viernes, 11 de marzo de 2011

Sudáfrica 2: Río+10

La “Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sostenible”, conocida como “Río +10” se celebró en Johannesburgo en septiembre de 2002. Con Raymond Jost y los colegas del SIA, el “Secretariado Internacional del Agua”, decidimos que debíamos tener una importante presencia en ese evento tal como había acontecido diez años antes en la “Cumbre de la Tierra”, en Río de Janeiro. Planificamos pues con varios aliados estratégicos, una serie de actividades ingeniosas y llegamos a Sudáfrica con gran ilusión y muchas expectativas.

Johannesburgo es el principal centro económico y financiero de Sudáfrica, ahora es un centro económico global pero nació vinculado a la explotación de  oro y diamantas. La población de la ciudad era estimada en 2002 en tres millones de habitantes. Actualmente se estima que el área metropolitana alberga a más de siete millones de personas, lo que le convierte en una de las tres aglomeraciones urbanas más populosas del África,  junto a Lagos en Nigeria y El Cairo en Egipto.

Johannesburgo es una ciudad con una segregación muy fuerte entre los zonas de residencia de las mayorías, predominantemente de raza negra (73%) en las que se evidencia, pobreza extrema, carencias y niveles de vida tercermundistas y los barrios ricos de la ciudad, donde una minoría de raza blanca (17%) vive en vecindarios muy confortables con avenidas, edificaciones, jardines, infraestructura y servicios equivalentes a los que se ven en ciudades norteamericanas y en otros países del llamado “primer mundo”.

La estructura urbana es muy curiosa pues ese contraste social y económico ha hecho que la ciudad no sea una trama continua sino una serie de urbanizaciones residenciales, amuralladas y resguardadas, con disponibilidad todo tipo de equipamientos y servicios, comunicadas por grandes autopistas y rodeadas todas, por gigantescos territorios de pobreza que como un inmenso océano rodea por todos los lados a esas islas de contrastante bienestar.

Estábamos alojados no en un hotel sino en una casa muy agradable que habíamos arrendado en un barrio residencial, en una de esas islas. Era una suerte de casa de huéspedes de dos plantas que hacía parte de una propiedad mayor perteneciente a una señora de edad, inglesa, viuda de un antiguo funcionario de una empresa minera que, a la muerte de su esposos decidió permanecer en Sudáfrica. Tenía una pensión pero se ayudaba arrendando ese pabellón a turistas, funcionarios internacionales o a técnicos de compañías europeas que llegaban a hacer algún trabajo temporal en la ciudad.

En esa casa, al borde de la piscina, realizábamos reuniones interminables de coordinación; allí nos reunimos igualmente, un día de esos, en una reunión formal, los miembros del Consejo de Administración del SIA, pues muchos estábamos invitados a la Cumbre.  En ese magnífico lugar lleno de vegetación exuberante, coordinábamos también aspectos académicos y logísticos de las presentaciones, conferencias  y mesas redondas que el SIA organizaba en el evento.

En una oportunidad teníamos que reunirnos con los invitados a un panel sobre “gestión comunitaria del agua”. Esperábamos entre otros participantes a una delegada de Mozambique, que todos suponíamos seria una africana “afrodescendiente”, sin embargo llegó una africana descendiente de europeos. La delegada era una joven blanca de pelo rubio corto, pequeña, algo gordita. Hablaba un poco de francés, pero se sentía más a gusto en portugués. Yo me propuse servir de traductor y trasmitía  a los colegas francófonos en su lengua, lo que esta dama planteaba o explicaba, en la suya.

En un momento de receso comenzamos a conversar y me preguntó por qué entendía tan bien el portugués, le comenté que yo era ecuatoriano y que el español y el portugués se parecen mucho en su estructura y sus palabras, y que debido a ello me era relativamente fácil hacer la traducción. Ella me comentó que de chica hablaba un poco de castellano pero que con el tiempo casi lo había olvidado. Le pedí que me explicara esto de que “de niña hablaba español” y “ahora no” y le pedí que dijera algo en español, para escuchar si en realidad lo había olvidado.

Ante mi pedido, con cierta dificultad, dijo en español: -“Antes hablaba español”...  añadiendo a continuación: - “soy mona”.

En Colombia, le dicen mona a una persona rubia; en España, mona es una persona, bonita, guapa, en Perú nos dicen monos a los ecuatorianos y en el Ecuador llamamos así a los guayaquileños y en general a la gente de la costa.

Debo confesar que su afirmación me dejó unos segundos algo descolocado. Ella era rubia y guapa pero jamás me hubiera imaginado que se autocalificaba así, porque era mi paisana… ¡era mona en la acepción ecuatoriana de la palabra!; ¡había nacido en Guayaquil!

