Como ya he relatado, viví en México desde fines de 1978 hasta
principios de 1981. Viajé a ese país para cursar una maestría en la Escuela de
Arquitectura de la UNAM.
México fue un corte fundamental en mi vida. Como ya he mencionado, me
alejé de la familia, de la novia, de los amigos, de Quito, del Ecuador, de la
vida universitaria de pre-grado…, allá viví maravillosas experiencias, conocí
un mundo diferente, enfrenté retos y responsabilidades y de alguna manera dejé
mi primera vida de joven-estudiante-arquitecto-recién-graduado y pasé a ser
joven-arquitecto-recién-graduado-con posgrado comenzando a ser adulto.
Me fui con un “chimbuzo” de marino al hombro, con algo de ropa y un montón
de sueños… y regresé casado (con la misma novia que dejé por acá), con una
hija, un carro, muebles y enseres, un perro, una guitarra, la satisfacción de
haber superado una meta, algo más de experiencia y un montón de
responsabilidades.
Como conté también en un relato anterior, durante mi primer año en
México, compartí el departamento con la familia Escandón, Jorge, Emma y sus
hijos Jorge Alberto y María Belén y mi amigo Hernán Burbano que también se
había lanzado al reto del posgrado en la UNAM.
Durante ese primer año, Marie Thérèse, la novia que había dejado en
Quito vino a visitarme en dos ocasiones.
En julio de 1979 decidimos que viniera definitivamente para juntarse a
mi aventura mexicana y a iniciar nuestra aventura como pareja.
Sin embargo conseguir un lugar donde vivir no era nada fácil en México.
Buscábamos un departamento cuyo arriendo no fuese demasiado caro,
cercano a la UNAM y de ser posible amoblado pues no teníamos ni muebles ni
enseres de ningún tipo… ni una cacerola para calentar un par de tazas de agua.
En la zona más próxima a la universidad no había muchos departamentos
libres pues la demanda era enorme. Más tardaba en desocuparse un departamento
-o en ofrecérselo en arriendo- que en arrendárselo casi de inmediato. Había una
enorme demanda en esa zona. Los precios tampoco eran baratos y los propietarios
muy exigentes en una serie de aspectos; lo más complicado era que, a más de una
garantía en metálico, exigían la firma de un “fiador o garante” con un
sinnúmero de requisitos, entre otras cosas debía ser mexicano, profesional, con
ingresos fijos y propiedades en el Distrito Federal.
La cantidad de documentación que se debía tener lista en una carpeta,
siempre actualizada, para poderla presentar al propietario, era colosal.
Luego de que Marie Thérèse llegó a México comenzamos a buscar un
departamento en arriendo, pero a la vez decidimos que debíamos hacer un
esfuerzo y emprender un periplo por Francia para que ella pudiera preséntame a
su familia… así que planeamos viajar en Septiembre, permanecer en Europa
alrededor de un mes y a nuestro regreso, en octubre, podríamos seguir en la
búsqueda de nuestra morada…
Como he relatado, en esa época, el Embajador del Ecuador en México era
el doctor José Ricardo Martínez Cobo, tío de mis primos Suárez y muy amigo de mi padre y de mi tío Juan, su
cuñado.
Yo también le llamaba “tío Pepe” al igual que sus sobrinos y siempre
fue enormemente afectuoso con nosotros.
A fines de julio recibí una llamada de la Embajada del Ecuador. Me
invitaban a una recepción por la celebración del 10 de Agosto, fiesta patria en la
que se conmemora el primer grito de la independencia. Como Marie Thérèse ya
había llegado para vivir conmigo en México decidí que vendría conmigo a esa
invitación para presentarla a Pepe y a su esposa Maria Elena.
Como he relatado, en esas invitaciones Pepe recibía a los invitados en
la puerta… a todos los saludaba con fuertes y sonoras palmadas en la espalda,
les agradecía su presencia y les invitaba a pasar para disfrutar de la
recepción. Le presenté a mi novia y él
la saludo muy atento… le dio un beso en cada mejilla y encantador y galante le
dijo: - “bienvenida, guapa… que gusto conocerte”… y dirigiéndose a los dos, nos
hizo un gesto de cordial bienvenida señalando hacia el interior con las manos,
a la par que nos dijo: - “¡Bienvenidos!... pasen, pasen”…
Saludamos con María Elena, a ella también le presenté a Marie Thérèse y
nos sumamos a un grupo que departía en medio de la sala.
