Como ya he relatado viví en México desde fines de 1978 hasta principios
de 1981. Viajé a ese país con mi amigo Hernán Burbano pues nos habían aceptado
en una maestría en “investigación y docencia”, en la Escuela de Arquitectura de
la Universidad Nacional Autónoma de México.
En marzo de 1979 tuvimos la visita de nuestro común amigo Estuardo
Gallegos quien iba a estudiar en la Escuela Nacional de Antropología de México.
Estuardo, cura católico, ingresó a México con visa de turismo, merced a
una invitación de monseñor Samuel Ruiz, obispo de Chiapas, cuya sede apostólica
estaba en la ciudad de San Cristóbal de las Casas. Llegó
con la debida antelación para conseguir alojamiento, inscribirse en el curso
propedéutico de la ENA y poder hacer los trámites de su visa de estudiante.
En espera de ese trámite que entregó -con toda la documentación del
caso- en la Secretaría de Gobernación, decidió viajar a Chiapas para visitar y
agradecer al obispo por la invitación que le iba permitir realizar sus estudios
de antropología y para poder conocer en la diócesis una serie de pueblitos y
caseríos de la región chiapaneca, cuya población mayoritariamente indígena, le
interesaba enormemente pues él mismo cumplía sus labores apostólicas en una
zona de población indígena en la provincia de Chimborazo.
Nos dijo que iba a estar allí hasta mediados de mayo y no propuso que
aprovecháramos para realizar juntos un recorrido por las ruinas mayas. Nos
encantó la idea ya que nosotros íbamos a tener un período libre a fines de ese
mes, en el que el personal docente, administrativo y los estudiantes de la UNAM
podíamos disfrutar de quince días de vacaciones por el fin de semestre.
Luego de tomada esa decisión, como no tendríamos ocasión de
comunicarnos ni por teléfono ni por carta, pues Estuardo estaría visitando una
serie de comunidades lacandonas de la selva de Chiapas, acordamos solemnemente que
-el día 15 de mayo a las 12 en punto del medio día- nos encontraríamos en el
“zócalo” de la ciudad de Palenque (así llaman en México a la plaza principal de
cualquier pueblo).
Así que sin más trámite, un día antes de la fecha de nuestra cita,
Hernán y yo tomamos un autobús en México y luego de viajar todo el día y toda
la noche llegamos con las piernas
hinchadas y los riñones adoloridos a Palenque un poco antes de las doce
del día.
Palenque está también en el estado de Chiapas. Los choles, habitantes
originarios de este lugar, lo llamaban Otolún que, en idioma chol, significa sitio
cercado o fortificado.
La ciudad cuenta con muchos hoteles y todo tipo de servicios para poder
recibir a quienes visitan los principales atractivos turísticos de sus
alrededores: la “zona arqueológica de Palenque” y las hermosas cascadas de “Misol-Ha”,
“Agua Azul” y “Agua Clara”.
En medio de un calor abrasador estábamos caminando alrededor de la
plaza del pueblo cuando vimos aparecer a Estuardo. Fue una gran satisfacción el
toparnos con él en ese recóndito lugar, haciendo honor a una cita establecida
casi dos meses atrás.
Estábamos agotados por el viaje y, tanto él como nosotros, muertos del
hambre, así que fuimos al mercado para poder comer algo. Nos encontrábamos “atacando”
unos deliciosos “tacos de carnita” con “agua de tamarindo” y platicando con la
señora del “puesto de tacos”, cuando algunos de sus clientes se interesaron de
inmediato en conocer sobre nosotros al enterarse que éramos ecuatorianos.
