En diciembre de 1991, Nicolás Kingman, quién todavía laboraba en el Diario “La Hora”, nos pidió a varios colegas del “Centro de Investigaciones CIUDAD” un conjunto de artículos de creación literaria sobre temas urbanos, para una publicación especial que ese medio de comunicación había previsto sacar por las fiestas de Quito.
Con Rodrigo Barreto redactamos -en dúo- un “cuento futurista” sobre el crecimiento urbano de Quito y la superación de los problemas más importantes de la ciudad que en esa ocasión, apareció en “La Hora” con el título de “Souvenirs…”
Lo reproduzco ahora, con un fraternal abrazo para Rodrigo, querido colega y amigo, que nos dejó hace poco luego de haber batallado contra una penosa enfermedad.
Esperaba que su gran espíritu de lucha, su fe en la vida, su optimismo, su compañerismo y su alma noble, que se expresaron siempre en sus abrazos –bien palmeados- y en su risa -estridente y generosa- le habrían permitan salir adelante. Pero no fue así....
Esperaba que su gran espíritu de lucha, su fe en la vida, su optimismo, su compañerismo y su alma noble, que se expresaron siempre en sus abrazos –bien palmeados- y en su risa -estridente y generosa- le habrían permitan salir adelante. Pero no fue así....
Añoranzas…
¡Ah, si pudiéramos regresar al Quito del dos mil cincuenta!.
En esa época la ciudad llegaba apenas a Machachi por el sur, a los barrios de Calacalí y Guayllabamba por el norte, al Quinche, Pifo, Sangolquí y Amaguaña por el este y al gran barrio "Bosque Protector" al occidente. Barrios periféricos como Alóag, Alluriquín, Puéllaro, Perucho, Tabacundo, Papallacta, e incluso el populoso barrio "Los Altos" en la cima del Ruco Pichincha, apenas si estaban comenzando a poblarse.
Desde el mirador del barrio Cochasquí, que dominaba la parte norte de la ciudad; desde la plaza de Cruz Loma, de donde se podía contemplar el centro; o desde la terraza del Ministerio del Medio Ambiente, ubicado en el Parque del Pasochoa, que miraba al sur; se podían observar las estaciones de descontaminación de las aguas servidas que fueron construidas -a tiempo- en los ríos Machángara, Monjas, San Pedro y Chiche, y la gran laguna de oxidación del río Guayllabamba que decoraba de forma tan pintoresca el zoológico ubicado en ese barrio.
Se podían observar las plantas de potabilización del Guagua Pichincha, del Antizana y del Cotopaxi, esta última recién inaugurada y que debía, según funcionarios de la Empresa de Agua Potable del Distrito Metropolitano, satisfacer la demanda de la ciudad hasta el año 2100.
Se podían observar las plantas procesadoras de basura de Pomasqui, La Merced, Uyumbicho y Lloa, cuya producción de abono orgánico habían permitido mantener una óptima producción de hortalizas y frutales en balcones, terrazas y avenidas.
En esos años, el ruido y el smog eran ya un recuerdo del pasado.
El agotamiento de nuestros recursos petroleros había acelerado la substitución del caótico sistema de transporte que privilegiaba los vehículos de uso individual y mantenía una obsoleta transportación pública.
La contaminación de calles y avenidas, que intoxicaba a los niños con gases residuales y plomo y la implantación arbitraria de industrias contaminantes que caracterizaron a nuestra ciudad hasta fines del Siglo XX habían sido superadas, dando paso a la eficiente transportación colectiva y a la racional zonificación industrial que nos legaron nuestros padres.
La deuda externa había dejado de ser una pesadilla, no porque la hayamos pagado sino por la extinción de los acreedores.
¡Ah, dulces años!
La gente trabajaba, disponía de tiempo libre suficiente; podía sonreír y hablar; contemplaba sin apuros el ir y venir de la vida.
La eliminación del peligro del sida había dado lugar a la reimplantación del amor.
Sin embargo, desde el Gran Cambio, la ciudad ha crecido menos, hasta parecería que se achica, no hay tantos niños en la calle. Nadie ríe.
San Francisco del Quito Metropolitano, 6 de Diciembre de 2091
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