Hace unos días estuve
trabajando en la formulación de una propuesta para un proyecto de nombre
complicado: “Ciudades Seguras e Inclusivas: la inseguridad y los impactos de las
políticas locales de seguridad en barrios populares de América Latina”, para
presentarlo a una convocatoria del IDRC de Canadá.
La formulación del
proyecto la iniciamos en Lima varios colegas de diversas instituciones
asociadas a ALOP: Molvina Zevallos y Teresa Cabrera de DESCO (Perú), Graciela
Maiztegui de SEHAS (Argentina), Franklin Solano de FUPROVI (Costa Rica) y Mario
Vásconez de CIUDAD (Ecuador).
Trabajamos
intensamente por tres días pero no pudimos concluir la propuesta, así que decidimos
terminarla en Quito. Acá me reuní con Teresa y mi amigo Luis Verdesoto que se sumó al equipo
profesional del proyecto. Trabajamos intensamente cuatro días más y gracias a
un esfuerzo adicional de Teresa y Molvina, toda la documentación se envió desde
Lima, en los plazos y de acuerdo a los requisitos de la convocatoria.
Cuando trabajamos en
Quito, Lucho nos invitó a comer en su casa una noche y mientras dábamos cuenta
de un rico vino, nos comentó que muchas veces le quedaba una botella abierta
con buena parte del líquido en su interior, pues él no puede tomar alcohol por
razones de salud; así que estaba buscando la manera de conseguir un hongo que
se llama la “madre del vinagre” para poder procesar esos saldos de vino y
conseguir aquel sabroso aderezo tradicionalmente usado para las ensaladas y
otros platos sibaritas.
-“Yo te puedo dar una
pedazo de mi “madre del vinagre”, le ofrecí de inmediato.
Le conté que
efectivamente, no era broma, disponía de un recipiente cerámico donde producía
mi propio vinagre de vino y quedé en
llevárselo a CIUDAD al día siguiente.
Lucho aceptó por
supuesto (y aunque parezca cuento…ya le entregué lo ofrecido) y esa noche, a
propósito del tema, relaté la historia y los avatares de “la madre de vinagre”
que tengo ahora en casa.
El cuento es más o menos el siguiente:
Viví casi dos años y
medio en México a donde viajé junto a mi amigo Hernán Burbano, a fines de 1978,
para hacer un Posgrado en la UNAM.
Como ya he relatado
en otra ocasión, me fui con un “chimbuzo” de marino al hombro, con algo de ropa
y un montón de sueños… y a principios de 1981 regresé casado (con la misma
novia que dejé por acá), con una hija, muebles y enseres, un perro, una
guitarra, la satisfacción de haber superado una meta, algo más de experiencia y
un montón de responsabilidades.
En agosto de 1979, con
mi novia Marie Thérèse decidimos que íbamos a continuar la vida juntos y ella
tomó una decisión seria y complicada, renunció a su trabajo en la Embajada de
Francia en el Ecuador y se vino a México para comenzar nuestra aventura
mexicana de pareja.
En enero de 1981, al
finalizar mi maestría, decidimos emprender la epopeya del regreso al Ecuador. Yo
debía ocuparme de todos los papeleos de la graduación y legalización del
título, así que inicialmente buscamos un pasaje para Marie Thérèse y para mi
hija Manon que nació en noviembre de 1980 y tenía tan solo tres meses de edad.
Llamé a mi hermano
Jaime para que las buscara en el aeropuerto y les diera posada hasta mi llegada.…
Viajaron y arribaron a Quito el 22 de enero, justo cuando se inició el
conflicto de Paquisha.
Maríe Thérèse cuenta
que en esos días no paró de llorar pensando que por la guerra, yo no podría
entrar al país y seguiríamos separados indefinidamente. Felizmente el conflicto
con el Perú terminó el 5 de febrero. Mientras tanto, yo seguía con todos los
trámites; recién el 11 de febrero obtuve las últimas firmas para registrar
título y papeles en la Embajada del Ecuador y pude comenzar a planear el
retorno. Empaqué nuestros cacharros en cajones de madera que yo mismo
confeccioné y despaché todo por avión a Quito.
No recuerdo si fue a
fines de febrero o si a principios de marzo que dejé México definitivamente. Me
embarqué de madrugada en un vuelo de “Ecuatoriana de Aviación” y llegué
nuevamente a la patria para iniciar mis responsabilidades profesionales y
familiares en terreno conocido.