En el grupo estaban también dos personas de edad, el doctor Alejandro
López Saá y su esposa Teresita Valdiviezo, con quienes congeniamos de inmediato.
El doctor López, al enterarse que yo era de origen ambateño, me preguntó mi
nombre…y cuando se enteró que yo era nieto del doctor Pablo Arturo Suárez, me abrazó
de forma efusiva….
-“¡Nieto de mi maestro”, de mi querido Pablo Arturo!”…, dijo. – “¡Increíble!”…
-“¡Cómo es pequeño el mundo!”… añadió.
Como ya he relatado, parece que él fue alumno de mi abuelo en la Facultad
de Medicina de la Universidad Central y luego su colaborador y colega en el departamento
médico del Instituto de Previsión Social, de la antigua Caja del Seguro, el
actual IESS.
Me comentó que había vivido muchos años en América Central y luego en
México trabajando para la Oficina -luego Organización- Panamericana de la
Salud, la actual OPS. Estaba jubilado y vivía seis meses en México y seis en
Ecuador, aunque de tanto en tanto se daba con su esposa Teresita una escapadita
a diferentes confines del mundo.
Me preguntó qué desde cuando estaba en México y qué hacía en esa
ciudad… le expliqué de mi posgrado y de la decisión que habíamos tomado con
Marie Thérèse de vivir juntos a partir de septiembre luego del viaje que
habíamos previsto realizar a Francia.
Me preguntó si ya teníamos departamento y le respondí que no lo
habíamos conseguido aún pero que íbamos a buscar uno a nuestro regreso.
Me comentó que ellos también iban salir de viaje primero al Ecuador y
luego en una gira por diversos países del Asia por varios meses… así que nos
propuso dejarnos su departamento prestado, sin pago alguno…
Yo le agradecí, pero le repliqué que no podía aceptar un arreglo de ese
tipo… le mencioné que valoramos su gentileza y confianza pero que no podíamos
aceptar el no pagar nada, como él proponía.
Nos propuso que pagásemos los servicios (agua, electricidad, teléfono)…
Yo volví a agradecer pero insistí en que deberíamos fijar un canon de arriendo
justo para ellos…
Por fin acordamos que le pagaríamos un monto mensual, más el pago de
los servicios y los gastos de condominio. Las facturas las pagaríamos mensualmente
a través del banco, la cuota del condominio al conserje y el monto del arriendo
debíamos depositarlo a principios de mes en una cuenta suya, cuyo número me dejaron
para tal efecto.
A fines de agosto, antes de nuestro viaje y del suyo, nos invitaron a
almorzar para conocer el departamento, presentarnos al conserje, dejarnos
copias de las llaves y de las facturas de pago de los servicios.
El departamento de los esposos López se ubicaba en la Colonia Hipódromo
Condesa, un conocido barrio residencial de México, que se desarrolló
precisamente luego del fraccionamiento del antiguo hipódromo cuya zona central dio
origen a un bello parque y la pista a la
actual avenida Ámsterdam.
El hipódromo funcionó allí hasta la revolución mexicana; en 1920 se
autorizó la urbanización (el fraccionamiento, como dicen en México) de esos
terrenos y allí nació la Colonia “La Condesa”.
Este barrio fue concebido con amplios bulevares y avenidas con parterre
central, redondeles (glorietas como les dicen en México), bellas fuentes y dos
grandes parques, el Parque España y el Parque México. El espacio asignado para
áreas verdes era casi del 40% de la
superficie. Por ello fue por muchos años, una de las zonas residenciales más
atractivas de la ciudad.
Desde 1927 la Colonia Condesa, fue el asiento de la clase media alta de
la capital mexicana, así como de muchas colonias extranjeras asentadas en la ciudad
(española, argentina, alemana, judía e inglesa). La “Condesa” fue famosa por
sus construcciones Art Déco, sus parques y sus hermosos árboles y jardines,
Ahora se ha convertido en el barrio bohemio y gastronómico de México;
la zona es conocida por la gran cantidad de cafés, librerías, restaurantes,
galerías y boutiques que alberga, así como por su vida cultural y nocturna.
