En junio de 1998 estuve en Ginebra en una reunión de coordinación del Consejo de Concertación sobre Agua Potable y Saneamiento (WSSCC).
Durante el 4to. Foro Global del Agua que tuvo lugar en Manila el año anterior, fui electo representante de las ONGs al consejo de administración del WSSCC y asistía a esas reuniones que se desarrollaban en la sede de la Organización Mundial de la Salud (OMS) cuya sede está en Ginebra.
Cuando íbamos a esas reuniones, la OMS nos alojaba en un pequeño hotel situado frente a la estación de trenes de Ginebra, la “Gare Cornavin” en pleno centro de la ciudad.
“Cornavin” es una de las más importantes estaciones ferroviarias de Suiza por ella se movilizan diariamente más de 85.000 pasajeros y 230 trenes con destino a otras ciudades suizas y hacia diversos países europeos.
En la manzana situada justamente frente a la estación se adosaban, uno a continuación de otro, una media docena de hoteles. En sus plantas bajas se alineaban de igual manera, un conjunto de cafeterías bares y restaurantes que proveían a los pasajeros de desayunos, almuerzos, cenas y una variada oferta de bebidas y recuerdos. Nuestro Hotel era muy confortable, bien servido por diversas líneas de bus para poder desplazarse hacia la OMS o hacia el aeropuerto. Quienes venían por tren, llegaban a la estación y con atravesar la plaza “Cornavin” -por la superficie o por el subsuelo donde había una galería comercial muy grande- podían llegar al hotel sin ningún problema.
Desde allí era muy simple acceder a todas las facilidades del centro de Ginebra, bancos, agencias de viaje, oficinas, almacenes y todo tipo de atractivos turísticos, comenzando por su bien preservado casco antiguo, sus agradables calles peatonales, numerosos parques bien cuidados, su magnífico paisaje, la tranquilidad de su lago y el famoso chorro de agua que hoy por hoy es uno de los más importantes símbolos de la ciudad.
Ginebra se encuentra situada a orillas del Lago Lemán, también denominado como “lago de Ginebra” (Lac Léman o Lac de Genève en francés), el mayor lago de Europa Occidental, cuya orilla sur corresponde a Francia y la orilla norte y sus extremos occidental y oriental a Suiza.
El lago tiene la forma de una media luna alargada, mide setenta kilómetros de largo por doce de ancho y cubre una superficie de quinientos ochenta kilómetros cuadrados. Sus aguas provienen del río Ródano que desemboca en su extremo oriental y sigue su curso en el extremo occidental luego de atravesar la ciudad.
En horas de la tarde cuando regresábamos al hotel luego de las reuniones en la OMS, salíamos en grupo a caminar por el centro de Ginebra, casi siempre por las orillas del lago y en otras ocasiones, por el centro, en busca de un bar o de un restaurante donde poder comer algo y disfrutar de una cerveza.
Descubrimos que el mejor sitio para tales propósitos era la cervecería “Les Brasseurs” situada en la misma cuadra que el hotel a pocos pasos de su entrada.
Uno de los atractivos de “Les Brasseurs” es que ofrece cuatro tipos de cerveza, todas hechas allí mismo, “en casa y con aseo”: una “rubia”, una “ámbar” doble malta, una “blanca” y una cerveza especial de temporada cuyos colores y sabores podían ser muy diversos (desde la “negra” de navidad hasta otras “rosadas o anaranjadas” con perfumes de fresa, frambuesa, grosella o cereza silvestre).
Las más demandadas por la clientela eran la “blanca” hecha con trigo y una con un nombre muy curioso, la “Diabolik” una cerveza roja con un toque de chile picante; las servían acompañadas siempre con trigo entero tostado.
En este encantador lugar, si alguien no sabe qué cerveza elegir o si desea probar de todo un poco, puede atacar la llamada “selección de degustación” que consiste en cuatro pequeños vasos de vidrio, uno con cada tipo de cerveza, que vienen en un ingeniosos soporte de madera tipo paleta semejante a los aparatos que se usan en los laboratorios, para mantener de pie los tubos de ensayo.
Pero, para quienes amamos la cerveza y requerimos un volumen más generoso de ese producto (mayor que aquel que puede servirse en esos pequeños vasitos de degustación)… “Les Brasseurs” ofrece la cerveza en vasos más respetables: de tamaño pequeño (de 300 ml), mediano (de 600 ml) o grande (de un litro). La mayoría de la gente suele ordenar los vasos medianos ("une canette”, nombre francés de un vaso de ese tamaño).
Si alguien busca emociones más fuertes o forma parte de un grupo dispuesto a llegar hasta “las últimas consecuencias” en “Les Brasseurs” se puede comprar una columna (“une colonne”, en francés) de cinco litros o de tres. Las columnas son tubos de diez centímetros de diámetro de plástico transparente con una llave en la parte inferior que permite servir los vasos desde este gigantesco expendedor.
El interior de “Les Brasseurs” es semejante a un pub tradicional con gran cantidad de elementos de madera charolada, decorados de bronce y vitrales de vidrio de colores. Hay mesas tipo restaurante para quienes desean cenar y mesas más pequeñas o taburetes junto a la barra para quines desean consumir las famosas cervezas o alguna otra bebida.
