miércoles, 30 de enero de 2013

México 15: El Ford Fairmond y el viaje de Los Ángeles a México por tierra

Como ya he relatado viví en México desde fines de 1978 hasta principios de 1981. Viajé a ese país para cursar una maestría en “investigación y docencia”, en la Escuela de Arquitectura de la UNAM.


En julio de 1979 mi esposa Marie Thérèse vino para juntarse a mi aventura mexicana e iniciar nuestra aventura como pareja. En relatos anteriores conté cómo resolvimos el “problema habitacional” y la forma cómo atacamos el “problema de la movilidad y el transporte”, con la compra de un carro en Los Ángeles.


En esta historia voy a continuar refiriéndome a este último tema, contando el viaje que realizamos desde Los Ángeles a México D.F. en aquel famoso vehículo.


A fines de diciembre de 1979 mi hermano Jaime me mandó un dinero fruto de la venta de una camioneta Toyota que yo tenía en Quito. La idea era usar esos recursos para poder comprar un carro en México o en los Estados Unidos, pues en esa época había la posibilidad de comprar un vehículo del otro lado de la frontera, e internarlo temporalmente a México.


Decidimos que podríamos viajar a Los Ángeles visitar a mi tía Fanny, hermana de mi papá, que vivía en esa ciudad y comprar un carro usado en California, para luego hacer la ruta a la ciudad de México por tierra (a pesar de que de Los Ángeles a México D.F. hay casi 2.500 kilómetros).


Mi tía Fanny vivía en Los Ángeles desde 1950; migró a esa ciudad luego del terremoto de Ambato; allá se casó y tuvo cinco hijos: Frances, Robert, María, Susana y Elizabeth Lyman.


Viajamos el miércoles 16 de enero de 1980, el jueves y en los días posteriores pudimos reunirnos con toda esa rama de la familia. Fue fantástico, poder ver a la tía y en muchos casos, conocer por primera vez a los primos.


Como conté en un relato anterior, el viernes 18, la tía y la prima Frances nos invitaron a Disyneylandia y el sábado 19 fuimos con ella a un patio de vehículos que publicitaba un  “Ford Fairmond”, “station wagon” –nuevo- a un precio apenas mayor de lo que yo pensaba pagar por un carro usado.


Con la ayuda de Frances salimos de allí con nuestro vehículo nuevo… Tuvo la amabilidad de pasar todo el día con nosotros en esa negociación de automotores y nos dio una gran mano para poder comprar aquel carro…


Ahora debíamos enfrentar la gran travesía desde California hasta nuestra morada en la capital mexicana.


Planeamos hacer recorridos más o menos similares en cuanto a tiempo y distancia, en jornadas de algo más de 400 kilómetros por día, viajando sólo con luz del sol, descansando al medio día y en las noches… no era cuestión de correr riesgos innecesarios… el objetivo era llegar sanos al Distrito Federal.. Queríamos evitara morir en un accidente, en un asalto o calcinados en las gigantesco zonas desérticas que debíamos atravesar en el camino.



Planeamos un itinerario que saliendo de Los ángeles nos levaría a San Diego, luego a  Mexicali en el estado de Baja California, pasaríamos por Caborca, Guaymas y Los Mochis en el estado de Sonora, luego por Mazatlán (Sinaloa) y Guadalajara (Jalisco) para llegar por fin a  México D. F. El trayecto era de más de 2.500 kilómetros, que planeábamos recorrer en una semana entre el lunes 21 y el domingo 27 de enero. 


Decidimos que el lunes 21 saldríamos de los Ángeles rumbo a San Diego y luego hacia la frontera… Pensábamos pasar el puesto fronterizo en Mexicali y dormir allí para poder emprender la ruta hacia la ciudad de México el día martes.


La tía insistió en que almorzáramos con ella… era evidente que no quería dejarnos partir…


Finalmente aceptamos, total estábamos apenas a cuatro horas de la frontera… podríamos dormir del lado americano y cruzar el puesto de control más bien en la mañana del día siguiente. Nos parecía más lógico y seguro y así podríamos compartir con la tía unas pocas horas más.


En la mañana estudiamos los mapas que habíamos comprado para poder planificar nuestros recorrido y al ver que teníamos que atravesar una gran zona de desierto pensé que sería bueno proveernos de un recipiente para llevar combustible extra para usarlo en caso de  emergencia y otro para llevar una reserva de agua que podría ser útil para el vehículo o para sus conductores.