Nos preguntaron qué hacíamos, les contamos que éramos estudiantes…
luego querían saber si nos gustaba el país, los paisajes, la comida… a todo
respondimos afirmativamente, claro…
Y… como siempre, en la conversación salió el tema de la de la comida
picante… Hernán y Estuardo mencionaron que ciertos platos eran muy fuertes para
su gusto y que se cuidaban bastante del chile… Yo cometí el error de mencionar
que, en cambio a mí no me había afectado mucho porque en Ecuador comemos mucho
ají y que a mí si me gustaba la comida picante…
Uno de los comensales le pidió a la señora que preparara un taco con
“chile habanero” para que lo pudiera probar “el amigo ecuatoriano”…
Ese momento me di cuenta que mejor debí permanecer con la boca cerrada…
pero “lo dicho, dicho está” y ya no podía dar marcha atrás…
La señora, como compadeciéndose de lo que me podía pasar, no echó el
famoso “chile habanero” a mis tacos, me los ofreció en un pequeño plato y puso
a su lado otro, con dos o tres chiles de color amarillo-anaranjado intenso, de
forma ovalada, parecidos más bien a un tomate pequeño o al “rocoto peruano”
más que al ají largo, que solemos comer en el Ecuador.
Para probar al retador, se me ocurrió decirle: -¡Ándele, sírvase usted
también, uno!...
El tipo no tomó el taco, cogió con la mano uno de esos chiles, se lo levó
a la boca y con los dientes desagarró un buen pedazo…
Yo tomé un taco y también otro chile, repetí el gesto y le pegué un
buen mordisco…
Hasta allí me acuerdo….
El chile habanero es la cosa más picante que haya probado en la vida…
muchísimo más picante que los célebres ajís en miniatura que en Manabí son
conocidos como “uña ´e pavo”…
Después de darle un mordisco al habanero, sentí un escozor
indescriptible, amortiguamiento y un fuere ardor, en la lengua, los carrillos,
el paladar y la garganta… metí el taco entero en la boca para tratar de que me
pasara lo picante de ese fruto y luego, otro… pero el escozor seguía… al tragar
todo, la mezcla me quemó la laringe y el esófago… así deben sentir los dragones
cuando lanzan sus “eructos ígneos”… Me faltaba el aire y comencé a toser… todos
los contertulios reían a mandíbula batiente… La señora me dio dos o tres
tortillas para atenuar el efecto… Vacié de un trago, el contenido de mi vaso de
“agua de tamarindo” y luego el de Hernán…. ¡nada que hacer!...
¡Qué cosa tan fuerte…!
Finalmente me dio hipo… boqueaba
como pez fuera del agua… y las arcadas se repetían sin parar, una tras
otra….
El hipo no paró por más de media hora…
Ese fue mi verdadero bautizo con la comida picante mexicana… el
jalapeño, el chipotle y todos los demás chiles son meros aprendices a lado del
famoso habanero...
En la tarde, una vez superado este incidente, averiguamos sobre los
atractivos de la región. Estuardo nos contó que podíamos alojarnos en un
convento ubicado en un pueblito llamado “Playas de Catazajá” a unos 25
kilómetros de Palenque... desde allí todos los lugares turísticos quedaban muy
cerca. Aceptamos la oferta y fuimos allá
para dejar nuestras mochilas y hacer de aquel convento nuestro centro de
operaciones.
Al día siguiente muy temprano Estuardo recibió un recado telefónico,
era absolutamente indispensable que viajara a México por un problema de su
visa. Así que decidimos que visitaríamos
juntos sólo las ruinas de Palenque y las cascadas de “Agua Azul, luego de eso
Hernán y yo tendríamos que continuar la gira solos.
Un religioso del convento nos acompañó hasta las Cascadas de “Agua Azul”
ubicadas en la reserva natural del mismo nombre, un área protegida reconocida
internacionalmente situada a 64 km de Palenque.
Las cascadas se forman gracias a la afluencia de tres ríos y el hermoso color del agua se debe a las sales minerales disueltas que ellos acarrean.
Las cascadas se forman gracias a la afluencia de tres ríos y el hermoso color del agua se debe a las sales minerales disueltas que ellos acarrean.
Nosotros no pudimos resistir la tentación y nos dimos un chapuzón en
las cristalinas aguas de ese lugar. Las cascadas están rodeadas por un
exuberante paisaje tropical muy hermoso. El contraste del azul de las aguas con
los múltiples tonos verdes de la vegetación de la selva montañosa es magnifico.