Entre los personajes famosos que han habitado la colonia Condesa destacan
la fotógrafa Tina Modotti, la actriz Dolores del Río, el compositor Agustín
Lara, el arquitecto Teodoro González de León el comediante Mario Moreno
"Cantinflas" y el ensayista y novelista José Joaquín Blanco.
El departamento del doctor López era el 402, del edificio situado en el no. 39 de la calle Culiacán, una vía tranquila, llena de árboles, ubicada entre las calles “Aguas
Calientes” y “Tlaxcala”, a dos cuadras de la famosa Avenida Insurgentes y a
igual distancia, del Eje 3-Sur “Baja California”.
El vecindario estaba muy bien servido por transporte público, tiendas,
almacenes, supermercados, farmacias y comercios de todo tipo.
El departamento se
hallaba muy cerca de la tienda de departamentos “El Palacio del Hierro” que se
edificó en los terrenos de la célebre plaza de toros “El Rodeo de la Condesa” y
próximo al famoso “Teatro de los Insurgentes”, cuya fachada ostenta el célebre mural
de Diego Rivera de 46 metros de largo por 10 de alto denominado "El Teatro
en México" cuyo personaje central es Cantinflas demandando dinero a los
ricos para entregárselo a los pobres.
El departamento ubicado en el cuarto piso, tenía un amplio espacio de sala-comedor todo alfombrado,
con un balcón integral hacia la calle Culiacán y dos dormitorios también
alfombrados, uno con cama matrimonial, cuya amplia ventana daba también hacia
esa calle y otro, provisto de dos camas para huéspedes, con vista hacia un bello
jardín arborizado de una lujosa casa vecina. En sus amplios céspedes era un
espectáculo ver corretear a tres galgos afganos de colores diferentes, cada uno
más elegante y sofisticado que otro.
Junto a este dormitorio, el departamento disponía de una bonita sala de
baño dotada de una división acristalada que separaba la tina y el inodoro de un
mesón con lavabo provisto de un amplio espejo integral.
La cocina era pequeña pero confortable y luminosa. Los esposos López
nos dejaron todos su utensilios, ollas, cacerolas, peroles, cubiertos, vajilla,
electrodomésticos además de nevera, cocina eléctrica, horno y lavadora de ropa.
En el último piso disponíamos de una amplia bodega, un tendedero de
ropa en la terraza y un garaje en el subsuelo. El edificio tenía elevador y
conserje las 24 horas del día.
Cuando fuimos a conocer el departamento nos dimos cuenta que su decoración
y mobiliario eran más bien de corte clásico; pero luego cuando nos mudamos para
allá en octubre de 1979, decidimos hacerle varios cambios para transformarlo en nuestra morada.
Pasamos los muebles del dormitorio principal hacia el dormitorio que
daba hacia atrás, para que nos no molestara el ruido de la calle.
En el primer dormitorio hice mi estudio; usando como escritorio la
amplia mesa del comedor y ubicando allí una banca y dos sillones de la sala a
manera de una pequeña salita de estar; el espacio quedó perfecto para poder
leer, estudiar y hacer mi tesis. Sacamos las cortinas pesadas y dejamos sólo
los visillos semitransparentes para poder disfrutar de una estupenda vista a
los magníficos árboles que llegaban hasta ese nivel desde la calle.
Armamos un pequeño espacio para comedor (usando cuatro sillas y una
mesita para juego de cartas que encontramos en la bodega) y un amplísimo salón
(usando a manera de sofás las dos camas
gemelas de la habitación de huéspedes).
Marie Thérèse compró una tela de color crudo, muy barata, para hacer
una suerte de forro para estas camas y para una docena de cojines que sirvieran
de respaldo de aquellos sofás (los cojines provenían de cuatro almohadas que
los propietarios nos dejaron en el departamento y de ocho cojines de las sillas
de su comedor).
Sacamos todos los cuadros y adornos que tenían dispuestos en las
paredes y los sustituimos con diversos objetos artesanales que Maité había
traído del Ecuador y otros que adquirimos en México.