Después de almuerzo salimos de los Ángeles rumbo a San Diego, que se halla apenas a 195 kilómetros. Ese recorrido se lo hacía en menos de dos horas. No nos quedamos en esa ciudad, la vimos a lo lejos y continuamos hacia el este para llegar a Mexicali. Preferimos pasar por allí en vez de hacerlo por Tijuana porque de esa manera nos podríamos conectar más fácilmente con la vía que no conduciría de forma directa hacia Caborca.


De San Diego hacia la frontera hay más o menos 200 kilómetros que también los hicimos en menos de dos horas por la buena calidad de las autopistas. Llegamos a la frontera al atardecer y buscamos alojamiento en un Holiday Inn en un pueblo llamado “Calexico”. En un folleto del hotel nos enteramos que ese asentamiento debe su nombre a la combinación de “California” y “México”, así como “Mexicali”, del otro lado de la frontera, combina las mismas palabras pero en diferente orden: primero “México” y luego “California”….


Antes de dormir volvimos a revisar nuestro itinerario. A primera hora de la mañana luego del desayuno, nos dirigiríamos al paso fronterizo para iniciar nuestra aventura por las interminables carreteras que atraviesan el desierto del Altar.


Nos enfrentamos a algo verdaderamente inusual y desconocido. Era impresionante la cantidad de vehículos que  se alineaban en varias docenas de garitas de control para pasar la frontera. Allí, personal de migración, aduanas y sanidad de los dos países, verifican documentación de personas, vehículos y carga… de quienes dejan México para internarse en los Estados Unidos y de quienes hacen el trayecto inverso. Al principio creímos que nos volveríamos locos en medio de una monumental congestión motorizada.


El cruce entre Calexico y Mexicali es uno de los pasos fronterizos más importantes entre los Estados Unidos y México. Las garitas de migración reportan un cruce promedio de 60.356 personas diarias, dando un promedio anual de un poco más de 21 millones de personas. Sólo lo superan el cruce entre  Ciudad Juárez y El Paso y el cruce entre Tijuana y San Diego.


La marea de camiones, tracto-mulas, camionetas, furgones, enormes buses, microbuses, furgonetas y vehículo livianos que llegan a ese pandemónium es verdaderamente inverosímil e impresionante.


En un tramo del trayecto se separan los vehículos de carga por un ramal, los de transporte público por otro y los automóviles por un tercero. Luego de eso, a pesar de la congestión, todo fluye con relativa celeridad… los automotores se van poniendo en fila y si sus papeles y permisos están en regla, en pocos minutos pueden pasar la frontera.


Nosotros logramos pasar en algo más de dos horas pues no éramos un caso “regular”… Los oficiales de migración de ambos lados verificaron nuestros pasaportes, y los de aduanas: los papeles del carro y mi permiso migratorio mexicano (mi famoso FM-9) que era el documento que me permitiría la internación temporal del vehículo en México.    


Una vez superado ese mar de carros de todos los tamaños y colores, nos internamos en la ciudad de Mexicali


Mexicali es la capital del estado de Baja California. En verano registra las temperaturas más altas en todo México, es una de las ciudades con más bajo nivel de precipitaciones anuales, una de las más calientes y por añadidura está edificada en una de las zonas más sísmicas de todo el país.


Decidimos que a pesar del calor podríamos almorzar en esa ciudad antes de lanzarnos hacia la ciudad de Caborca, distante 420 kilómetros. En la tarde tendríamos una jornada de más o menos cinco horas a través del desierto del Altar.


Comimos un almuerzo sencillo en una pequeña fonda del trayecto


Al terminar hice mi vieja broma a la mesera: - “¿se debe algo?”, le dije…


Y la despierta muchachita me respondió sin inmutarse: - “Pos, se debe de pagar, ¿no?”…


Aun riendo emprendimos el agobiante trayecto por el desierto. Recorrimos rectas interminables, con cactus de lado y lado en algunos tramos y tan solo rocas y arena en otros.


El desierto del Altar es una de las regiones más calientes de todo el hemisferio norte, con temperaturas máximas que llegan a 46.5ºC a la sombra. Es una de las regiones más inhóspitas del planeta así como una de las menos exploradas.


