realizamos algunas adecuaciones y ampliaciones, al hacer los trámites de escrituración y registro de la propiedad, el Municipio descubrió que la calle se llamaba en realidad Arturo Meneses y procedió a cambiar la nomenclatura urbana lo cual nos llevó a cambiar la dirección postal en todos nuestros documentos y publicaciones.

Pero volvamos al tema que nos ocupa.

La casa de la Gasca y Carvajal, perteneciente a la familia Quevedo Toro, era una mansión con enormes espacios interiores, grandes chimeneas y amplios jardines. A la muerte del propietario original, doctor Alberto Quevedo, sus herederos la arrendaron en distintos períodos, primero como residencia de la Embajada de Bélgica y luego como oficinas y sede de la Embajada del Perú. No tengo una noción cabal del período en los que estas representaciones diplomáticas ocuparon la casa pero debe haber sido entre los años setenta y ochenta.

De pie: Esther Carrión, Jenny Maldonado, Lurdes Ayala, Amada Patiño, Henriette Hurtado, Mónica Manrique, Raúl Borja, Jaqueline Villagómez, Jorge García, Susy Mera, Rodrigo Barreto, Ximena Viteri, Mario Vásconez, Mario Unda y Silvana Ruiz. Abajo: Marcelo Buitrón, Diego Carrión, Fernando Galarza, Ramón Torres, Anita García, Ana Lucía Alvear, Nancy Sánchez y Patricio Velarde.

En algún momento de esa etapa, los propietarios hicieron una ampliación en el costado occidental de la casa; una suerte de residencia anexa que compartía con la casa principal el acceso vehicular y parte de los jardines, tanto hacia la avenida La Gasca al sur cuanto hacia un enorme patio de césped en el límite norte del predio. Parece que en ese anexo funcionaron las oficinas del consulado y en la gran casa central la residencia del embajador durante el período en que esta propiedad albergó la Embajada del Perú.

Cuando el ingeniero Marcelo Quevedo Toro, nos arrendó la propiedad años después para el funcionamiento de las oficinas de CIUDAD, se reservó la casa anexa para almacenar los muebles originales de la casa. 

Sin embargo nos advirtió que nos dejaba dos finos muebles, pidiéndonos que los cuidáramos con esmero no solo por ser valiosas piezas de anticuario sino también por el valor sentimental… ya que habían pertenecido a sus padres.

Así pues, antes de desembarcar con nuestras pertenecías en esa casa, disponíamos ya de una enorme mesa de reuniones (la mesa de comedor de la familia Quevedo, que fácilmente tenía cabida para veinte personas) y un antiguo piano vertical de color negro que por su peso fue más fácil dejárnoslo que tratar de moverlo a la otra casa ahora transformada en bodega.

Lo que no nos advirtió fue que también nos dejaba en esa casa los fantasmas.

Todos quienes laboramos en CIUDAD en esos años tuvimos la oportunidad de “ver”, “sentir” o “escuchar algo” relativo a los moradores “no materiales” de esa casa.

Quien podía testimoniar con lujo de detalles sobre la presencia de unas “entidades” que se escabullían por todo lado en esa edificación, era Miguel Samaniego, quien comenzó a trabajar en CIUDAD como ayudante de oficina y mensajero, aunque luego se especializó en diagramación y diseño de nuestras publicaciones. 

Cuando Miguel pasó al grupo de los serios y se casó con María Luisa Mantilla, a quienes todos conocíamos como “Pochi”, adecuamos un par de habitaciones de la casa, transformándolas en un pequeño departamento, para que la pareja pudiera redondearse sus ingresos asumiendo también las funciones de conserjes de la oficina. 

Cuando negociamos este acuerdo, los dos estuvieron felices de resolver por esa vía el tema habitacional y poder vivir y trabajar en esa casa. Lo que no sabían es que iban a compartir su morada con varios habitantes “del más allá” que se asomaban de improviso a cualquier instante, ocasionando más de un sobresalto a la pareja.