Así pues los espejos, paisajes y bodegones de marco dorado, fueron
embalados y guardados con cuidado en la bodega, y los mismos clavos usados para
colgarlos en las paredes, sirvieron para ubicar allí shigras, telares, tapices,
fajas, canastas y jacales de tonos rojos, ocres y beige; objetos, éstos, más
acordes con un espacio joven y con nuestra visión de la vida y el mundo.
Un viejo baúl, una piel de vicuña que mi mujer trajo del Perú y un
tapiz de Olga Fisch que le regalaron sus colegas cuando dejó su trabajo en la
Embajada de Francia en Quito para venirse conmigo a México, decoraban también un
rincón de la sala.
De este espacio también sacamos las cortinas pesadas y dejamos sólo las
ligeras. No había problema de privacidad pues los árboles filtraban la luz y cortaban
las miradas del edificio de enfrente. En la noche esa vecindad no conllevaba
ningún tipo de problemas pues se trataba de un edificio de oficinas.
Una de las paredes de la sala estaba recubierta de láminas de corcho de
color marrón obscuro, ese detalle iba muy bien con el verde botella de la
alfombra y el color natural de madera y fibras vegetales de muchos objetos
artesanales que ubicamos allí como parte de nuestra propia decoración. Al igual
que un cuadro tejido hecho por una amiga belga llamada Vani a quién Maité
compró esa obra años atrás.
Nuestra estadía en ese departamento, previsto como nuestro nido de
recién casados y un lugar calmo para escribir mi tesis no fue necesariamente
tal.
En los doce meses que vivimos allí
recibimos docenas de visitantes, queridos familiares y amigos de toda
procedencia, amigos de amigos, conocidos, colegas y recomendados. No tuvimos
mucha privacidad y Maité no tiene un buen recuerdo de ese período. Sin embargo
sacados esos avatares de la historia, el ambiente y lo confortable de ese
departamento no dejaba de ser una maravilla comparándolas con las condiciones
en las que moraban otros estudiantes que conocimos en esa época.
Yo tenía un listado del número de veces que tuve que ir al aeropuerto
para recibir o dejar a amigos o familiares… allá iba en
transporte público (al principio) o luego, en el famoso “Ford Fairmond” que
compramos en Los Ángeles en enero de 1980. La lista no la conservo pero recuerdo que superaba los sesenta viajes en algo más de un año. Un
promedio de 5 viajes por mes -desde o hacia el aeropuerto- ¡terrible!... Eso
suponía que tuvimos dos visitantes (o grupo de visitantes) por mes que llevamos
o trajimos del aeropuerto.
También tenía una lista -que desgraciadamente he extraviado- con todas
las personas que se alojaron con nosotros en el departamento de la calle
Culiacán… en total eran más de cuarenta, casi tres por mes, en promedio… tema
bastante complicadito.
No recuerdo a todos pero en la lista estaban mi primo Pablo Suárez y
Laura, su esposa; Patricio Valencia, su esposa Juanita y su hijo Alex; mi
hermano Jaime, mi cuñada Janette y mi sobrina Gaby; Igor Guayasamín; Ricardo Padrón; David Parra y su esposa
Anita; Joaquim Morales, su esposa Dominique y sus hijos Joaquim y Fanette; Alexis
Mosquera y su esposa Rocío, Josette y Tesa Chery, Estuardo Gallegos, Vicente Piñas; Pedro Morales;
Yves Damoiseau, su esposa Michelle, su hermana y dos amigos; Jean Yves Hulet y
su esposa Isabelle; Vicente Pólit; Patricio Zabala; y, claro, Hernán Burbano
(al menos en cuatro o cinco oportunidades, cuando venía a México desde
Nicaragua).
Si el visitante era sólo uno, lo acomodábamos en el “estudio” en un
colchón que habíamos traído de Los Ángeles cuando compramos el carro… Cuando el
grupo de visitantes era numeroso, usábamos aquel colchón (que normalmente era
guardado en la bodega) y además transformábamos en camas a los sofás de la
sala. Pero en dos o tres ocasiones tuvimos que ceder nuestra cama a una pareja,
cuando ya estaba ocupando el “estudio”, teníamos a otro grupo en la sala y las visitas tenían niños pequeños u horarios incompatibles,
por posibles salidas turísticas o desplazamientos de madrugada al aeropuerto.
