En
junio de 2001 recibí una llamada de Ana Cristina Correa, hija de mi primo Pepe y
de su esposa Liliana. Quería pedirme que preparara unas pocas palabras para la fiesta
que ella, conjuntamente con sus hermanos, Antonio e Isabel, estaban organizando
para celebrar los veinticinco años de matrimonio de sus padres.
Acepté
con muchísimo gusto pues con mis primos Correa siempre hemos tenido una
relación fraternal, particularmente con Pepe -quien tiene la misma edad que mi
hermano Jaime- y con “Pollo” -que es de mi misma edad-.
“Pollo”
en realidad se llama Gustavo, pero eso
sólo lo descubrió no se si en segundo o tercer año del Pensionando Borja No.2,
los profesores se molestaban debido a que jamás respondía “presente”, cuando
corrían lista al iniciar las clases; si el profesor llamaba, “Correa, Gustavo”,
él simplemente lo ignoraba…en la casa siempre le llamaron “Pollo”, sus
compañeros también, nosotros los primos y los amigos siempre le llamamos de esa
manera y hasta ahora, todo el mundo le sigue llamando así.
Pepe,
en cambio se llama José. En realidad tiene un nombre más largo, José Antonio,
como el de la canción de Chabuca Granda. Pepe es colega mio… un título que ya no
usa, así lo señala. En ese documento, se lee claramente: arquitecto José
Correa… pero dejó la profesión hace ya varios años; ahora se dedica a la
agricultura y anda incursionando en otras actividades empresariales con pasión y fervor.
En
realidad somos primos en “segundo grado” (como se dice por acá, a los hijos de
primos-hermanos). Quienes resultan “primas-hermanas” son nuestras respectivas
madres; la mía ya fallecida era hija de mi abuela Agripina Chacón (a quien
todos llamábamos “Pinita”) y su hermana, Lucía Chacón (a quien llamábamos
“mamamita”) era madre de la mamá de los Correa.
La
mamá de mis primos Correa se llama Lucía Holguín, pero nadie le conoce por ese
nombre, todos los parientes y amigos le llamamos “Luchi” y sólo algunas gentes
más ceremoniosas le dicen “Lucha”, al igual que su esposo, Alberto Correa, a
quienes todos decíamos afectuosamente, “Beto”.
Pero
volvamos al relato en cuestión…. Siempre tengo el problema de irme por la
tangente y olvidar el eje central de cualquier historia….
Acepté
la invitación de Ana Cristina, asistí a una linda comida que los hijos
organizaron en honor de Pepe y Liliana por sus bodas de plata matrimoniales y
como ofrecí, preparé un texto que transcribo a continuación pues como soy
bastante guardoso lo había dejado en alguna carpeta y allí lo he encontrado al
buscar otro documento que me hacía falta…
Es
texto en cuestión, escrito casi once años atrás, decía lo siguiente:
Veinticinco años que son en realidad más de treinta
“Los Correa se acababan de mudar a la calle “Rubio de
Arévalo”. De esto posiblemente han pasado más de treinta años (años más, años
menos....). El Pepe que es dado a las precisiones nos dirá exactamente
cuántos... pero a estas alturas del partido esos detalles comienzan a carecer
de importancia.... y como acordándose de fechas exactas se sacan cuantas de las
edades de las gentes mejor dejar que las imprecisiones sigan flotando en el
ambiente.
(De todas formas.... si alguien quiere saber ¿hace
cuántos años exactamente...? habría que considerar que el ñaño Ernesto nació en
mil ochocientos ochenta y... ¡en fin todo eso es demasiado complicado...!)
El punto es que... como les decía.... hace poco más o
menos treinta años, desde la ventana del cuarto de la Luchi y el Beto, el Pepe
vio pasar a una niñita linda en bicicleta y sin más, declaró a los presentes
que estaba enamorado.
Y desde ese momento la vida cambió para la niñita de
la bicicleta... un galán rubicundo, algo pecoso, de pelo ensortijado apenas
salido de la adolescencia comenzó -tesonero y pertinente- (como ha demostrado
ser, en los años posteriores) a rondar día y noche la casa de la familia
Lanfranco (como rápidamente se encargó de averiguar, se llamaba la susodicha).
Era una casa que se habría prestado a confusiones para
cualquier galán medio despistado pues de sus puertas salían docenas de lindas
muchachas que habían llegado a estas tierras como fruto del encuentro del
corazón itálico del ingeniero Rino con el alma cuencanamente generosa de
Vituca...
Pero, por más que salieran de esa casa niñas guapas
por montones, Pepito no era un galán despistado... tenía los ojos fijos en una
de esas muchachas... (saliera o no en bicicleta). Es más, creo que su dueña
dejó de circular en dos ruedas por la calle “Rubio de Arévalo” para evitar
encontrarse con el atormentado y atormentador enamorado...
Sin embargo, luego de que se guardó aquel vehículo en
algún rincón de la casa paterna, parece
que también corrieron igual suerte las muñecas y otro tipo de nexos con una
infancia que comenzaba a descuidarse día a día para ir dando paso a un nuevo
interés relacionado con la juventud...