Al atardecer llegamos totalmente sedientos y llenos de polvo a la ciudad de Caborca. Este pequeño poblado se halla en el Estado de Sonora. Etimológicamente, en la lengua “o'odham”, “Caborca” se escribe “Kaa-volk” y significa "pequeña Loma" pues fue fundado en 1692 en un asentamiento indígena ubicado en el pie del “Cerro Prieto”.


Actualmente tiene alrededor de 60.000 habitantes, pero hace treinta años era mucho más pequeño. Al igual que otros pueblos de esa zona, Caborca cuenta con un clima seco y extremadamente cálido, con una temperatura media anual de 32.3°C.


A pesar del clima los moradores de esta región se dedican a la agricultura y a la ganadería; en la zona se han excavado más de un millar de pozos profundos que les sirve para irrigar grandes planicies dedicadas a la agricultura. En las inmediaciones de Caborca, en una +área de más de cien mil hectáreas, se producen espárragos, uvas, trigo, algodón y hortalizas de excelente calidad; la mayor parte destinados a la exportación a Estados Unidos.


En la región también es importante la ganadería; se explota ganado lechero y ganado de carne, el primero para satisfacer las demandas internas y de algunos municipios vecinos. La carne en cambio, se destina básicamente a la exportación.


En las acalles del poblado nos sentimos como en el lejano oeste… los moradores usan sombreros de cowboy y botas puntudas de taco alto, confeccionadas con piel de culebra, iguana, lagarto… y de animales más comunes como becerro, cerdo, cabra y oveja… Muchas de estas botas tienen adornos de plata o de bronce en las puntas y en las cañas y sus propietarios caminan haciendo sonar gruesas espuelas roncadoras (a pesar de que los caballos han sido sustituidos por enormes camionetas Ford y Chevrolet de gigantescos neumáticos y vidrios ahumados…


Al caminar por las calles de Caborca sentimos una extraña sensación, mezcla de admiración, incertidumbre y hasta de miedo… sobre todo porque todos los vaqueros con los que nos topábamos en las calles, en los portales y en las esquinas se quedaban mirándonos cómo preguntándose – “¡…y estos fuereños, ¿qué chaingadas hacen en nuestro pueblo?...


Cenamos algo ligero en la primera fonda que encontramos y nos encerramos luego en nuestro cuarto de hotel para no tener que salir en la noche en medio de esa muchedumbre de bigotudos y perdonavidas. 


El miércoles 23 de enero partimos de Caborca hacia Guaymas. Salimos muy temprano sin haber podido desayunar, así que compramos una botella de Coca Cola y un paquete de galletas para el primer tramo de un nuevo camino desértico.


Hasta Guaymas teníamos que recorrer 413 kilómetros. Atravesamos también desiertos interminables y llegamos a nuestro destino pasado el mediodía, luego de  casi cinco horas de manejar sin ninguna señal de vida a los dos costados de la ruta. 

De vez en cuando nos topábamos con enormes camionetas o camiones que pasaban a velocidades increíbles como si fuesen perseguidas por el sheriff.



En el camino entramos a Hermosillo, una ciudad agradable con muchas palmeras y bastante vegetación, un verdadero oasis en comparación con los eriales sequísimos que habíamos dejado atrás en la mañana… Nos tomamos una cerveza en un bar pero no pudimos quedarnos pues nuestros planes eran llegar a Guaymas sin detenernos. 



A la ciudad de Guaymas se la conoce como “La Perla del Mar de Cortés"; actualmente tiene más de cien mil habitantes y su desarrollo como puerto se basó por años en la pesca y otras actividades relacionadas con el mar; fue uno de los principales centros productores de camarón en el norte de México. Sin embargo, con la paulatina escasez de recursos pesqueros el sustento de su economía ha tenido que buscar otras vertientes; actualmente se basa en la industria maquiladora y el turismo.


Guaymas dispone de bellas y acogedoras playas rodeadas de hoteles y facilidades para el turismo.


Apenas llegamos nos dimos una escapadita a orillas del mar y disfrutamos no sólo de un chapuzón para sacarnos el calor del desierto sino también de la agradable brisa, uan maravillosa fauna marina y un fantástico atardecer.


Cuando comenzamos a buscar alojamiento, nos topamos con que Guaymas era una ciudad extremadamente cara como todo buen centro turístico. La noche en cualquier hotel era muy cara y nosotros teníamos un presupuesto mínimo para cada escala… En esa época no habían tarjetas de crédito que ahora resultan útiles para flexibilizar lo planificado… En nuestro caso simplemente no podíamos pagar esos precios y tomamos la decisión de dejar Guaymas y buscar alojamiento en algún otro pueblo del camino.  