A los pocos días de
mi llegado tuvimos la suerte de conseguir un pequeño departamento en la calle
Tamayo, en casa de Maria Teresa de Mora Bowen. El departamento -de dos
dormitorios, una mínima sala-comedor, una amplia cocina y sala de baño- era
luminoso y acogedor; tenía un patio posterior con un pedacito de jardín y un
cuarto de empleada que usamos como bodega. De México trajimos una
refrigeradora, una lavadora de ropa, una variedad de cacharros de cocina y
nuestra ropa, pero no teníamos ningún tipo de mueble para instalarnos en
nuestra nueva morada; el departamento felizmente era semi-amoblado: incluía una
cama matrimonial, un par de sillones de sala, una cocina de gas (de cuatro
quemadores y horno incorporado), una alfombra en la sala y otra en el dormitorio
y nada más. Amigos y familiares contribuyeron con todo tipo de muebles y
pudimos armar un hábitat cordial y confortable en pocas semanas.
Cuando Marie Thérèse
trabajó en la Embajada de Francia, tuvo amistad con una funcionaria llamada
Monique Carmier y su esposo Michel L’Alemand, quienes si mal no recuerdo, eran
vicecónsul y agregado comercial de la Embajada, respectivamente. A los pocos
días de habernos instalado en nuestro pequeño departamento esta pareja nos
invitó a cenar en su casa para darnos la bienvenida y, simultáneamente, para
despedirse, pues habían acabado sus funciones diplomáticas en el país y les
trasladaban a algún otro lugar del mundo.
En la cena les
comentamos del proceso de “amoblamiento y equipamiento” en el que estábamos
embarcados, para iniciar nuestra vida de recién casados.
Monique y Michel, muy
amablemente, hicieron también su contribución a la causa: nos regalaron un par
de sillones de fina madera con asiento y espaldar de mimbre (muebles que nos
acompañaron por años, en nuestras diversas residencias y mudanzas).
Nos regalaron también una serie de implementos y utensilios de cocina y nos vendieron muy barato, un gran cantidad de platos y un juego de copas de Cristal d’Arques, esa conocida marca francesa de cristalería.
Nos regalaron también una serie de implementos y utensilios de cocina y nos vendieron muy barato, un gran cantidad de platos y un juego de copas de Cristal d’Arques, esa conocida marca francesa de cristalería.
Ellos casi no habían
usado ese juego que incluía docena y media de copas de vino blanco, vino tinto,
agua y champagne. Todas las copas venía en sus cajas originales y la mayoría
conservaba todavía la etiqueta. Todavía tenemos esas copas y nos han sido
útiles por más de treinta años.
Otra cosa que estos
amigos, con mucha gentileza, propusieron obsequiarnos, fue un pequeño
recipiente de vidrio con una especie de gelatina obscura, con la apariencia de
un hígado de ternera… nada menos que la “madre del vinagre” para poder producir
vinagre casero a partir del vino.
Michel nos contó que la “madre del vinagre” (denominada técnicamente “mycoderma
aceti”) es una sustancia de apariencia coloidal, compuesta por celulosa y las bacterias
que se desarrollan en la fermentación de líquidos alcohólicos y originan el
ácido acético. Esta especie de hongo convierte el alcohol en ácido acético (vinagre)
con la ayuda del oxígeno del aire.
Existen “madres del vinagre” para producir vinagre de vino (blanco o
tinto), de sidra, de jerez y otros líquidos alcohólicos provenientes de la
fermentación de cualquier fruta.
La “madre del vinagre” puede a veces aparecer, con la apariencia de una
nata viscosa, en el vinagre que se adquiere comercialmente cuando, por alguna
razón, éste contiene residuos de azúcar sin fermentar o alcohol que no se
transformó totalmente en ácido acético.
Bastante desagradable a la vista, la “madre del vinagre” es
completamente inofensiva y el vinagre que produce es en general de muy buena
calidad, dependiendo del vino o del líquido alcohólico que le de origen.
A mi, me entusiasmó este singular procedimiento para obtener vinagre. La
“madre” que nos estaban regalando era para producir vinagre de vino tinto,
acepté el obsequio y le pedí a Monique que me explicara: qué debía hacer y cómo
debía cuidar a “la madre del vinagre”…
Me respondió que no requería cuidados especiales, debía mantenérsela en
un recipiente de cerámica o de vidrio cubierta con una tela o una fina malla
para que pudiera respirar y oxigenarse. Esa madre permitía “cosechar” vinagre
aproximadamente cada mes… Cuando se sacaba el vinagre con ayuda de un filtro de
tela o de papel (como los que se utilizan para el café) se debía poner una
provisión adicional de vino, eso era todo… muy sencillo.