Al medio día fuimos a la zona arqueológica de Palenque.
Ese sitio arqueológico fue “descubierto” en 1740. Se
trata de una ciudad maya cerca del
río Usumacinta, uno de los sitios más impresionantes de esta cultura. En
comparación con otras ciudades mayas es más pequeña que Tikal o Copán pero son
impresionantes sus vestigios arquitectónicos y escultóricos.
El área que actualmente está despejada y se puede visitar abarca una
enorme extensión pero se estima que sólo se ha explorado un 10% de la
superficie total de la ciudad. En 1981 Palenque fue designado parque nacional
por el gobierno mexicano y la Unesco la declaró Patrimonio de la Humanidad en
1987.
Sus estructuras principales son el “Templo de las Inscripciones”
construido sobre una gran pirámide escalonada; el “Palacio”, un complejo de
edificios interconectados entre sí en el
que destaca la “Torre de observación” y el conjunto de tres magníficos templos
denominados “de la Cruz”, “del Sol” y “de la Cruz Foliada”.
En el interior del “Templo de las inscripciones” luego de descender
cientos de gradas pudimos observar el famoso monolito labrado en alto relieve
que se conoce como “piedra del Astronauta”. Según nos explicaron es en realidad
la losa funeraria de la tumba en la que se encontraron la “máscara de jada” y
otras importantes piezas arqueológicas que se exhiben en el Museo de Antropología
de la ciudad de México. Aquel descubrimiento relativamente reciente, fue uno de
los hallazgos más trascendentes para el estudio y conocimiento de las
expresiones culturales y artísticas de la cultura maya
Son también muy interesantes obras como: el “Acueducto”, estructura
abovedada de tres metros de altura que canaliza al río Otulum por debajo de la
plaza principal de Palenque; el “Templo del León”; el “Templo del Conde” y las
plataformas del “Juego de pelota”.
Al día siguiente nos despedimos de Estuardo que tomaba un auto bus para
México y nosotros tomamos al final de la tarde, un tren hacia la ciudad de
Mérida.
Recuerdo que a nosotros y a todos los demás turistas nos recomendaron
adquirir un pasaje de “primera clase” un tanto más costoso, con el argumento
que así podríamos viajar más cómodos pues en “primera” sólo llevaban pasajeros
sentados, en cambio en “segunda” la gente se acomodaba como podía de pie o
sentada.
Cuando el tren arrancó efectivamente nuestro vagón iba únicamente con
gringuitos de toda nacionalidad, confortablemente sentados, mientras que en los
demás vagones la gente se apiñaba como sardinas en una lata, junto con
canastos, gallinas, costales y todo tipo de carga.
Todos comentábamos lo acertado del consejo del amable vendedor de
pasajes que nos hizo aquella sabia recomendación en la ventanilla.
Sin embargo, la alegría y el confort duraron poco…
A los pocos kilómetros luego de haber dejado Palenque, el tren hizo una
primera parada en un pequeño poblado de su ruta. Allí una multitud esperaba ese
medio de transporte y una gran cantidad de hombreas, mujeres y niños con sus
canastos, sus alforjas, sus costales y una diversidad de recipientes de
plástico, latón, vidrio o yute, invadieron como podían los pasillos de todos
los vagones, A partir de ese punto carecía de importancia el tipo de pasaje pagado
y todos los vagones pasaron a ser vagones de “segunda” o más bien de “tercera”…
La gente invadió nuestro confortable vagón, los recién legados tomaban,
sin preguntar nada, las mochilas, bolsos
y carteras y las enviaban hacia atrás, sin consultar a los dueños, muchos
gritaban alarmados, preocupados por sus pertenecías, pero nadie les hacía caso…
manos ágiles las hacían circular desde sus compartimentos superiores, para
remplazarlas por todo tipo la carga… si alguien se levantaba para ir en pos de
su mochila, inmediatamente perdía el asiento... uno de los personajes recién
llegados se abalanzaba y ocupaba arbitrariamente su lugar…
La invasión se repitió y multiplicó en dos o tres escalas posteriores.