Volvió al portugués y me contó que sus padres, los dos de Mozambique, habían vivido en la provincia del Guayas porque su padre fue enviado allí por trabajo hace más de treinta años. Ella nació en Guayaquil y allí vivió hasta los cuatro años. Luego regresaron a su país y a ella claro, con los años, se le fue olvidado el español que había aprendido de chica en nuestra tierra. Fue formidable toparme con una compatriota en ese lugar tan distante. Hablamos mucho del Ecuador y me dijo que tenía la intención de regresar algún día para re-descubrir el país donde vino al mundo

En el “Foro Mundial del Agua” que el “Consejo Mundial del Agua” organizó en La Haya en el año 2000, Raymond con su gran capacidad inventiva, había desarrollado el concepto de la “Casa del Ciudadano y el Agua”, un lugar “fuera de lo común” en medio de los tradicionales stands de una feria en la que todos quienes exhiben su marca, su empresa o su producto y compiten por trasmitir y comunicar algo, entregando volantes y plegables, afiches y recuerdos, explicaciones e informaciones… todo en medio de una cacofonía de colores, mensajes, sonidos, fotografías y videos. En ese tipo de feria la contaminación visual es enorme. Todos se superponen a los otros y todos acaban eliminándose mutuamente de los ojos y el entendimiento del espectador y el visitante.

Raymond inventó la “Casa del Ciudadano y el Agua” como un remanso de paz, de dialogo e intercambio en medio del caos. Concebida como una “casa” que acoge, pero a la que se le puede penetrar y atravesar de todos los costados, tenía un recinto para entregar al público interesantes debates interactivos, otro para reunirse y conversar libremente, otro simplemente de descanso y, como límites visuales del conjunto, elementos gráficos para trasmitir dos o tres ideas fuerza, que servían a la vez, para identificar el lugar. 

En La Haya la “Casa del Ciudadano y el Agua” fue un éxito sin precedentes.   La gente llegaba allí a conversar, a escuchar, a intercambiar o “a cambiarse” las ideas.    Era como llegar a un parque o una plaza luego de haber estado perdido en estrechas callejuelas ruidosas y congestionadas.                                                                                                                                       

En un principio Raymond previó hacer, también en Johannesburgo, una “Casa del Ciudadano y el Agua”, sin embargo en esa ciudad tan compleja, los organizadores de la Cumbre previeron tres amplios recintos, bastante distantes entre sí, para las diversas manifestaciones del tema agua: en un enorme coliseo al que se llamó  “Water Dome” se agruparían las exhibiciones y stands de empresas y organismos internacionales; en “Obuntu Village” se agruparían las exhibiciones y stands de ONG y organizaciones de la sociedad civil; allí se realizarían también todas las actividades culturales y artísticas; y en el recinto de convenciones de “Nasrec” se podrían escuchar conferencias, debates, mesas redondas con un amplio y detallado programa de todo tipo de temas y las reuniones oficiales de los delegados de los distintos países a la Cumbre.

Pues bien, ante esa situación, Raymond, con su gran inventiva y capacidad de acción, decidió que el “Secretariado Internacional del Agua”, estaría presente en los tres sitios. Consiguió aliados estratégicos para tres locas ideas, enganchó colaboradores de todo lado y, ya in situ, nos tuvo correteando a todos para resolver los últimos detalles.

Organizó tres magníficos espacios para “reuniones, presentaciones, debates y convergencia de actores”. En el “Water Dome”, la versión sudafricana de la “Casa del Ciudadano y el Agua”; en “Ubuntu Village”, el “Jardín de la gobernabilidad” donde la gente podía colocar mensajes en “el árbol de la palabra”; y, alrededor de un pequeño lago, en “Nasrec”, un conjunto  denominado “Puentes del agua”: pequeñas plazas para reuniones y un estudio de grabación radial al aire libre.

Por supuesto todas esas actividades demandaron de la colaboración y el apoyo de  múltiples entidades. Ya en la Cumbre, en medio del corre-corre que se generó por la necesidad de estar presentes en todos estos sitios, varias veces al día, controlando, verificando y organizando todo, las jornadas en Johannesburgo nos dejaban moribundos.

Desde losPuentes del agua” de Nasrec” los visitantes podían ver innumerables pequeños veleros, todos confeccionados por niños de Soweto con materiales reciclados. En las velas blancas de esos barquitos se rendía tributo de agradecimiento a las empresas, Agencias de Cooperación, Universidades, ONGs y otras entidades que habían contribuido al éxito de estas iniciativas.  Por ahí tengo una foto de los veleros de “CIUDAD” y de “REDES”. Es realmente grato cuando se pueden sumar recursos, trabajo, compromisos e ideas, aunando el hombre a decisiones acertadas.

Sería deseable que la búsqueda de solución a los problemas del agua y el saneamiento en el mundo y, en general, a los retos del desarrollo sostenible pudiesen estructurarse de ese modo: políticas y decisiones, adecuadas y esfuerzo y participación de todos.  




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