Maité siempre cuenta que no sabe cómo sucedió pero el hecho es que en
medio de ese trajín, un día se dio cuenta que estaba embarazada… .
Tuvimos que dejar ese departamento casi un año después… en septiembre de
1990 se nos acabó la bonaza pues las mensualidades que nos llegaban de forma
regular y oportuna gracias a las dos becas que me habían otorgado (una de la
UNAM y otra de la OEA) se terminaron en aquel mes. Tomamos con antelación la
decisión de entregar el departamento de la calle Culiacán pues sin esos
ingresos ya no podíamos seguir sufragando aquel gasto.
Felizmente nuestra amiga Bertha García nos dio posada en su
departamento y nos trasladamos con todos nuestros aperos al Altillo, el
conjunto donde yo había vivido el primer año en casa de la familia Escandón.
Dejar nuestro departamento no fue fácil, en esa época no había Internet
ni correo electrónico, no tenía forma de comunicarme con los esposos López (ellos
seguían de viaje por el Asia y ni siquiera sabía en qué país se hallaban)… Un
par de meses antes de nuestra salida, logré tener la dirección en Quito de un
hijo de la pareja a quién escribí para que pudiera comunicarse con sus padres… desgraciadamente
no obtuve respuesta al menos de manera inmediata…
Cuando estábamos a punto de dejar el
departamento, se presentó una coyuntura… Maité conoció a una pareja de
franceses en la Embajada de Francia... buscaban un departamento amoblado por
cuatro meses mientras les llegaba su mudanza que habían enviado por barco desde
su país hacia México en donde iban a residir por algún tiempo. Tome
unilateralmente la decisión de sub-arrendar el departamento a esta pareja para
que los propietarios no tuvieran perjuicio en sus ingresos y para que los servicios
de luz, agua y teléfono pudieran seguir pagándose sin problema, al igual que la
cuota de condominio.
Escribí al hijo de los esposos López contándole esta decisión y
pidiéndole que cuándo se comunicara con sus padres les pidiera instrucciones
para saber cómo proceder en relación al departamento.
Esta vez recibí una respuesta muy triste. El doctor López había fallecido
repentinamente durante su viaje y él había tenido que ocuparse de esa tragedia
y ayudar a su mamá para que pudiera regresar al Ecuador desde algún país
distante, creo que desde Tailandia. Por eso no había respondido a mi primera
carta. Me agradecía la decisión que había tomado para velar por los intereses
de sus padres y me pedía que cuando esa pareja de franceses dejara el departamento,
simplemente verificara que todo estuviera bien, lo cerrara y dejara las llaves
en una sobre a su nombre con el conserje… debía dejar el monto del último pago
del arriendo a esta persona para que pudiera ocuparse de los pagos y él vendría
cuando su mamá se sintiera con fuerzas para decidir el destino del departamento
y de sus cosas... ella ya no iba a regresar a México…
Hace poco vi en el periódico que Teresita había seguido los pasos del
doctor López hacia el más allá…
He querido escribir estas líneas para consignar por escrito, nuestra gratitud
por su generosidad, amistad y confianza. Estoy seguro que cuando lleguemos por
allá el Dr. López estará creando algo y charlando amigablemente, con el doctor Suárez, por
ahí… en alguna nube…
No me extrañaría que quisiera prestárnosla de forma totalmente
desinteresada… si en la tierra esos viejitos eran así de generosos, de seguro seguirán
siéndolo por allá en las alturas...
Con mi abuelo deben estar creando el sistema de seguridad social de
angelitos, querubines y serafines… ese tipo de personas no descansa jamás…
Marito! Ayer escribí un comentario, pero como no lo veo hoy lo renuevo. Los tesoros que guardas los compartes y haces reverdecer las añoranzas y los buenos momentos con el cariño fraternal de siempre! Siempre has sido un tambo acogedor en los caminos de muchas vidas! Un abrazo nuestro Pablo y Laura
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