En ellas la gente subía y taqueaba el vagón de una forma absurda y peligrosa.
El calor y los olores en medio del calor del trópico eran insoportables y del
peligro latente de morir aplastados en caso de un descarrilamiento, mejor ni ponerse
a pensar… Lo que todos creímos que sería un confortable recorrido, con la
agradable temperatura del trópico refrescada por la brisa nocturna, para llegar
al día siguiente a nuestro destino con todos los ánimos del mundo… se
transformó en una pesadilla. Una noche así es casi un tormento. La llegada,
otro tanto, pues todos trataban de salir al mismo tiempo, unos por su prisa por
llegar al mercado y otros para evitar que sus equipajes desaparecieran por obra
de dedos inescrupulosos.
Llegamos a Mérida como a las ocho de la mañana y tomamos un hotel no
muy caro cerca de la plaza principal… aunque nuestra intención fue salir a
conocer la ciudad, apenas dispusimos de nuestras blandas camas, caímos dormidos
como si hubiésemos recibido un garrotazo. Dormimos hasta bien pasado el medio
día, estábamos realmente agotados por la mala noche.
En la tarde conocimos las principales calles y monumentos del centro de
la ciudad y nos informamos de la forma de visitar los principales sitios
arqueológicos de la región.
Al día siguiente muy temprano tomamos un autobús que nos condujo a Chichén-Itzá
ubicada a 110 kilómetros de Mérida. Esta ciudad maya es uno de los principales
sitios arqueológicos de la península de Yucatán.
Chichén-Itzá fue catalogada como Patrimonio de la Humanidad por la
Unesco en 1988. La ciudad fue un centro ceremonial, que pasó por diversas épocas
constructivas e influencias de los distintos pueblos que la ocuparon y que la
impulsaron desde su fundación. Las edificaciones principales que ahí perduran
corresponden a la época de la declinación de esa cultura denominada por los estudiosos
como período posclásico.
Al conjunto de edificaciones mejor conservadas, más recientes, se la
conoce como la “ciudad nueva” y a muy corta distancia, se pueden visitar
también las ruinas de la llamada “ciudad vieja”.
Entre las edificaciones más importantes de la “ciudad nueva” se
encuentra la “Pirámide de Kukulcán”, llamado también "el Castillo", una
edificación magníficamente conservada en cuyo interior se ha encontrado otra
pirámide más antigua de origen tolteca. Quienes se arriesgan a bajar y
encaminarse por sus numerosos escalones, pueden observar en el reciento
principal, una imagen del dios Chac-Mool de origen tolteca y una bella pieza que
representa a un jaguar de color rojo, con incrustaciones de jade en sus ojos.
En la base de los balaustradas que confinan de cada lado los casi cien
escalones de las cuatro caras de esta pirámide, se aprecian grandes cabezas de
serpiente. En los equinoccios, un efecto luminoso de luz y sombras hace que
parezca que las serpientes reptan de arriba hacia abajo, simbolizando el
mandato superior de acudir a la labor agrícola, ante la inminente llegada de
las lluvias.
En otra importante edificación de este sitio arqueológico, en el
llamado “Templo de los Guerreros” se precian también enormes cabezas de
serpiente ubicadas en cambio en lo alto de las escalinatas. La serpiente emplumada,
Quet-zalcoatl, era una importante divinidad para los toltecas, cuando los mayas
la adoptaron como suya, la llamaron Kukulcán.
En lo alto de esta edificación, se puede apreciar también una escultura
del dios Chac-Mool y columnas ricamente talladas que debieron soportar algún
tipo de techo construido con materiales perecederos. Al interior de este templo
existe otro de origen tolteca en el cual se pueden apreciar columnas
semejantes que conservan sin embargo, los
colores con los que se ornamentaban los alto relieves tallados en la piedra.