Habíamos pensado que el jueves 24 iríamos de Guaymas a Mazatlán recorriendo los 768 kilómetros que separan las dos ciudades, así que más bien decidimos avanzar esa tarde y noche hasta algún otro punto, para reducir la jornada del día siguiente.


Sin embargo “una cosa es la teoría y otra muy diferente, la práctica”… fuimos avanzando y avanzando y no dimos sino con lugares “poco recomendados” para pasar la noche… 

Así que, entre éstas y las otras, llegamos a Los Mochis casi a la medianoche.


Habíamos salido de Guaymas como a las siete y media de la tarde y llegamos a los Mochis luego de más de cuatro horas de ruta… Sin pensarlo habíamos recorrido 350 kilómetros adicionales esa noche.


En Los Mochis conseguimos habitación en un hotel llamado Regis, no pudimos ni siquiera cenar pues todo estaba cerrado a esa hora... Dimos cuenta de una poco de refresco y unas galletas que nos sobraban y dormimos de un solo tirón totalmente agotados.


El viernes 25 salimos de Los Mochis rumbo a Mazatlán. La distancia entre las dos ciudades era sólo de 418 kilómetros, así que llegamos a nuestro destino, antes del mediodía luego de manejar unas cuatro horas y media.


Mazatlán está en el estado de Sinaloa; su nombre en náhuatl significa «Lugar junto a los venados» (mazatl: «venado» / tlān: «tierra adjunta»


Actualmente este puerto es uno de los destinos turísticos de playa más importantes de México; actualmente tiene más de 400.000 habitantes, pero ya en esa época era una ciudad muy importante. El turismo y la pesca son las principales fuentes de ingresos de Mazatlán. La ciudad alberga magníficos centros turísticos y tiene la segunda flota pesquera en México.


Para que no nos sucediera lo del día anterior lo primero que hicimos fue buscar un hotelito barato y nos dimos una tarde de playa para sacarnos la fatiga de la agotadora jornada de la víspera. 

 
Comimos mariscos y disfrutamos de una puesta de sol de ensueño.


De Mazatlán partimos el sábado 26 hacia Guadalajara.


En Guadalajara distante 478 kilómetros, vivían nuestros amigos Joaquim y Dominique Morales; los dos eran profesores y Joaquim era el director de la Alianza Francesa. Nosotros ya los habíamos visitado un par de veces antes y conocíamos esa bella ciudad.  Por primera vez en todo el viaje, al  llegar a Jalisco tuvimos la sensación de que habíamos superado las aventuras en terreno desconocido y nos encontrábamos ya en casa.


Los Morales tenían una linda casa en un barrio residencial con amplias calles y mucha vegetación, llegamos allí luego de manejar más de cinco horas y media, totalmente agotados. 

Como les habíamos llamado el día anterior, nos esperaban para el almuerzo y pudimos compartir con ellos y sus hijos Joaquim y Fanette una magnífica comida y una reparadora tarde al borde la piscina.


En la noche salimos a dar una vuelta por el centro y disfrutamos de la arquitectura y de las facilidades que los espacios públicos de Guadalajara ofrecen para propios y extraños: parques, plazas, fuentes, esculturas y monumentos… a más de la magnífica música y los deliciosos tequilas que se producen en esa región.     



El domingo 27 salimos de Guadalajara rumbo a México D.F. Nos tocaba una jornada más o menos semejante a la del día anterior: 540 kilómetros y 5 horas y media de trayecto. Eso no me asustaba… total ya habíamos hecho cinco jornadas semejantes en tiempo y distancia durante los días previos y además, por territorios más hostiles y desconocidos…. Lo que me preocupaba era llegar al tráfico endemoniado de la ciudad de México… donde camiones, ballenas, delfines, peseros, taxis, furgones y todos tipo de vehículos livianos compiten a la fuerza y con una civilizada agresividad por un metro cuadrado de pavimento para poder avanzar. Conducir en el “De – Efe” me causaba un “pánico escénico” digno de mejor causa…


Pero al final lo logramos… de alguna forma tomamos el periférico de sur a norte, salimos  por alguno de los ejes transversales, supongo que por “Barranca del Muerto” hacia encontrar la avenida “Revolución” y luego la avenida “Insurgentes” para seguir hacia el eje “Baja California” y llegar a nuestra casa en la calle Culiacán de la Colonia “Hipódromo Condesa”.


