Raymond Jost convocó a los miembros del Consejo de Administración del “Secretariado Internacional del Agua - SIA” en Berna, a una reunión con representantes de las tres agencias de cooperación, de Francia, Holanda y Suiza, que estaban apoyando el Grupo de Trabajo “Gestión Comunitaria del Agua y Relaciones con la Sociedad Civil” que el SIA coordinaba en el marco del “Consejo de Colaboración sobre Agua Potable y Saneamiento – WSSCC”.
Aterricé en Zurich en septiembre de 1997 y tomé de inmediato un tren a Berna para poder participar en esta reunión que se llevaba a efecto como parte de las actividades preparatorias al Cuarto Foro Global del Agua que el WSSCC estaba organizando en Manila el siguiente año.
El itinerario de mi viaje había sido programado de Quito a Bogotá, luego a Paris y de esta ciudad a Zurich. Había salido el día anterior y estaba bastante cansado. Felizmente el trayecto de tren de Zurich a Berna toma tan solo una hora y diez minutos. Dormí un poco en el tren y al llegar lo único que deseaban era registrarme en el hotel, darme un duchazo y dormir confortablemente para recuperarme del agotador viaje.
Sin embargo solo pude tomar la ducha. El descanso tuvo que posponerse para la noche. Raymond estaba allí con mi amigo Carlos Guerrero, que a la época vivía en Madrid,a donde acababa de mudarse luego de varios años de trabajo en Londres como responsable de proyectos de “Homeless International”. En una reunión anterior, Raymond y Carlos habían conversado de la posibilidad de hacer un recorrido por diversos países europeos, para visitar agencias de cooperación no estatales con miras a lograr apoyo financiero para las actividades del Grupo de Trabajo, complementando el que entregaban las agencias antes mencionadas. Raymond consiguió recursos para el pasaje de Carlos desde Madrid, habían trabajado un par de días en un borrador de propuesta y quería reunirse de inmediato con nosotros para debatir ese documento. Sin otra opción, así lo hicimos.
Pero Raymond tiene la cabeza siempre llena de ideas, por tanto el tema no paraba ahí.
Había organizado las cosas para que la reunión con los colegas franceses, holandeses y suizos, se liquidara en una sola jornada, al día siguiente. Luego de ello, nos proponía, alquilar un minibus y hacer una gira por varias agencias de cooperación de Alemania, Holanda y Bélgica a las que Carlos había que contactado y pedido cita previamente. Quería pues hacer ese recorrido en cinco días y regresar a Zurich para tomar nuestros vuelos en las fechas previstas en nuestros respectivos pasajes.
A todos nos pareció un reto interesante y con el especial espíritu de cooperación que nos ha caracterizado, prácticamente todos, los miembros del SIA nos sumamos a este periplo tan audazmente organizado.
Nos reunimos con los delegados de las agencias europeas en una jornada agotadora pero muy productiva, En la noche compartimos con ellos una deliciosa “Fondue” preparada con excelentes quesos suizos y nos retiramos a descansar para emprender el viaje muy temprano a la mañana siguiente.
La tarde anterior habíamos alquilado un minibus azul para 8 pasajeros. El grupo estaba integrado por Raymond, que conducía el vehículo, Gabriel Regallet de Canadá que fungía de copiloto, John Munuve de Tanzania, Patrick Kahangire de Uganda, Lilia Ramos de Filipinas, Bunker Roy de la India, Carlos y yo.
No dirigimos hacia frontera de Suiza y Alemania y ya en camino nos dimos cuenta que solo Raymond y Gabriel tenían un pasaporte francés que le permitiría ingresar sin problema a los demás países. Bunker y yo teníamos visa Schengen vigente. John y Lilia tenían visa de tránsito holandesa y ninguno de los demás tenía visa para ingresar a Alemania, Bélgica u Holanda, nuestros países de destino.
Nadie había pensado en el pequeño detalle de las visas. Como el crucero estaba en ruta y las citas esperaban, decidimos arriesgar. Nos lanzamos hacia la primera frontera. Felizmente nadie nos pidió pasaportes, como nuestro vehículo tenía placas Suizas y Raymond pasó saludando en alemán, el oficial de la ventanilla ni siquiera nos miró. Entramos a Alemania sin obstáculo. Enfilamos a Stuttgart y de inmediato nos dirigimos a “Pan para el Mundo” donde nos recibió un amable personaje, que escuchó atento nuestra propuesta; le dejamos una copia de documento pero no nos ofreció nada concreto pues, según nos dijo, el presupuesto del siguiente año estaba ya casi totalmente asignado.