Frente al “Templo de los Guerreros” está la llamada “plaza de las mil
columnas”. Estos soportes pétreos parece que sostenían algún tipo de techumbre
para albergar ciertas actividades bajo la sombra. Sin embargo hasta ahora no se
tiene a ciencia cierta, una noción clara del tipo de actividades que allí se
daban.
A un grupo semejante de columnas
que no rodean a ningún templo se le denomina “el Mercado” y es otros de los atractivos
importantes que pueden ser visitados en este sitio arqueológico maya.
Entre las principales edificaciones de la “ciudad vieja” destaca el
llamado “observatorio astronómico” conocido también como el “caracol”. Los demás vestigios, a
pesar de que por su extensión son bastante significativos, evidencian un
deterioro mucho mayor y resultan menos interesantes que los de la “ciudad
nueva”.
En Chichén –Itzá pudimos visitar también el llamado “Cenote Sagrado”,
enorme pozo a cielo abierto de unos 60 metros de diámetro, con paredes
verticales de 15 metros sobre la superficie del agua y otro tanto bajo ésta. En
este cenote se realizaban ofrendas al dios Chaac, divinidad de las lluvias: objetos
valiosos e incluso vidas humanas.
La visita de este sitio nos tomó todo el día. Al atardecer retornamos a
Mérida para poder descansar pues al día siguiente habíamos previsto conocer las
ruinas de Uxmal.
Uxmal es un importante sitio arqueológico que corresponde a una antigua
ciudad maya del periodo clásico. En la actualidad es uno de los más importantes
lugares arqueológicos de la cultura maya junto a Chichén Itzá y a Tikal.
Uxmal se localiza a 62 kilómetros al sur de Mérida. Las principales edificaciones
de este sitio destacan por su tamaño y decoración y se encuentran unidas por calzadas
empedradas llamadas sacbés.
Las principales construcciones aprovechan el relieve del terreno para
ganar altura. Muchas adquieren volúmenes muy importantes como la “Pirámide del Hechicero”
de cinco niveles y el “Palacio del Gobernador” que ocupa una extensión de más
de mil metros cuadrados.
Otras edificaciones importantes son: el “Juego de Pelota”, la “Casa de
las Tortugas” y el “Cuadrángulo de las
Monjas”; este último, ubicado detrás de la “Pirámide del Hechicero”, es un enorme
patio situado sobre una plataforma de 120 metros de lado. En cada lado se alzan
edificaciones con un gran número de aposentos que se abren al patio.
Sus edificios son de muros bajos, lisos, sobre los que destacan frisos
ornamentados con figuras geométricas y trapezoidales (representación de los tejados
de paja), serpientes entrelazadas, mascarones de Chaac -el dios de la lluvia- y
serpientes emplumadas con las fauces abiertas.
En las construcciones de Uxmal es increíble la finura y la calidad
logradas en el tratamiento de la piedra. Uno se queda loco al observar las
proporciones de los edificios y sus espacios, tanto interiores como exteriores.
La arquitectura tiene dimensiones y escala que nacen de la utilización
de la piedra como elemento constructivo. En la conformación de las cubiertas es
usual el uso del korbel o arco falso para lograr alturas mayores y espacios más
generosos.
En Uxmal estuvimos en dos ocasiones, una de día y otra de noche para
asistir al espectáculo de “luz y sonido” que resulta muy interesante porque te
ponen en contacto con muchos elementos de la cultura maya pero sobre todo a
través de la luz y las sombras uno puede apreciar con mucho mayor detenimiento
innumerables detalles de los frisos y el fino trabajo del labrado de la piedra.
De Mérida nos trasladamos a Cancún, este moderno centro de desarrollo
turístico de nivel internacional, ubicado en la costa nororiental del estado de
Quintana Roo. Actualmente, junto con Acapulco, son los centros turísticos
mexicanos más reconocido en el mundo.
