En 1985 estuve en Francia con mi esposa y mis pequeñas hijas, Manon tenía cinco años y Manuela apenas dos. Habíamos previsto ese viaje para visitar a la familia; sobre todo, para que mis suegros pudieran ver a sus nietas. Pero también aprovechamos para hacer turismo pues en ese viaje nos acompañó una querida amiga, la Marujita a quienes mis hijas llamaban “Uca”.
Uno de los lugares que visitamos en las inmediaciones de Paris fue el archiconocido y archivisitado Palacio de Versalles.
El “Château de Versailles” es un complejo edilicio que desempeñó las funciones de residencia real y a la vez capital del Reino de Francia durante el reinado de Luis XIV, conocido como el Rey Sol. Este monarca ordenó la construcción de Versalles, dejó París y se instaló en ese palacio-ciudad en la que llegaron a vivir hasta veinte mil personas.
El Palacio está en la comuna del mismo nombre, ubicada en los suburbios occidentales de la ciudad de Paris, a 17 kilómetros del centro de la urbe. Versalles es hoy un importante centro residencial, administrativo y judicial, pero su principal actividad económica es el turismo. Miles de visitantes del país y del extranjero, llegan diariamente a la zona para conocer el Castillo y los célebres jardines de Versalles.
Los jardines, de corte clásico, son acogedores y ordenados, con paseos llenos de esculturas y fuentes. El conjunto es actualmente un sitio histórico protegido y fue declarado "Patrimonio de la Humanidad" por la UNESCO, en 1979.
Para poder conocer Versalles en medio de una vorágine de visitantes, es indispensable tomar los servicios de un guía, sólo así es factible recorrer todas las dependencias, tener una idea más o menso rápida de detalles, anécdotas y precisiones históricas y arquitectónicas en poco tiempo.
Para nuestra visita, tomamos pues un guía que explicaba en español, miles de detalles a una velocidad inimaginable. Su dicción era clara y compresible pero su manera de hablar se asemejaba más a un devastador aluvión o a una enorme catarata que a una conversación civilizada.
Comenzó su torrente verbal a las nueve de la mañana explicando que el palacio cuenta con 700 estancias, 2.513 ventanas, 352 chimeneas, 67 escaleras, 483 espejos y quién sabe cuantas cosas más..
Conocimos que la superficie total del conjunto es de 67.121 metros cuadrados de los cuales casi 50.000 están abiertos al público.
Nos enteramos que en el palacio trabajan actualmente 900 personas, incluidos 400 guardias y vigilantes. Pudimos saber que año a año, tres millones de personas visitan el palacio y 7 millones los jardines y que, de ellos, el 70 % son extranjeros.
La vista propiamente dicha, comenzó por la Capilla Real con su doble columnata… el guía con su torrentosa ducha de lugares comunes, nos hizo observar que el conjunto era una verdadera "sinfonía de blanco y oro", luego visitamos el Salón de Hércules con su "decoración de mármoles y bronces dorados", el Salón de la Abundancia dónde, nos explicó, "café, chocolate, licores y zumos se disponían en recipientes de plata para todos los visitantes reales", luego nos trasladamos al Salón de Venus, "con el busto de Luis XIV en traje romano", luego recorrimos el Salón de Diana o "salón del billar", el Salón de Marte, "sala de los Guardias del Rey, primero, sala de conciertos y de juego, después", el Salón de Mercurio "originalmente Antecámara, luego Cámara de Gala utilizada para los juegos de la familia real", el Salón de Apolo "donde el trono de plata, de tres metros de alto, se elevaba al fondo sobre un amplio estrado y bajo un fino dosel", el Salón de la Guerra que "fuera en un inicio el Gabinete del Rey", el Salón del Consejo con "los magníficos bustos de Alejandro el Grande y de Escipión el Africano", la Cámara del Rey "con su mobiliario de terciopelo carmesí bordado en oro", el Salón del Ojo de Buey con "el gran cuadro que representa a los dioses del Olimpo con las facciones de Luis XIV", el Salón de la Paz o "sala de Juegos de la Soberana", la Cámara de la Reina "que sirvió de aposento a tres Reinas y dos Delfinas de Francia (diecinueve príncipes y princesas nacieron en ella)", el Salón de los Nobles "donde la Reina reunía a su circulo y recibía a los embajadores", la Antecámara de la Reina, la Sala de los Guardias "con sus pinturas consagradas a la leyenda de Júpiter", la Sala de la Coronación o "Antigua Gran Sala de los Guardias del Palacio", la Galería de las Batallas, "cuyos cuadros evocan las victorias más grandes de la historia de Francia"....
La visita, luego de cuatro horas de recorrido por cámaras, antecámaras, salas y salones continuó luego por la Escalera de los Príncipes, la escalera de la Reina, el Gabinete de la Meridiana, el Gabinete Dorado, el Gabinete de los Perros, el Comedor del Retorno de la Caza, el Gabinete del Péndulo, el Gabinete de Trabajo del Rey, el Gabinete Trasero, la Biblioteca de Luis XIV, el Salón de las Porcelanas, el Aposento de Madame Du Barry, la Opera Real, los Jardines del Palacio (con el Patio de Mármol, el Cuerpo Central, el Estanque, el Invernadero, el Estanque de los Suizos, la Alameda de las Tres Fuentes y la del Agua en el Crepúsculo, el Bosquecillo de la Sala de Baile, el Bosquecillo de la Columnata, la Alameda Real y la Fuente de Apolo) y el Gran Trianón y el Pequeño...
El guía, a la una de la tarde, hablaba de la Galería de los Espejos, -“esta admirable sala de setenta y tres metros de largo, diez punto cinco metros de ancho y doce punto tres metros de alto, con sus pilares de mármol de los Pirineos, sus ocho estatuas, sus diecisiete ventanas, sus veinticuatro hacheros dorados, sus arañas de cristal y sus cortinas de damasco blanco bordadas en oro…es, sin lugar a dudas, una de las maravillas del palacio...”
Mi hija Manon, tirando tímidamente de mi manga, me preguntó de improviso: -"Papá: -¿de que tamaño eran los Reyes?".
Difícil encontrar respuesta a una pregunta tan pertinente, sobre todo luego de recorrer ese enredado laberinto de enormes espacios y aquel exceso de lujos.
Supongo, no recuerdo, que respondería algo referido a que los reyes eran a veces más pequeños que otros seres humanos pero que su megalomanía se les desbordaba sin control, trasformándose en edificaciones, suntuosos decorados e interminables jardines. Tanto era el derroche que, años más tarde, les hizo perder casi a todos la cabeza.
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