Yo había descubierto “Les Brasseurs” en mi primer viaje a Ginebra…. Y por supuesto, en esta ocasión, propuse a varios de los colegas que me acompañaban, visitar esa cervecería para disfrutar de "une canette de Blanche”…
Estábamos caminando desde el hotel hacia la entrada del bar…al aproximarnos vimos que en el exterior del local habían agradables mesas, detrás de grandes macetones con planteas que separaban la zona de mesas de la vereda.
Introduje las dos manos entre las plantas para moverlas un poco hacia los costados -como si se tratase de cortinas- para observar si había espacio libre en aquellas mesas…
¡Oh sorpresa!...
Cuando separé las ramas y metí mi cabeza entre las hojas para otear hacia el interior… en la mesa que se encontraba justamente al lado de la planta que moví -absolutamente al azar-… me topé –manos a boca- con mi querido amigo Jos Buys.
Cuando separé las ramas y metí mi cabeza entre las hojas para otear hacia el interior… en la mesa que se encontraba justamente al lado de la planta que moví -absolutamente al azar-… me topé –manos a boca- con mi querido amigo Jos Buys.
Jos es arqueólogo…vivió primero en Perú y luego en el Ecuador como miembro del equipo de cooperación belga. Hicimos amistad con él y su encantadora esposa, Hilde, primero porque sus cuatro hijos: Sara, Sven Samuel y Sigfrid, asistían al mismo colegio que nuestras hijas (Sara era compañera de Manon y Sigfrid de Manuela) y luego, porque, tanto ellos como nosotros, éramos miembros de Mahikari, este arte de origen japonés, tan interesante, que permite -a través de la imposición de la mano- la búsqueda de equilibrio tanto en la parte espiritual cuanto en lo mental y físico de las personas. Es más, fueron Hilde y Jos quienes nos hicieron conocer Mahikari… (pero esa es un larga historia que será motivo de otro -o mas bien de muchos otros- relatos).
Los Buys habían dejado el Ecuador varios años atrás y si bien habíamos hablado por teléfono en algunas oportunidades y en una ocasión fuimos a visitarles en su casa en Erembodegen no lejos de Bruselas, no nos habíamos visto en un buen tiempo.
Fue una sorpresa y un gusto enorme toparme de improviso con Jos. Por supuesto hicimos una sola mesa en la que sus amigos, los míos, él y yo... Entre todos dimos cuenta de al menos dos gigantescas columnas de cerveza.
Me enteré que ahora trabajaba para el Ministerio de Relaciones Exteriores de Bélgica en una oficina que hacía el seguimiento de todos los acuerdos y compromisos internacionales y europeos referidos al calentamiento global y al cambio climático.
Me contó que en esa oportunidad asistía a un seminario internacional sobre el tema del calentamiento… e Hilde le había acompañado… ella se encontraba también en Ginebra en aquel día…
Esa noticia fue un gran gusto para mi… poder dar un abrazo y charlar con esta querida pareja de amigos resultaba una coincidencia maravillosa…
Esa noticia fue un gran gusto para mi… poder dar un abrazo y charlar con esta querida pareja de amigos resultaba una coincidencia maravillosa…
Convenimos que al día siguiente íbamos a cenar juntos... pero, primero íbamos a disfrutar de un partido de la copa mundial que ese año se estaba desarrollando en Francia.
Nos dimos cita en su hotel, yo llevé un par de botellas de vino, Jos tenía una buena provisión de cerveza y muchas cosas ricas para picar...
Disfrutamos del partido de Francia con Paraguay que terminó con victoria de los galos por un gol a cero. Luego fuimos a cenar y nos pusimos al día en todas las historias de la vida, de los hijos y de los amigos comunes. Fue una noche muy placentera y grata.
Disfrutamos del partido de Francia con Paraguay que terminó con victoria de los galos por un gol a cero. Luego fuimos a cenar y nos pusimos al día en todas las historias de la vida, de los hijos y de los amigos comunes. Fue una noche muy placentera y grata.
En los días posteriores -ya en el mes de julio- y cuando habíamos regresado a nuestros respectivos países, ellos a Bélgica y yo al Ecuador, el equipo de Francia culminó un muy buen campeonato y llegó a coronarse campeón al vencer a Brasil por tres goles a cero en la final de esa copa del mundo.
Ello debió haber sido una gran satisfacción para muchos de mis amigos franceses; para mí en cierto sentido, también, porque me parecía un buen equipo, sin embargo mis preferencias estuvieron como siempre, alineadas al lado del equipo brasilero. Aunque en esa ocasión… perdimos la final.
Para nosotros, para Jos, para Hilde y para mi, la copa de Francia 1998 estuvo marcada por ese extraordinariamente fortuito encuentro en la cervecería “Les Brasseurs”, frente a la “Gare Cornavin” en pleno centro de Ginebra.
La copa ya no tiene importancia. Lo increíble (y lo hemos comentado con ellos en varias oportunidades) es que puedan sucederse ese tipo de improvisados encuentros -casi mágicos- que parecen fruto, más que del azar, de un planificación superior, de destinos y caminos que se cruzan y se entrecruzan sin lógica aparente… aconteceres que se producen y uno no sabe explicarlos... ¡¿cómo será, eh?!...
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