domingo, 6 de marzo de 2011

Marruecos 4: ¡Balak - Balak!: la Medina de Fez

Como ya relaté, estuve en Marruecos en Septiembre de 1993 invitado al “Segundo Foro Mundial del Agua”. En esa ocasión tuve la oportunidad de visitar Fez y su famosa Medina.

Fez, la tercera ciudad de Marruecos  es una de las cuatro ciudades imperiales junto a Rabat, Marrakech y Meknés. La Medina de Fez conocida como “Fez el-Bali” (Antiguo Fez) fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1981. Su estructura urbana está conformada sobre un laberinto de calles, pasajes y callejuelas. Es la ciudad medieval más importante y uno de los conglomerados peatonales más grandes del mundo; se encuentra limitada por giganescas murallas que la separan del resto de la urbe y enormes puertas ricamente ornamentadas permiten su vínculo con la ciudad moderna. 

Fez fue por mucho tiempo la capital del reino de Marruecos y albergó importantes actividades productivas y comerciales. Dio su nombre a los célebres gorros de Fez, esos sombreros tronco cónicos, de paño rojo y borla negra tan usados en Turquía y en otros países árabes. Hasta hoy son renombradas sus famosas curtiembres y tenerías de cuero así como las piscinas donde se tinturan pieles y lanas, las hilanderías y sus industrias de confección. En épocas medievales eran muy conocidas sus adargas, escudos ovalados hechos en cuero prensado muy cotizados en las batallas por su resistencia a flechas, lanzas y espadas.

A más de su importancia económica, Fez ha sido por años el más importante centro religioso y cultural del país. Aún en nuestros días su famosa universidad, conocida por el estudio de la lengua árabe y la religión musulmana, es un foco de atracción para numerosos estudiantes marroquíes y de los demás países del norte de África y el Medio Oriente.

En el marco del Foro, los organizadores habían previsto visitas a diversos atractivos turísticos para que los participantes tuviesen la posibilidad de familiarizarse con la cultura local; así que con mi esposa y varios otros amigos nos inscribimos para un tour para conocer Fez y su Medina.

Las callejuelas de esta vieja estructura urbana son realmente minúsculas, muchas apenas tienen un metro de ancho y conforman un laberinto incomprensible e indescriptible. Para un foráneo resulta absolutamente imposible ingresar allí y no perderse. Las calles y edificaciones no siguen orden ni trama alguna. Todo late y se sucede como si la Medina fuese un cerebro vivo de colosal tamaño. Quien dijo que “hay caos con orden” y “un orden en el caos” visitó Fez el-Bali”, pueden estar seguros.

Al cruzar una de las puertas, siguiendo de cerca al guía, no teníamos idea de todo lo que encierran esas grandes murallas. Edificaciones viejas, de vetustez extrema, se sostienen en precario equilibrio y siguen habitadas; muros blancos enormes se cruzan y se adosan a escalinatas sólidas, a escaleras de mano, corredores cubiertos y balcones abiertos; a túneles,  rampas, pasadizos, arcadas y callejas. Casi todos los muros lucen minúsculas ventanas, puertas cerradas y coloridos zócalos. A veces ciertas puertas, apenas entreabiertas, permiten atisbar interiores floridos, paredes de mosaicos, patios adoquinados, aguas quietas o juguetonamente alegres, en fuentes y piletas.

Pero hay calles enteras que surgen de repente, con sus rayados toldos y abarrotadas tiendas donde se vende de todo y se fabrica todo: cobres, bronces y estaños, hilos y tejidos de todos los colores, alfombras, casimires, lonas rústicas, sedas; coloridas pirámides: de encurtidos y conservas, legumbres y verduras, todo tipo de especies, frutas frescas y secas… Cristales y cerámicas, tambores e instrumentos de cuerdas, discos, libros, películas; joyas de plata y oro, piedras finas y perlas junto a collares de oropel y falsa pedrería, delicados perfumes y cacharros de barro junto a chucherías de latón y de plástico… y, de pronto: barriles colosales llenos de aceitunas de todos los colores; aceites y vinagres. Olores y colores impactan los sentidos: pan fresco muy caliente, tés y cafés de variados aromas, pastelería fina que huele a miel y a especies, triángulos de baklava y cuernos de gacela, quesos, yogurt y leche (de cabra y de camello), mezclas sofisticadas de carnes y verduras burbujean sobre el fuego, los famosos meshui y los kebap de cordero humean sobre parrillas y brazas muy calientes; compiten con los puestos de tajín y cuscús que con sensual aroma atrapan transeúntes y atraen comerciantes de los demás expendios.

Si el comercio de las estrechas callejuelas de la viaja Fez resulta extraordinario y exultante para todos los sentidos humanos, la industria y la manufactura que convive en medio de todos esos muros es todavía más inverosímil e impactante. Se pueden ver y visitar edificaciones enteras donde se lavan y curten pieles, donde de lava y de desgrasa la lana, hilanderías, tenerías o curtiembres de todo tipo de cuero, piscinas de teñido de cueros y de lanas, carpinterías, herrerías, platerías, forjas y múltiples talleres de confección: de ropa, de sombreros, de jellabas, babuchas, zapatos, muebles y cerámica. En todos estos sitios hay olores y ruidos muchas veces de espanto, incluso irresistibles: los cueros apestan a carroña, las curtiembres a azufre y a alumbre caliente, las tintorerías a cloaca, y en todas, los obreros transpiran pesadamente, sumando sus efluvios al inconfundible hedor de la lana mojada.

Las calles de la ciudad antigua están siempre repletas de comerciantes, clientes, visitantes, moradores, trabajadores, proveedores, estudiantes y transeúntes en una cacofonía de colores, ruidos y movimiento. La multitud bulle, fluye y se desliza como lava ardiente en las curvas y contracurvas de las estrechas arterias. Los pregones de los vendedores que tratan de atraer a su puesto a un potencial cliente, se suman al ruido ensordecedor de los amplificadores de los puestos de música y de electrodomésticos que también hacen lo propio. La belleza de ese conjunto excelso, los colores magníficos, los sutiles aromas, contrastan con violencia con hedores, bullicio, gritos, golpes y ruidos, humos y pestilencias que uno cree, podrán volverle loco. Repentinamente… y sin anuncio ninguno, uno curva una esquina y se instala en la calma.

Todo allí, es de ese modo: contrastes y sorpresas, atracción, repulsiones. Va uno caminando por un calmo pasaje y oye de repente, un corretear de cascos, alguien grita: ¡balak - balak!, y debe hacerse a un lado: caballos, mulas, camellos, cargados en exceso, llevan verdaderas montañas de ensangrentadas pieles, grandes fardos de lana, alfombras enrolladas, cueros multicolores, costales y cajones con frutas y legumbres, enormes madejas de hilo y hasta computadores. 


Con esa interjección, el arriero advierte que hay que retirarse, pegarse al muro o esconderse en la puerta más próxima para no ser golpeado o pisoteado. Las recuas circulan al trote y a galope, solo así logran, que insumos y productos, puedan pasar y llegar en tiempos razonables. Cuando uno se repone del paso de las bestias, vuelve la paz y la calma a la estrecha calleja. Todo es así en la Medina…Una experiencia única.

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