La palabra Cancún (kaan-kun en maya) significa “olla o nido de
serpientes”. Era, hasta no hace mucho tiempo, una playa habitada por pocas familias de pescadores,
casi inaccesible y rodeada de selva tropical. En la actualidad es una activa
ciudad moderna, llena de grandes hoteles y avenidas, plagada de boutiques,
restaurantes, discotecas y todo tipo de servicios para el turismo de altos
ingresos. En Cancún sólo estuvimos un día pues todo era enormemente caro para
nuestra escuálida economía de estudiantes. Nos alojamos en un hotelito de un
pueblo cercano llamado “Puerto Juárez” pero nos interesaba conocer las bellas
playas de este balneario frecuentado sólo por turistas mexicanos y extranjeros
dispuestos “a gastar” con mayúsculas.
Quisimos acceder a las playas pero nos topamos con la novedad de que
los hoteles se “reservaban el derecho de admisión” y con nuestras pintas de
mochileros no nos dejaron pasar…
Optamos
por desvestirnos, dejar la ropa y las mochilas encargada en algún lugar y
entramos por la puerta principal del “Hotel Presidente” en traje de baño,
simulando que hablábamos en francés (elegimos esa fórmula porque estábamos
seguros que entre el personal del hotel muchos, de seguro, hablarían inglés y
no nos convenía ser descubiertos).
Pasamos el día en la playa y la piscina del hotel. Al medio día nos
pegamos un ceviche y una cerveza en unos chozones de esa playa (pagamos una
cantidad exorbitante… ese fue el ceviche más caro de todo nuestro periplo en tierras mayas).
A media tarde luego de haber tomado el sol en las sillas reclinables
del hotel, tomamos las toallas que se ofrecía a la clientela y nos trasladamos
a las duchas. Nos dimos un largo y reconfortante duchazo con agua caliente,
buen jabón y oloroso shampoo. Un tipo del personal vino a tratar de decirnos
algo sobre si estábamos allí alojados o qué se yo, pero le hablamos en un
supuesto francés, haciéndole entender que no comprendíamos lo que nos estaban
diciendo; optó por darse media vuelta y se retiro sin decirnos nada.
No nos volvieron a molestar, nos secamos y salimos por el lobby como si
tal cosa…
Al día siguiente nos embarcamos para “Isla Mujeres”, destino turístico
más acorde a nuestros bolsillos, del que nos habían hablado todos los
mochileros que cruzamos en el camino.
Esta Isla se ubica en el Caribe muy próxima a la península de Yucatán,
a tan sólo trece kilómetros de la ciudad de Cancún. La travesía desde “Puerto
Juárez” dura apenas quince minutos. En tiempos prehispánicos la isla estaba
consagrada a Ixchel, diosa maya de la luna, el amor y la fertilidad, la cual
recibía ofrendas con formas femeninas que la gente depositaba en sus playas. Al
llegar los conquistadores españoles y observar las figuras, la bautizaron como “Isla
Mujeres”.
“Isla Mujeres” es un lugar pintoresco y encantador, sus aguas tibias y
transparentes son el hogar de delfines y tortugas marianas; nadar con ellos es
una de las más fabulosas actividades que puede allí realizarse.
Nos alojamos en el hostal Poc-Na un hotelito para jóvenes que ofrece cuartos
con cuatro, seis y hasta nueve camas y sus respectivos lockeres… En realidad no
son propiamente habitaciones sino espacios que se van conformando por unos
muros bajos que acogen a varias camas literas. Cada cierto trecho hay baños y
servicios higiénicos previstos para un cierto número de camas (o de hamacas, en
otra zona de este peculiar hostal). Quienes viajan con su colchoneta y bolsa de
dormir simplemente se instalan en una litera, y quienes no dispones de esos
adminículos, como era el caso nuestro, pueden arrendar un colchón, sábanas e incluso almohada a
precios muy módicos.
En el centro hay un espacio comunitario con mesas y bancas; en este
espacio, llamado “Palapa”, los huéspedes pueden comer, tomar algo, leer un
libro, escuchar música, o ver televisión.