Cuando logramos parquear el carro en el garaje de nuestro edificio y luego tendernos agotados en la cama… no podíamos creerlo: habíamos llegado a nuestro destino -sanos y salvos- después de recorrer más de 2500 kilómetros desde Los Ángeles.


Lo que no sabíamos era que me resultaría imposible legalizar en la ciudad de México la internación temporal del vehículo… y que luego de un mes, nos tocaría volver a salir a la frontera, esta vez a Laredo y recorrer más de dos mil kilómetros de ida y otros tantos de regreso para obtener un “pinche papel” de permiso… Pero eso será motivo de otro relato.    

jueves, 24 de enero de 2013

Estados Unidos 1: La compra del Ford Fairmond, Disneylandia y el colchón.


Como ya he relatado viví en México desde fines de 1978 hasta principios de 1981. Viajé a ese país para cursar una maestría en “investigación y docencia”, en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México.

En julio de 1979 mi esposa Marie Thérèse vino a México para juntarse a mi aventura mexicana e iniciar nuestra aventura como pareja. En dos relatos anteriores conté cómo resolvimos el “problema habitacional” y en este relato voy a comentar sobre la forma cómo atacamos el “problema de la movilidad y el transporte”.


A fines de diciembre de 1979 mi hermano Jaime me mandó un dinero fruto de la venta de una camioneta Toyota que yo tenía en Quito. La idea era usar esos recursos para poder comprar un carro en México o en los Estados Unidos, pues en esa época había la posibilidad de comprar un vehículo allá e internarlo temporalmente a México (se lo podía vender luego a algún otro becario que pudiera renovar su “internación temporal” merced a su visa de estudiante). Varios amigos y conocidos habían recurrido a esa opción y compraron -a precio muy módico- un vehículo usado en los Estados Unidos…


Mis amigos Jean Claude Koster y Joaquim Morales que tenían trabajos temporales en México, (en gerencia hotelera el primero y como profesor de la Alianza Francesa el segundo) también habían adquirido un vehículo en el país vecino. Me recomendaron viajar a cualquier ciudad  fronteriza (El Paso, Laredo o Mexicali) y comprar una camioneta usada del tipo “station wagon”. Esos vehículos eran muy baratos pues tenían gran demanda en México por las facilidades que prestaban para llevar nueve pasajeros en sus tres filas de asientos. En el D.F. se las conocía como “mariacheras” porque podían acarrear un “mariachi entero” en sus butacas y todos los instrumentos en la parte posterior.


Viajar a cualquiera de las ciudades fronterizas era bastante complicado, largo y cansado. Había que viajar en bus, el recorrido tomaba dos o tres días y había que prever al menos dos noches de hotel si no se quería hacer el trayecto de más de 2.000 kilómetros de un solo tirón. Había que pasar la frontera en taxi, con todos los inconvenientes que eso podía conllevar para un ecuatoriano con visa de estudiante y una francesa con visa de turista, saliendo de México, ingresando a los Estados Unidos y regresando en carro (si lográbamos comprar uno)…Así que esa opción no me pareció ni la mejor ni la más fácil…


Decidimos más bien -luego de hacer sumas y restas- que podríamos viajar a Los Ángeles por avión, visitar a mi tía Fanny, la hermana de mi papá, que vivía allí y comprar un carro usado en California, para luego hacer la ruta a México por tierra (a pesar de que entre Los Ángeles y México D.F. hay algo más de  2.500 kilómetros.


Mi tía Fanny vivía en Los Ángeles desde 1950; migró a esa ciudad luego del terremoto de Ambato; allá se casó y tuvo cinco hijos: Frances, Robert, María, Susana y Elizabeth Lyman.


Con la decisión de viajar a Los Ángeles podríamos visitar a la tía y a la vez visitar -y en algunos casos “conocer” a mis primos-… así que la opción del periplo por California, nos pareció la más adecuada.


Llamé a mi tía para anunciarle esta inesperada visita, (huelga decir que estuvo encantada de recibirnos), saqué visa en la embajada americana en México, compré los pasajes más baratos que conseguí y el miércoles 16 de enero de 1980 desembarcamos en Los Ángeles como a las 11 de la noche en un avión de Aeroméxico.


Mi tía y mi prima María, la segunda de sus hijas, nos esperaban estoicamente en la llegada de vuelos internacionales. Nos recibieron con gran cariño y nos condujeron a su casa.