Miguel y Pochi nos relataban que en las noches era frecuente oír ruidos extraños, les parecía que alguien caminaba por las habitaciones de la planta alta, escuchaban que los peldaños de la grada crujían como si alguien subiera o bajara por ella, o sentían que las puertas se abrían o se cerraban sin que nadie estuviese por allí para poder explicar la causa de aquellos ruidos y movimientos.

Parece que en las primeras noches que pasaron en su nueva morada, los dos se encerraban en el dormitorio presos de pánico cuando escuchaban esos extraños ruidos… Al principio estaba convencidos que un ladrón había ingresado a las oficinas de CIUDAD… pero a la mañana siguiente todo era paz y tranquilidad… no había señal alguna de visitantes no deseados… 

La pareja nos relataba un tiempo después, que Pochi llegó a enfermarse… casi no dormía en las noches y tenía alterados sus bioritmos pues sólo lograba dormir en las mañanas, ya con la luz del día… las noches eran para ella, motivo de pánico y permanente zozobra.

Sin embargo poco a poco se fueron adaptando a estas “misteriosas presencias” y aprendieron a no temerlas y a convivir con ellas. 

Nunca vieron algo que podría calificarse como un fantasma o una sombra… pero ambos coincidían en que su presencia se sentía por toda suerte de ruidos, súbitas ráfagas de aire un tanto frio o por movimientos rápidos como si alguien pasara de forma furtiva por detrás.

Susy Mera, nuestra secretaria,  juraba y re-juraba que en múltiples ocasiones al llegar a la oficina en la mañana encontraba funcionando su máquina de escribir eléctrica, cuando ella estaba segura de haberla apagado el día anterior. Al principio llegó a sospechar que Miguel o Pochi habían usado la máquina y luego, habían olvidado apagarla… pero no… La molesta situación se repitió tantas veces que más bien optó por dejar desconectada el cable de la alimentación eléctrica.

Yo mismo puedo dar testimonio de varias situaciones miedosas e inexplicables que pude vivir en esa casa de La Gasca.

En esos años las computadoras recién había comenzando a ser usadas en las oficinas… En CIUDAD adquirimos una IBM a mediados de1985 para el procesamiento de la información de mi estudio sobre la “Movilidad Urbana en los Barrios Populares de Quito”. Justamente Pochi vino a trabajar digitando los datos de esa encuesta y así conoció a Miguel…

Esa IBM la adquirimos en una oficina que mantenía mi amigo Víctor Hugo Donoso… era lo más moderno de la época… aunque ahora cualquier teléfono celular es más rápido y con más funciones que aquel viejo aparato que carecía de disco duro. Para ponerla en marcha había que cargar el “sistema operativo” llamado “DOS-2.1”, mediante un disquete flexible de 12”; una vez cargado ese programa de arranque, se podía usar un “Excel” rudimentario llamado “Lotus-123” o un incipiente programa de tratamiento de textos llamado “Word-Star” que también se cargaban mediante sendos “discos de programa”. Toda la información trabajada se debía guardar en discos flexibles de limitadísima capacidad… pero todo era así en esa época. 

A fines de 1985 compré la primera IBM portátil que salió al mercado: un enorme armatoste del tamaño y el peso de un CPU contemporáneo con una pequeña pantalla monocromática incorporada y un teclado convencional que se abría a manera de una tapa en uno de sus costados. Ese aparato tampoco tenía disco duro… disponía de dos ranuras para lectura de discos flexibles y se encendía y operaba como he resumido en líneas anteriores.

A principios de 1986 cuando empezamos las actividades de un enorme proyecto llamado URBECU (Urbanización y Políticas Públicas en el Ecuador) que emprendimos en CIUDAD merced a un convenio con el IDRC del Canadá, pudimos comprar dos computadoras adicionales  

Esas cuatro máquinas fueron dispuestas en pequeños cubículos en la parte central de uno de los grandes dormitorios que tenía la casa de La Gasca. Los textos e informes los escribíamos a mano y luego usábamos las computadoras como máquinas de escribir para poder “pasar a limpio” los textos escritos. Hicimos un horario de uso de las máquinas y todos respetábamos los turnos asignados para poder utilizarlas. 