El hotel tiene salida a una playa maravillosa de arena blanca en medio
de palmeras… está ubicado en una zona con acceso a bares, pequeños restaurantes
y discotecas por tranquilas y concurridas callejas peatonales. Pasamos un par
de días maravillosos en “Isla Mujeres” y nos dio mucha pena no disponer de más
tiempo para quedarnos a disfrutar de ese pequeño paraíso.
A nuestro regreso, en “Puerto Juárez” tomamos un autobús para el sitio
arqueológico de Tulum
Tulum es posiblemente el sitio arqueológico más significativo del estado
de Quintana Roo; en la actualidad el sitio y la pequeña ciudad del mismo nombre,
ubicada en los alrededores y que ofrece alojamiento y servicios turísticos, se
han convertido en un importante destino para visitantes locales y foráneos.
La ciudad maya llamada Tuluum fue una importante ciudad amurallada; los
vestigios se encuentran dentro del Parque Nacional del mismo nombre. El sitio
arqueológico está rodeado de vegetación tropical y se ubica sobre un farallón
colindante con el mar Caribe.
Arrendamos una cabaña muy rudimentaria en una zona próxima a la
entrada al Parque y a las ruinas. Allí sólo
proporcionan la cabaña a quién la arrienda (más que cabaña es una empalizada, con
techo de hojas de palma, una pequeña repisa, puerta con candado y piso de arena),
cada quien debe llevar su hamaca.
Los mochileros más organizados tenían
todo el equipo de camping: mosquiteros, catres, cocinetas de campaña,
lámparas, nevera portátil y trastos para hacerse la comida en el interior o en
parrillas al aire libre. Nosotros apenas teníamos las hamacas, un par de velas
para alumbrarnos las noches y comíamos en unos pequeños kioscos situados en la
entrada al parque.
Todo era muy barato, la cabaña costaba apenas dos dólares y medio por
noche y comíamos por una cantidad semejante; el único gasto adicional era el
repelente para protegernos de los mosquitos que hacían de todo para comernos
vivos, durante la noche.
Apenas comenzaba a obscurecer teníamos que refugiarnos en las hamacas
como gallinas en su palo, tratábamos de no encender ninguna vela para no atraer
a los insoportables insectos. Lo único que debíamos hacer era dormirnos de
inmediato en espera del nuevo día.
Las ruinas mayas en este lugar no son tan imponentes como las que
tuvimos la oportunidad de visitar antes y están bastante más deterioradas pero,
lo que vuelve a Tulum un sitio excepcional es su cercanía al mar.
El contraste
de las piedras blancas de las edificaciones, con el verde de la vegetación
tropical y el azul increíble del Caribe es realmente maravilloso y deja sin
aliento al visitante.
Recuerdo una anécdota simpática de este sitio. Cuando ya habíamos visitado
las ruinas y nos disponíamos a disfrutar de las bellas playas de Tulum, sufrimos
una repentina invasión de tábanos (esas moscas grandes que no pican… muerden).
Los tábanos prosperan y son abundantes en el trópico, cuando se
presentan como plaga su control es sumamente difícil. Los machos se alimentan
de néctar pero las hembras necesitan un alimento más rico en proteínas, les
encanta la sangre y para ello disponen de un aparato bucal “picador-cortador”
muy fuerte. Su mordida es dolorosa y deja enrojecida la zona afectada, causando
inflamación, enrojecimiento y escozor.
Esos días que pasamos en la playa de Tulum tuvimos que luchar contra su
desagradable presencia. Cada vez que conseguían posarse sobre nuestros cuerpos
o sobre la humanidad de otros turistas, nos hacían gritar… el dolor de sus
mordeduras era terrible. Había que tener siempre a mano una hoja para espantarlas
y mantenerles alejadas, pero a veces atacaban en grupo… varias a la vez…ahí la
solución era lanzase de cabeza al mar y salir cuando estos espantosos insectos
hubieran escogido una nueva víctima.