Esa noche conocí a Carlos (el segundo esposo de mi tía) y a Elizabeth la menor de mis primas. Yo no había vuelto a ver a mi tía desde su única visita al Ecuador hace mucho tiempo y ella quería tener noticias frescas de la familia, de sus amigos, del país, de Ambato su ciudad natal, en fin… de todo el mundo… Conversamos hasta la madrugada, nos acostamos tardísimo y dormimos casi hasta el mediodía del jueves.  

La tía nos despertó con un formidable desayuno con jugo de naranja, tocino, huevos fritos, salchichas, hotcakes, cereales de diverso tipo, leche entera, tostadas, mantequilla, mermeladas de todos los colores y un delicioso y humeante café… un copioso “brunch” como se suele llamar por allá a esa mezcla de breakfast (desayuno) y lunch (almuerzo)…


Por supuesto nos quedamos charlando en pijama hasta más de media tarde… luego nos dimos un duchazo y nos vestimos, pues en la noche después de sus trabajos, iban a venir a visitarnos Frances y Bob, mis primos… Bob era el único de mis primos que estaba casado en esa época… vino a vernos con su primera esposa de quién se divorció años más tarde y sus dos pequeños hijos: Jason nacido en 1974 y Alexis nacida en 1976… Más tarde llegó Frances… ella estaba soltera todavía pero ya en esa época ya trabajaba como asistente en una notaría de la que ella llegó a ser titular en años posteriores.


Fue muy grato conocer a estos primos de quienes siempre tuvimos referencias y vimos fotografías pero nunca habíamos conocido en persona. A María, en cambio si la conocimos de jóvenes, pues ella vino a vivir algo más de un año en el Ecuador, cuando ella tenía unos o catorce o quince años y yo dos o tres años más.


El viernes 18 la tía y Frances nos llevaron a “Disneyland” el famoso parque de atracciones creado por aquel genio que fue Walt Disney. Ese parque temático, ubicado en Anaheim, una pequeña región de California, abrió sus puertas en 1955; fue el primero de su tipo y su enorme éxito condujo luego a la apertura de “Disneyworld” en Orlando y “Disney-Paris” en Francia.


“Disneyland” ofrecía en esa época cinco diferentes áreas temáticas que recorrimos y disfrutamos durante todo el día:



-     “Main Street” (Calle Principal): una área diseñada con el fin de recrear imágenes y añoranzas de la historia americana… allí los visitantes podían toparse con desfiles, grupos musicales, bandas de música y los famosos personajes de Disney. Allí nos tomamos la clásica fotografía con el ratón Mickey.

-    “Adventureland” (La tierra de las aventuras): donde se podía visitar escenarios perfectos de la jungla y las culturas de Asia, África y América del sur, con sus animales salvajes y sus pueblos nativos, que recorrimos en balsas, barcos y canoas.


-   “Frontierland” (La tierra de la frontera): que aludía al viejo oeste y al espíritu pionero de los ancestros estadounidenses. Recorrimos esos escenarios en tren, en barco, en diligencia y en los carritos de las minas de oro... Fuimos atacados por filibusteros, vaqueros enmascarados y por pintarrajeadas pieles rojas…


-     “Fantasyland” (La tierra de la Fantasía): inspirada en el lema “Los sueños se vuelven realidad”, donde se podía tomar contacto con Peter Pan, Alicia en el País de las Maravillas, Pinocho...



-   “Tomorrowland” (La tierra del mañana): que posibilitaba el contacto con experiencias “futuristas”. Recuerdo que subimos a un juego, en esa época muy innovador, llamado “Space Mountain” (montaña espacial) que simulaba un vuelo espacial auténtico, en un recinto cerrado y a obscuras, en realidad era una impresionante montaña rusa, con musicalización y efectos de luz durante el  recorrido. Una experiencia de miedo… muy interesante. Las emociones eran tan fuertes que se advertía a quienes deseaban embarcarse “que esa experiencia no era recomendado para niños pequeños, adultos mayores, ni personas con problemas cardíacos”…


Disfrutamos como niños y quien más rio y gozó como un crio fue la tía Fanny a pesar de que en esa época tenía ya casi 60 años de edad. Nunca he visto a alguien reír de forma tan animada al recibir un chapuzón en las cascadas en el “lejano oeste” o al recibir un buen susto de horribles piratas o animales feroces (todos robots) que salían de repente de en medio de la vegetación, al atravesar selvas de mentira, muy bien ambientadas y representadas…  


El sábado 19 Fuimos con Frances a Burbank, una localidad cercana a Los Ángeles; ella había descubierto un anuncio que publicitaba un vehículo nuevo “Ford Fairmond”, “station wagon”, a un precio regalado, ¡3.999 dólares!, apenas más caro de lo que yo pensaba pagar por un carro usado de ese tipo.