Salimos un tanto desilusionados pero de inmediato volvimos a la realidad pues debíamos tomar decisiones para seguir adelante. Pasar de Alemania a Bélgica en un carro suizo con cuatro indocumentados parecía un reto altamente improbable de cumplir. Raymond decidió entrar más bien a Francia y desde allí atacar la frontera Belga. Nos contó que conocía un pequeño paso fronterizo al sur de Alsacia. Hacia allá nos dirigimos con la esperanza de que estuviese poco custodiado. Cuando llegamos había una cola de seis o siete carros en espera de una gabarra que permitía cruzar el Rin en ese punto. Raymond estacionó y fue a dar una vuelta para otear el panorama. Habló en alsaciano con un camionero que espera su turno y le consultó sobre el problema del control policial, pues según le dijo. –“uno de sus acompañantes, un extranjero, había olvidado su pasaporte, en Berna”.
El conductor le recomendó que esperásemos un poco, porque a las cuatro de la tarde había relevo de guardia; cuando eso ocurría, casi siempre el oficial que llegaba y el que salía, se quedaban charlando y tomando un café en la oficina. Debíamos aprovechar ese momento para cruzar el río. Del lado francés dijo, -“casi nunca hay control”.
Regresó Raymond con estas noticias, nos pidió que tratáramos de pasar desapercibidos pues íbamos a dejar pasar a los vehículos que siguiesen llegando hasta la hora señalada, momento en el que trataríamos de colarnos en la gabarra sin pasar por el control migratorio.
¡Pasar desapercibidos! En una vehiculo azul fosforescente, con placas suizas, con el gordo y el flaco en los asientos delanteros, dos africanos, dos latinos, una filipina y un indio sin turbante pero con vestido tradicional… tratando de pasar desapercibidos. Los ocupantes de todos los carros que nos adelantaban, pasaban observándonos con curiosidad, como si estuviesen junto al “Arca de Noe”.
Un poco antes de las cuatro, Raymond arrancó, nos pusimos detrás de un camión de cajón metálico que nos cubría de miradas indiscretas y comenzamos a movernos hacia el embarcadero. Al llegar a la garita que no habíamos visto hasta ese instante, pues el camión nos tapaba la vista, efectivamente no había rastros de los policías alemanes. Subimos a la gabarra y cruzamos el río.
Así llegué a Alsacia por tercera vez, a los seis años de mi primera visita.
Tomamos rumbo al norte y nos dirigimos a un pueblito no lejos de Estrasburgo, al pie de los Vosgos, donde vivía Isabel, la hija de Raymond, en cuya casa habíamos previsto alojarnos esa noche. En el camino paramos en un mercadito para comprar provisiones para la cena y para el desayuno del día siguiente. Jugo de manzana, pan integral, fruta y té, para los vegetarianos, vino, salchichón, baguette, paté, quesos y café para los demás.
Salimos de madrugada y nos dirigimos hacia el norte de Francia, atravesando ese país de oriente a occidente. Raymond y Gabriel coincidían en que sería más fácil entra a Bélgica desde Lille por la autopista que va a Bruselas.
Antes de entrar a Bélgica nos detuvimos en el paso fronterizo para poder darnos cuenta si había algún tipo de control. Cuando comprobamos que todos los vehículos pasaban sin problema Raymond arrancó, pasamos y no nos detuvimos sino hasta encontrar un restaurante que parecía bueno en un sitio muy próximo a la capital Belga. Todos teníamos hambre y vimos que allí se ofrecía “moules & frites” (mejillones con papas fritas), el famoso plato belga y del norte de Francia.
Raymond sugería que debíamos probar esa delicia, pero sólo Carlos y yo aceptamos la propuesta. Gabriel dijo que prefería otra cosa y ninguno de los amigos africanos y asiáticos se interesó en probar esa suculenta preparación. Todos optaron por algún sándwich, fruta y te.
Nosotros tres fuimos a mesa aparte. Pedimos para cada uno, una poción de “moules”, una de “frites” y una botella de “Orval” una de las más famosas cervezas trapistas fabricadas en Bélgica. Las cervezas trapistas, generalmente más turbias, de muy alta fermentación y mayor contenido alcohólico que las otras cervezas, se llaman así porque solo se elaboran en algunos monasterios de monjes trapenses en Bélgica.
La porción individual de “moules” fue realmente generosa, su preparación deliciosa y las “frites” sensacionales… Sólo en Bélgica se pueden puede comer papas fritas tan crujientes. Vienen unas y otras en ollas de hiero fundido que las mantiene calientes todo el tiempo. Los mejillones son preparados en una especie de caldo compuesto solo de cebolla y apio, finamente picados, pimienta negra molida, sal y vino blanco. Antes de pesar a la mesa se añade a la mezcla una generosa cuchara de mantequilla o crema de leche. Nada más bueno. El secreto de las papas fritas belgas es que se fríen dos veces en aceite muy caliente. Luego de una primera cocción se las saca del aceite, se las escurre y se las deja enfriar; para pasarlas a la mesa se les da una segunda inmersión en aceite hirviendo. Ese es el secreto para que sean crocantes y en su punto. Disfrutamos como niños con este delicioso banquete. No estoy muy seguro que los otros puedan decir lo mismo de sus sándwiches de atún, tomate y lechuga, en pan de miga.