Éramos más de treinta investigadores y asistentes de investigación pero en esa época era impensable el disponer de una computadora personal para cada uno de nosotros… Había que adaptarse a las circunstancias.      
   
Un día, ya bien entrado la tarde, estaba yo en uno de los cubículos usando uno de los computadores cuando sentí que otra persona llegaba y sin decir nada encendió tanto la luz como el computador del cubículo del otro lado… Saludé sin haber visto de quien se trataba, pues las divisiones si bien estaban dispuestas hasta media altura, estando sentados nos cubrían bastante más arriba que la altura de los ojos…


Traté de averiguar quién había llegado y volví a dirigirle la palabra… pero no obtuve respuesta… Salí de mi cubículo, di la vuelta al otro lado de estas divisiones modulares y encontré efectivamente la luz y la computadora prendidas en el cubículo adyacente… pero no había nadie…


En otra ocasión estaba trabajando en ese local… cuando sentí pasos y percibí que alguien pasaba a mis espaldas, hacia una oficina en la que trabajaban José Luis Coraggio y Rosa María Torres…  asumí que no saludaron al pasar, pues posiblemente no se percataron que yo estaba en uno de los cubículos… así que me levanté y me dirigí a su oficina para ver cuál de ellos había llegado y poder saludarlo… sin embargo al ingresar luego de haber tocado la puerta sin obtener respuesta, me percaté  que la oficina estaba vacía…¡allí no había nadie!...

En otras ocasiones (eso me pasó a mí y a muchos de mis colegas)… escuchábamos que alguien subía por la grada, oíamos pasos por el corredor abalconado con vista al ingreso principal donde funcionaba la secretaría y la sala de espera y se dirigía hacia esa sala de cómputo… salíamos a ver de quién se trataba… y por supuesto no encontrábamos a nadie… 

Esa casa era realmente bastante miedosa…

Cuando todos habíamos pasado por alguna de estas experiencias “paranormales” comenzamos a  indagar cuál podía ser el origen de estas “percepciones inexplicables”. 

Creo que un viejito que trabajaba para los dueños de casa, encargándose de ciertas reparaciones menores (una teja corrida en la cubierta, una filtración, o algún daño en el enlucido o en la pintura) fue quién nos dio luces sobre el asunto.

Este señor asomaba de tanto en tanto por la oficina para “ver si no se nos ofrecía algo”… Un día le consulté sobre el tema de los fantasmas… pensando originalmente en el doctor Quevedo o en su esposa quienes tal vez no apreciaban que estuviésemos ocupando su casa como oficina… pero el buen hombre me tranquilizó pues dijo que no se trataba de los espíritus de los antiguos propietarios…

- “Para mí (dijo) debe ser alguno de los muertos de las embajadas”…

Al pedirle más información y mayores precisiones sobre esos “muertos” el viejito nos contó que cuando en la casa funcionaba la Embajada de Bélgica hubo allí un crimen pasional… no recordaba detalles pero parece que hubo un enredo amoroso entre una dama de esa nacionalidad y un caballero de algún otro país… parece que el marido agraviado quiso hacer justicia por mano propia y el asunto terminó con un cuerpo ensangrentado en uno de los grandes salones de esa casa… Todo se tapó a nivel diplomático y el problema no pasó a mayores… pero, según ese relato, por allí puede estar el origen de uno de los moradores que seguían “penando” en esa casa.  

Según este veterano, el otro posible fantasma correspondería a otro caso fatal, que se verificó en la casa cuando ésta fue arrendada a la Embajada del Perú.

Una mañana el embajador debía salir bastante temprano pero su chofer no se presentó en la mañana como era su costumbre. Cuando el diplomático salió al exterior para verificar si su empleado había llegado, lo encontró pendiendo de la rama de un gran árbol de molle en el jardín frontal de la casa. Se había suicidado.

Con esta información no nos quedó dudas del origen de “nuestros fantasmas”… nos acostumbramos a su presencia etérea y aunque a veces nos asustaban… nunca nos molestaron realmente ni nos causaron daños.

