miércoles, 20 de abril de 2011

Ecuador 1: Añoranzas...



En diciembre de 1991, Nicolás Kingman, quién todavía laboraba en el Diario “La Hora”, nos pidió a varios colegas del “Centro de Investigaciones CIUDAD” un conjunto de artículos de creación literaria sobre temas urbanos, para una publicación especial que ese medio de comunicación había previsto sacar por las fiestas de Quito.

Con Rodrigo Barreto redactamos -en dúo- un “cuento futurista” sobre el crecimiento urbano de Quito y la superación de los problemas más importantes de la ciudad que en esa ocasión, apareció en “La Hora” con el título de  “Souvenirs…”

Lo reproduzco ahora, con un fraternal abrazo para Rodrigo, querido colega y amigo, que nos dejó hace poco luego de haber batallado contra una penosa enfermedad. 
Esperaba que su gran espíritu de lucha, su fe en la vida, su optimismo, su compañerismo y su alma noble,  que se expresaron siempre en sus abrazos –bien palmeados- y en su risa -estridente y generosa- le habrían permitan salir adelante. Pero no fue así....

Añoranzas…

¡Ah, si pudiéramos regresar al Quito del dos mil cincuenta!.

En esa época la ciudad llegaba apenas a Machachi por el sur, a los bar­rios de Cala­calí y Guaylla­bamba por el norte, al Quinche, Pi­fo, Sangolquí y Amagua­ña por el este y al gran barrio "Bosque Protec­tor" al occidente. Barrios periféricos como Alóag, Alluri­quín, Puéllaro, Perucho, Ta­bacun­do, Papallacta, e incluso el po­puloso barrio "Los Altos" en la cima del Ruco Pichincha, apenas si es­taban comenzando a poblar­se.

Desde el mirador del barrio Cochasquí, que dominaba la parte nor­te de la ciu­dad; desde la plaza de Cruz Loma, de donde se podía con­templar el centro; o desde la terraza del Ministerio del Medio Ambien­te, ubicado en el Parque del Pasochoa, que miraba al sur; se podían observar las estaciones de descontami­nación de las aguas ser­vidas que fueron construidas -a tiempo- en los ríos Ma­chánga­ra, Monjas, San Pedro y Chiche, y la gran laguna de oxi­da­ción del río Guaylla­bamba que decoraba de forma tan pintoresca el zoológi­co ubica­do en ese barrio.

Se podían observar las plan­tas de pota­bilización del Guagua Pichin­cha, del Antizana y del Coto­paxi, esta última recién inaugurada y que debía, según funciona­rios de la Empresa de Agua Potable del Distrito Metropolitano, sa­­tis­facer la demanda de la ciudad hasta el año 2100.

Se podían ob­ser­var las plan­tas procesadoras de basura de Pomasqui, La Mer­ced, Uyumbicho y Lloa, cuya producción de abono orgánico habían per­mitido mantener una óptima producción de hortalizas y frutales en bal­cones, ter­ra­zas y avenidas.

En esos años, el ruido y el smog eran ya un recuerdo del pasado.

El agota­miento de nuestros recursos petroleros había acelerado la substitución del caótico sistema de transporte que privilegiaba los vehículos de uso individual y mantenía una obsoleta transpor­tación pública.

La contaminación de calles y ave­nidas, que into­xicaba a los niños con gases residuales y plomo y la im­plan­ta­ción ar­bitra­ria de indus­trias con­taminantes que carac­terizaron a nuestra ciu­dad hasta fines del Siglo XX habían sido supe­ra­das, dando paso a la efi­ciente transportación colec­tiva y a la ra­cio­nal zo­nifi­ca­ción in­dus­trial que nos legaron nues­tros padres.

La deuda externa había dejado de ser una pesadilla, no porque la haya­mos pagado sino por la ex­tinción de los acreedores.

¡Ah, dul­ces años!

La gente trabajaba, disponía de tiempo libre suficien­te; podía sonreír y ha­blar; con­templaba sin apuros el ir y venir de la vida.

La elimina­ción del peligro del sida había dado lugar a la reimplan­tación del amor.

Sin embargo, desde el Gran Cambio, la ciu­dad ha crecido menos, hasta pare­cería que se a­chi­ca, no hay tantos niños en la ca­lle. Nadie ríe.

            San Francisco del Quito Me­tropolitano, 6 de Di­ciembre de 2091

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