Llegamos a Bruselas y nos dirigimos de inmediato a las oficinas de la Comisión Europea donde debíamos entrevistarnos con un funcionario español encargado de los proyectos de cooperación con países en vías de desarrollo. Nos recibió y escuchó la explicación de nuestra propuesta con suma atención. Muy amable nos explicó que resultaba poco usual para la CE encontrar un proyecto que tope la temática del agua, el saneamiento y el desarrollo desde al perspectiva de la movilización de actores, la información y la comunicación en varios países de diferentes regiones y con la participación e interacción de organismos del “sur” y del “norte”. Nos mencionó que a él, particularmente, le parecía formidable pero que la estructura de la Unión Europea no preveía una fórmula semejante para sus proyectos de cooperación. El departamento donde él trabajaba, tenía un “escritorio” para América Latina”, uno para “el norte de África”, uno para “África Occidental”, otro para “África Oriental”, uno para “Asia-Pacífico”, otro para Asia continental” y así, sucesivamente… Los proyectos no podían presentarse por iniciativa de los posibles “beneficiarios” ni de los ejecutores, sino en atención a las convocatorias que estos “escritorios” realizaban de acuerdo a criterios y prioridades: temáticas, de condiciones sociales y económicas, de requerimientos regionales y de ejes transversales como violencia, derechos humanos, género, ambiente, desastres, salud, etc. etc.
Nos felicitó por la iniciativa y por el esfuerzo y…nos despidió con la sugerencia de estar atentos a las próximas convocatorias para poder adaptar nuestras iniciativas y voluntad de trabajo, a las temáticas y los componentes transversales que la CE diese prioridad en las diversas regiones.
Muy desilusionados fuimos esa tarde en busca de un hotel para pasar la noche y emprender, al día siguiente, el camino a Holanda donde teníamos las dos últimas citas de nuestro periplo. Salimos temprano en la mañana y antes del medio día llegamos a La Haya para la reunión en “Cordaid” y luego con “Novib” dos agencias de cooperación de los “Países Bajos”.
En ambos casos la situación se repitió de manera casi idéntica como en Alemania o en Bruselas. Felicitaciones, buenos deseos…y ninguna posibilidad de apoyo. Sus contrapartes ya estaban establecidas, no tenían disponibilidad presupuestaria para nuevos proyectos y si existiesen pequeños remanentes no podían aplicarse a un programa transcontinental de tanta complejidad. Los oficiales de proyectos de las dos instituciones tenían un mandato que les establecía trabajar por regiones e incluso, por países, en temas específicos. En este caso, la propuesta del SIA, no encajaba en absoluto en la estructura operativa de estas dos entidades.
Salimos frustrados y desilusionados en grado superlativo. Ninguna de las agencias de cooperación que visitamos, había podido apoyar nuestra iniciativa. Lo increíble es que la imposibilidad no estaba en la propuesta, en su contenido o en sus alcances, sino en limitantes referidas a la forma de estructura y organización interna de estos entes de “cooperación para el desarrollo”.
En la Haya se comenzó a desgranar el grupo. Lilia y John habían previsto ir en tren a Ámsterdam para tomar el avión a sus respectivos países esa noche. Así lo hicieron nos despedimos con pena y nosotros emprendimos de inmediato el largo a viaje hacia París; casi cuatrocientos kilómetros y más de cinco horas de duración. Supongo que la sensación que nos embargaba debe haber sido la misma que tuvo Noe cuando sus pasajeros empezaron a abandonar, por parejas, el Arca.
Llegamos esa noche a Paris en total estado de agotamiento. Hicimos una breve sesión de clausura y despedida, Raymond, Gabriel, Bunker y yo podíamos permanecer en Paris pues nuestros vuelos de regreso a casa salían de esa ciudad. Carlos y Patrick debían en cambio regresar a Zurich pues tenían vuelos directos desde allí a Madrid y a Kampala.
Habíamos recorrido más de mil trecientos kilómetros y a los dos amigos que debían regresar a Suiza, les faltaban todavía quinientos kilómetros más, para poder devolver la furgoneta y poder regresar a sus respectivos países. Ese fue un viaje, según refiere Carlos, lleno de avatares y aventuras, pero voy a dejar que él escriba los detalles en un relato propio, pues debieron hacerlo con poco dinero, sin visa y con la premura de llegar a Zurich a una hora fija pues Patrick debía tomar el avión en esa misma noche.
Para despedirnos, Carlos y yo salimos en busca de algo para comer y desgraciadamente no encontramos nada abierto en las inmediaciones del hotel. Tuvimos que entrar a un sitio de hamburguesas y comer comida chatarra con gaseosa en la capital gastronómica del mundo. Como si el Arca se hubiera varado en Texas y no en el monte Ararat.
La experiencia del “Arca de Noe” nos sirvió para preparar otro periplo que Carlos y yo emprendimos con colegas de ONGs latinoamericanas, cuatro años más tarde. Pero eso será motivo de otro relato.
No hay comentarios:
Publicar un comentario