Dejaron de aparecer y de asustarnos allá por 1980. 

En esa época Diego Carrión invitó a trabajar en CIUDAD a nuestros amigos Eduardo Kingman y Ana María Goetchel.


Ana María estaba haciendo una maestría en la FLACSO y nos pidió autorización para escribir su tesis en la oficina usando una, de las mentadas, computadoras durante las noches. 

Llegamos a un acuerdo. Ella se quedaba en la oficina después del trabajo y se dedicaba a sus tareas personales cuando ya no había demanda de esos equipos para actividades institucionales.

Ana  María contaba que al principio casi no podía avanzar en su trabajo… escuchaba pasos, sentía movimientos imperceptibles, oía crujir la grada, en varias oportunidades escuchó acordes en el piano o que se prendía la máquina de escribir de Susy en la recepción y, en no pocas ocasiones, sintió una especia de brisa helada en el cuello, que le hacía erizar los pelos… cuando eso acontecía, saltaba de su silla despavorida y abandonaba la oficina a  pasos apresurados.

Cuando el plazo para la entrega de su tesis estaba próximo a cumplirse, ella no había podido avanzar mucho pues le terror pesaba más que su responsabilidad sobre el trabajo… se sentaba a escribir, escuchaba estos extraños ruidos y salía con pánico de CIUDAD hacía el calor reconfortante de su casa.

Se propuso superar sus miedos y trabajar en la tesis a pesar de las presencia de esas “volátiles entidades” que la perturbaban… Pero las “manifestaciones“, seguían evidenciándose…

Una noche sintió que se prendía la máquina de escribir y el motor comenzaba a roncar sabiendo que nadie más estaba en la oficina a esas horas…

En esa oportunidad no sintió miedo, furiosa salió al corredor que dominaba la secretaría y les pegó una buena raspa a los fantasmas…

Gritándoles, les explicó que “con sus jugarretas ella no avanzaba en su trabajo”…, que “asustándola estaban logrando que no entregara su tesis”;… que “tenía hijos pequeños a quienes abandonaba para poder ir a la oficina a trabajar y que no podía hacerlo por le miedo que le ocasionaban”…, les mencionó que “el plazo para entregar la tesis estaba próximo, y si no lo cumplía tendría que posponer su graduación un año más”… les contó que en ese caso, “ella ya no tendría beca ni recursos para terminar su estudios”…

Casi llorando, les imploró “que la dejaran trabajar en paz”… les dijo que “ella no les molestaba ni les causaba daño alguno”… así que les pidió -con voz recia que rayaba casi en  autoritaria- que hicieran lo propio: “que dejaran de molestarla y de causarle zozobra”…que ella “quería acabar su tesis y punto”… 

Dicho eso volvió a su silla y siguió trabajando en paz…

Los fantasmas nunca volvieron a molestarle… y tampoco lo hicieron con ninguno de nosotros hasta que dejamos la casa en 1993.

Según me contó Marcelo Quevedo años más tarde, nos pidió la casa porque un amigo le propuso establecer allí un negocio de funeraria y salas de velaciones…

Todo estaba arreglado… averiguaron y todo iba a ser muy fácil… crear la compañía, obtener los permisos de refacciones y de operación… adquirir carrozas y equipamiento, contratar al personal… 

Pero una vez que salimos todo se comenzó a enredar… nada de lo planificado pudo cumplirse como habían previsto… Finalmente ese “negocio” fracasó…

Supongo que nuestros “fantasmas” no quisieron compartir el predio con ningún otro personaje venido en ataúd en una reluciente carroza negra recién comprada…

Simplemente lo impidieron.

Marcelo Quevedo y su familia terminaron mudándose a vivir en esa casa. No lo he visto últimamente así que no sé si sus moradores no corpóreos los han dejado en paz…

Como ya dije en los relatos anteriores…

¡Nadie entiende estos asuntos!… 

Y, como decía un entendido: - “yo no creo en los fantasmas… pero que existen, existen…” 
     
¿Cómo mismo será?... ¿eh?...