Queriendo saber algo más, pregunté cuánto de vino de debía poner en el
recipiente para que esta buena “madre” lo transformara en vinagre…
Monique respondió: -”no mucho… ¡casi nada!”
Añadiendo luego: -“Con las sobras del vino de todos los días, es más que
suficiente”…
Regresamos muy contentos a nuestro departamento e instalé el recipiente
de vidrio en la cocina, sobre un platito, bien protegido por un pedazo de
liencillo para que el proceso siguiera sin problemas.
Sin embargo algo que para Monique era “muy fácil”… para una pareja de
recién casados, en búsqueda de trabajo, este propósito no fue nada sencillo de
cumplir
Su recomendación de que para hacer vinagre, “con las sobras del vino de
todos los días, era más que suficiente”… se topó con nuestra realidad económica
de hace treinta años.
No pudimos responder a dos requisitos fundamentales de esa frase:
Primero: “… ¿de qué vino de todos los días estábamos hablando?” y,
segundo: “¿de qué sobras?”…
Sin esos requisitos la “madre del vinagre” se fue achicando día a día, a
ojos vista y luego de un tiempo quedó convertida en una fina telita pegada al
fondo del recipiente…
Perdí así de forma simultánea, la famosa “madre del vinagre” y mis
buenos propósitos de disponer de vinagre casero, hecho “en casa y con aseo”
como decían las viejitas.
Veinte años después, otra pareja de amigos, William Stock y su esposa la
pintora Françoise Limouzin-Stock, nos invitaron a cenar en su casa con otros
amigos; en la conversación conté la historia de mi “madre del vinagre” caída en
el cumplimiento del deber… que terminó convertida en una mancha al fondo del
frasco, como un caso evidente de deshidratación total.
Todos rieron de buena gana con esta historia y Françoise muy amablemente
me regaló otra “madre del vinagre” para sustituir a la anterior.
Esta vez la receta si ha podido cumplirse y si bien tampoco dispongo de
“vino de todos los días” y por supuesto menos aun, de “sobras”… cuando abro una
botella, de vez en cuando algo queda en el fondo de ella o, por último,
compro un vinito de cartón para no dejar perecer al gelatinoso personaje.
Ahí lo tengo en un adecuado recipiente de cerámica con una tapa poco
hermética para que el oxígeno haga su
parte y de tanto en tanto, logro extraer una buena provisión de vinagre de vino
de buena calidad.
Mi producción en realidad es óptima… delicado aroma y sabor delicioso;
sirve por igual para aderezar ensaladas verdes, para añadir a la vinagreta que
tan buen sabor da a tomates y zanahorias ralladas, a un buen plato de menestra
de lenteja que ha quedado de la víspera o para dar un sabor incomparable a las
papas fritas o al pescado apanado, siguiendo la receta del “fish & chips”
que venden en cucuruchos de papel en Londres.
Esa moda importada por mi hija Manon es realmente increíble; las papas
fritas con vinagre son buenísimas, mucho mejor que con ketchup como comen en
los Estados Unidos o con mostaza fuerte como comen en Francia…
En fin… por ahí anda al “madre del vinagre” trabajando intensamente para
garantizar buen sabor a las comidas…
En realidad no requiere de mayor cuidado, pero ella -al igual que su dueño- no debe dejar de hidratarse con un poco de vino, cada vez que se
pueda.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHola!
ResponderEliminarMuy interesante el artículo, me ha gustado mucho,
Sabes dónde puedo conseguir madre de Vinagre en Quito?
Un saludo,
Eduardo Noboa
Yo tengo una Madre de Vinagre que tiene un hijito, y los tengo en un recipiente grande de plástico transparente medio tapadito, el vinagre que produce lo utilkizo para enfermedades tanto exteriores como interiores, ya sea aplicando el vinagre en la zona afectada o bebiendolo, también lo uso en comidas, sirve para muchas cosas, mi vinagre lo cambio cada mes, cambio el agua y le echo un panela.
ResponderEliminarHola... Yo tengo Madre de Vinagre. Tengo algunas dudas de cómo cuidarla... Espero y alguien me pueda ayudar.
ResponderEliminarSi solo le pongo agua, llegará un momento en que deje de producir vinagre? Es necesario agregar el vino?
Solo agua no sirve, pero si agua con azucar, o mejor azucar morena
ResponderEliminarYo también solo agua y azúcar morena. Lo que no sabía es que no se tiene q tapar totalmente, pero aún así si se reproduce y ya tengo muchas natas. Pero creo que si la cubro como he leído se reproducirá más.
ResponderEliminarMuy bueno, llegue de casualidad investigando para una campaña que debo hacer para un nuevo vinagre de manzana con la madre...
ResponderEliminar