A la niñita de la bicicleta le comenzó a gustar lo
novedoso y exótico del chiquillo plantado en la esquina al que comenzaban a
crecerle musgos mientras -en la intemperie e inmóvil- esperaba un imperceptible
¡si!... Y cuando éste llegó por fin, de boca de esa muchachita fina y delicada
que, como pudimos enterarnos más tarde, se llamaba Liliana, Pepito cambió su
mirada de borrego enamorado por la sonrisa y la paz de quien se siente
correspondido en los laberintos inexplicables del amor.
Al principio creíamos que la chica se llamaba Liliana
Liliana Liliana, pues José repetía el nombre de esa forma... en series de
tres). Luego nos enteramos que las dos repeticiones eran un añadido romántico y
que nombre tan lindo -pronunciado una sola vez- correspondía a la persona
igualmente maravillosa que hoy nos congrega junto al joven galán de aquellos
años, hoy con poco pelo, algo de canas y una barriguita respetable convertido
en claro espécimen de quien aún juega en la sub-cincuenta.
No se si todos los amores de esa época eran largos y
maravillosos.... el cuento es que lo de Pepe y Liliana si ha sido un amor largo
y maravilloso.
Bueno... no está por demás decir que en un primer momento,
Liliana tenía que “acabar de criar” y “debía continuar estudiando” y Pepito
también debía “graduarse del colegio” y “estudiar en la universidad”, eso tal
vez fuese “largo” pero lo “maravilloso” es que todas esas tareas, esas metas y
todos esos años, fueron hablados, planificados y trajinados de “a dos”... pues,
cuando años atrás, don Pepe declaró que estaba enamorado y algunos meses
después doña Liliana le dijo que “ella también lo estaba”... cuando tímidamente
le dijo ¡si!, ambos tenían razón... “habían
estado enamorados” y ese enamoramiento dura más de treinta años.
De esa época recuerdo fiestas y paseos muy gratos a
los que íbamos en jorga muchos de los presentes... La imagen cordial de esas
andanzas es la de “los dos” “Pepe y Liliana” siempre cogidos de la mano, como
lo están ahora. Y podemos recordar -por supuesto- cuando ambos declararon en
sus casas “que estaban enamorados”. En un momento dado, la “mamamita”
pellizcando levemente el muslo de Liliana comprobó su firmeza y al punto,
sentenció: - ¡“mijita ya te puedes casar!.. (A Pepito ya le había dado años atrás
su visto bueno...)
Con esas sugerencias, algo más tarde, tímidamente pero
convencidos, dijeron “sí” ante la mirada bonachona y satisfecha de taita Dios y
de su representante en estos humanos confines, de cuya boca había salido la
pregunta...
Y se han amado, se han respetado, se han querido y
acompañado en la salud y en la enfermedad, en los momentos de alegría y en
aquellos de pesar, en las buenas y en las otras... por veinticinco años.
Fruto de ese amor que han sabido compartir a
borbotones es que están con nosotros Ana Cristina, Antonio e Isabel.
Pero ese amor compartido nos ha llegado a todos los
demás... a la Luchi y al Beto, a la
Vituca, al Rino que nos ve complacido desde lo alto -como siempre nos vio- a
hermanos y hermanas, a sobrinos, tíos y a todos los amigos que aquí nos
congregamos como prueba palpable de que el amor, la bondad y generosidad de don
Pepe y Liliana han caído en tierra fértil y estamos aquí... con ellos...
El cuento es que, lo de Pepe y Liliana ha sido un amor
largo y maravilloso.... en ¡veinticinco años...! (que son en realidad más de
treinta...)
Para
dar seguimiento a este relato, tendríamos que agregar que en los once años
transcurridos desde que lo escribí, algunas cosas han cambiado: Pepe y Liliana
son ahora abuelos y Luchi y Vituca son dos adorables bisabuelas.
Al
camino de Ana Cristina se han sumado su esposo John y sus hijos Joaquín y José
Elías; al de Antonio su esposa María Elena y su hijo Juan Pablo y al de Isabel
su esposo Marce.
Ahora no sólo el ingeniero Rino sino también el Beto, ven complacidos desde lo alto, la maravillosa prolongación de la familia… Deben gozar al ver que pusieron buenas semillas en tierra fértil y que todo sigue dando frutos… Mientras observan a todos sus retoños, deben echarse un par de copas de “negronis” en compañía de taita Dios; y, de seguro, deben tener una sonrisa beatífica que claro -no se sabe- posiblemente se deba a “todo lo vivido” o quizás, también a “todo lo bebido”…
En
fin….
El
cuento es que, lo de Pepe y Liliana sigue siendo un amor largo y
maravilloso.... en estos treinta y cinco años... (que son en realidad, más de cuarenta...).
Gracias Marito por recordarnos ahora tus lindas palabras de hace 11 años, tus comentarios siempre oportunos y precisos nos han llenado de gran emoción.
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