Una mañana estábamos tomando el sol y disfrutando de la arena blanca y
fina cuando pasaron dos gringas haciendo striking… Hernán se sacó el traje de baño…
alcancé a oír que dijo: -“donde hay dos, hay tres” y salió corriendo tras de
ellas… Me levanté y corrí también… cuando los alcancé ya se habían hecho amigos
y dialogaban en una suerte de lenguaje de señas y dos o tres palabras en inglés…
llegué a tiempo para fungir de traductor, me enteré que eran suecas y estaban también
recorriendo las ruinas mayas.
Estábamos apenas en los prolegómenos de un dialogo que pintaba
interesante, cuando fuimos atacados por una horda de tábanos hambrientos… Como
nosotros habíamos descubierto el remedio para aquel tipo de ataques, corrimos y
nos lanzamos sin pensar dos veces a las cálidas aguas del Caribe… sin embargo
las gringuitas optaron por otra alternativa, siguieron corriendo por la playa
para dejar atrás a los molestosos insectos…
Cuando sacamos la cabeza del agua ya se encontraban lejos y cuando
logramos salir a la orilla, todavía más… Parece que las hembras de los tábanos no
solo se alimentan de sangre sino que tienen algún tipo de aversión contra los intercambios
interculturales… ¡Feos bichos, esos tábanos!....
De Tulum fuimos a Chetumal capital del estado de Quintana Roo, que se halla
ubicada a orillas de la bahía de igual nombre, en la península de Yucatán.
Parece que el nombre de la ciudad proviene de “chaac” que significa
"lluvia", “té” que significa "allí", y “emal” que significa
"bajar"; la traducción sería entonces: "allí donde bajan las
lluvias"… A nosotros no nos tocaron lluvias pero si un calor y una humedad
endiablados. Según pudimos informarnos, aquella región tiene un clima cálido y húmedo,
con una temperatura media anual de casi 27 °C a la sombra, sin embargo en
ocasiones puede subir a 38 y hasta a 42 °C. Creo que cuando nosotros estuvimos
allí, la temperatura debió situarse entre esos rangos.
No sé por qué fuimos a Chetumal. Es el lugar más caliente y húmedo que
haya visitado jamás. Era imposible salir a conocer la ciudad o a visitar sus
edificaciones y su puerto… el pavimento parecía hervir y la cabeza nos daba vueltas…
En el hotel nos metíamos con ropa a la ducha, salíamos a la calle chorreando
agua y, al poco tiempo, ésta se había evaporado y nuevamente el calor parecía
querer acabar con nosotros… La gente salía sólo temprano en la mañana y al
atardecer… entre las diez y las seis de la tarde todo estaba cerrado, las persianas
de puertas y ventanas trataban de proteger con su sombra, los interiores de
negocios y casas… nada se movía… Ni siquiera pudimos conseguir algún puesto de
refrescos para rehabilitarnos de la deshidratación que es calor monumental nos
generó por tratar de hacer turismo en medio de ese infierno…
De Chetumal fuimos en bus a Villahermosa capital del Estado de Tabasco,
allí nos pareció genial que la palabra “taxi” como se conoce en todo el mundo a
esos vehículos de transporte público, no sólo se pronunciaba “tapsi”, sino que
así estaba escrita en los clásicos letreritos que se ubican en el techo de esos
carros.
De Villahermosa fuimos a Oaxaca, capital del Estado del mismo nombre y,
finalmente, a México.
Fueron quince días fabulosos en esos encantadores lugares donde pudimos
darnos un baño rápido -pero muy aleccionador- de los incontables elementos de
la cultura maya, conocer las bellezas naturales de la zona y regresar con
nuevos bríos a nuestras tareas académicas en la UNAM.
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ResponderEliminarMaravilloso relato. Me hizo transportarme a esa época y tener una idea de cómo eran los lugares descritos en aquellos tiempos, particularmente Tulum, donde vivo ahora. La redacción, magnífica. ¡Enhorabuena! Felicitaciones.
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