Regresé a Marruecos en septiembre de 2004, exactamente nuevos años después de mi primera visita. En esta ocasión fui con mi esposa para visitar varios lugares que no pudimos conocer en nuestro primer viaje. Para el efecto tomamos un paquete turístico que incluía entre otras cosas, una visita completa a la hermosa ciudad de Marrakech y a sus atractivos patrimoniales.
Marrakech, conocida como “La Ciudad Roja” es una de las ciudades más importantes de Marruecos. Junto a Rabat, Rabat y Meknés es una de las cuatro ciudades imperiales y alberga numerosos monumentos que la convierten en un importante destino turístico.
En Marruecos, en los últimos años, se ha promovido mucho el alojamiento en casas rehabilitadas que se conocen como “riads”. Nosotros teníamos la opción de alojarnos en un hotel convencional, pero acordamos con la empresa que nos proporcionaba el servicio, que nos buscara alojamiento en uno de estas viviendas renovadas.
El nombre “riad o ryhad” era la manera como se conocía a las casas tradicionales de las medinas (los antiguos centros urbanos marroquíes). Estas viviendas, casi siempre de dos plantas, ciegas o cerradas hacia el exterior (a excepción de muy pequeñas ventanas en las habitaciones de las plantas altas) se estructuran interiormente alrededor de un patio central, lleno de plantas y con una fuente de agua en un lugar preponderante; de ahí su nombre de “riyad” (jardín en árabe) de la que deriva su denominación actual.
La mayoría de estas viviendas estaban en franco deterioro, en medio del abandono de las medinas, pero a partir de 1990 se beneficiaron de una ley que apuntaba a salvaguardar el patrimonio y a promover el desarrollo turístico. Numerosos “riads” han sido restaurados y habilitados como pequeños hoteles al amparo de esa ley. Por esa razón en los últimos años, la palabra “riad” se ha convertido en sinónimo de “casa de huéspedes” e incluso de “restaurante”.
Tuvimos mucha suerte y nos ubicaron en el “Riad Amina” en la Medina de Marrakech; un pequeño hotel con pocas habitaciones y suits dispuestas alrededor de un acogedor patio lleno de vegetación y una fuente de mosaico al centro.
La edificación, restaurada y decorada con muy buen gusto, dispone de una sala de estar bellamente decorada en una de las habitaciones de la planta baja y otra informal, en el patio. Allí se sirve el desayuno en las mañanas y uno puede disfrutar de un té o cualquier otra bebida durante el día.
Este agradable “Riad” se encuentra en una callecita muy estrecha en la Medina. A pocos pasos de su fachada se inicia el barrio de los “suks” (bazares o mercados). Las calles principales de la Medina ofrecen una sucesión de pequeños comercios con mercadería de todo tipo: ropa, fruta, aceitunas, especias, pieles, babuchas, alfombras, lana, lámparas, vajillas, objetos de cobre y bronce y decenas de otros productos frescos, manufacturados y artesanales. En los “suks” es factible encontrar también decenas de talleres de artesanos y fabricantes que trabajan y ofrecen a la venta finos artículos de cuero, madera, vidrio, metal y cerámica.
Al salir del “Riad” y luego de recorrer un complicado laberinto de pasajes y callejas siempre llenas de gente y de comercios de todo tipo, se llega en al famosa plaza “Djamaa el Fna”. La sensación es parecida a la que se puede tener al recorrer una red de riachuelos con muchas atractivas vistas en las orillas y desembocar de repente en un gran lago.
“Djamaa el Fna” es el mercado más grande de Maruecos y una de las plazas más grandes y concurridas del mundo. A ella convergen todas las arterias que se internan y recorren la Medina. Durante el día es un sitio de expendio de todo tipo de productos comestibles: legumbres, verduras, frutas frescas y secas, aceites, especies, todo expuesto en ordenadas pirámides multicolores. Un deleite para la vista
En la plaza se citan malabaristas, acróbatas, cuenteros, músicos, bailarines, saltimbanquis, prestidigitadores, faquires, encantadores de serpientes y proveedores de todo tipo de servicios. Es común encontrarse con los coloridos aguateros que, con sus zurrones de piel, ofrecen agua a todo caminante sediento a cambio de unas monedas.
En este gigantesco espacio hay un orden planificado por la costumbre, es como una gran ciudad con calles y manzanas; todos los comerciantes se ubican en éstas últimas y dejan pasos confortables, respetados para la circulación de clientes y turistas. En espacios, especializados se ubican comerciantes ambulantes de todo tipo: vendedores de artículos usados, desde zapatos hasta cacharros de cocina, pasando por lavabos viejos y dentaduras postizas de segundo uso. En esta maraña de puestos de venta, se puede uno topar con mujeres que decoran las manos y los pies de sus clientes con ese tinte natural llamado “henna” a la usanza berebere; sastres que con sus máquinas de pedal reparan vestidos o cosen botones, zapateros que dejan como nuevas, viejas babuchas o zapatos descocidos, peluqueros que recortan pelos y barbas con gran destreza e improvisados odontólogos que con grandes pinzas y sin anestesia extraen piezas dentales a precio módico.
Al anochecer la plaza se llena de puestos de alimentos preparados, desaparece el mercado y el enorme espacio se convierte en un patio de comidas al aire libre, en un gigantesco restaurante popular. Los puestos son numerosos y la oferta, abundante y variada. Casi todos tienen un lugar de preparación y un espacio más amplio para comedor, provisto de mesas y bancas de uso colectivo.
Los Espacios están generalmente cubiertos de toldos de colores y dotados de una adecuada iluminación merced al uso de generadores de gasolina, cuyos humos se mezclan con el que sale de cocinas y parrillas y origina una especie de densa neblina que cubre totalmente la plaza en horas de la noche. Todo se cocina, se exhibe y se ofrece a vista de la clientela. En braceros de carbón se prepara “meshuis” y “kebaps” de cordero y otros platos tradicionales cocinados a la parrilla. Decenas de puestos ofrecen sopas de verduras, “tajines” y “cuscús” de diferentes tipos; y, en otros pastelería fina, masas fritas con miel, frutas enconfitadas o deshidratadas, nueces, dátiles, pasas y almendras.
Como soy muy dado a probar las comidas más raras en todos los países que visito, no pude resistir la tentación de probar allí una maravillosa sopa de caracoles que burbujeaba, emanando un aroma de ensueño, en una olla enorme en uno de los puestos de comida de la plaza. Sobre los moluscos cocidos que se sirven en un bol de cerámica, vierten un caldo ligero muy caliente, hecho con diversas especies (menta, anís, tomillo, té verde, cáscaras de naranja, canela en rama, laurel y jengibre) que se juntan en una sensacional amalgama de sabores. Se va tomando el líquido con cuchara y se come los “scargots” con ayuda de un pequeño pincho. ¡Delicioso!
Tanto en el día como en al noche, la multitud, el ambiente, los espectáculos, el colorido de todos los productos, los atrayentes aromas de las comidas hacen de la visita a “Djamaa el Fna” algo verdaderamente inolvidable.
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