Esa promoción era el enganche para atraer a los clientes, pues los vehículos que allí se vendían eran en realidad más caros. El vendedor todo engominado que nos atendió nos comunicó que el carro del anuncio no tenía ningún tipo de extras, ni aire acondicionado, ni vidrios eléctricos, ni alarma… tampoco tenía las clásicos decoraciones laterales de ese tipo de vehículo (paneles de algún material sintético que imita madera), ni tapacubos de lujo… además tenía un motor pequeño, de cuatro cilindros, 2.200 cm3 y trasmisión manual a diferencia de los otros modelos que eran automáticos, motor de seis cilindros y 3.600 cm3.


Así que, a toda costa, trató de vendernos un modelo más caro y lleno de aquellos detalles y accesorios… Casi se cae de oreja cuando le comunicamos que el carro que queríamos era  aquel modelo simple sin ningún lujo y mucho más barato que los otros que nos proponía…


Puso todo tipo de problemas, (era evidente que no quería vender el único carro de esas características que le permitían poner la publicidad en el periódico para atraer a los incautos y venderles otros  vehículos más caros).


Frances sacó a relucir sus dotes de jurista y le consultó si el modelo cuya foto y descripción se veía en el recorte de periódico que habíamos llevado con nosotros “era real o se trataba de un truco publicitario”… le contó que ella trabajaba con abogados y que “si lo que se estaba publicitando no era verídico, ellos se podían meter en un lío judicial muy complejo”… El tipo palideció y aseguró, nervioso, que si tenían ese carro… “al momento estaba en el taller de lavado pero podía tenérnoslo para la tarde…”


Supongo que tenía la secreta esperanza de que desapareciéramos y no volviéramos a asomar en la tarde…


Pero no fue así…


Fuimos a almorzar en los alrededores y a las tres nos plantamos nuevamente en aquel patio de vehículos…


Al vernos, el tipo volvió a palidecer y casi sin saludar mencionó que el carro estaba listo…


Apenas lo vi me pareció perfecto, no tenía  los horribles decorados de fórmica, excesivos cromados, ni tapacubos estrambóticos… era de un sobrio verde obscuro, con tapizado de color cuero, tres filas de asientos y la banca posterior rebatible.


El vendedor trató de vendernos todo tipo de extras, los paneles laterales, un tocacintas, aire acondicionado, alarma, cobertores de cuero… No acepté nada y le reiteré que quería el carro tal como estaba…


Luego vino el problema del pago y la matrícula. No podía mandar los papeles ni las placas a un país extranjero… en esos documentos debía constar una dirección de California…


Frances le dijo que eso no era un problema… Ella aceptaban que su dirección constara en los registros  y en los papeles y cuando los recibiera  en su casa junto con las placas, ella nos los enviaría a México por correo… (Huelga decir que procedimos así, y varias semanas después recibí todo en mi dirección de la capital mexicana).


El tema del pago del vehículo fue bastante más complicado… yo tenía una parte en efectivo y otra en cheques de viajero…  El tipo nos informó que no solían aceptar ese tipo de pago, consultándome si no tenía tarjeta de crédito o chequera de un banco local… Cuando le dije que no era el caso, sonrió triunfante… (Parecía que por fin había encontrado una excusa para no vendernos el carro)…


Frances tomó nuevamente las riendas del asunto y afirmó de forma categórica que pagaría la factura con su tarjeta de crédito… ella no tenía ningún inconveniente en que yo le dejara el efectivo y los cheques.


El tipo casi muere de infarto pero no tuvo más remedio que emitir la factura…


Salimos como las cinco con nuestro carro nuevo y seguimos a Frances por las calles y las autopistas de Los Ángeles hasta la casa de la tía.


Nos despedimos con un fuerte abrazo, había tenido la amabilidad de pasar todo el día con nosotros en esa negociación de automotores y nos había dado una gran mano para poder comprar el carro… Incluso me prestó algo de plata que me hizo falta, pues el pago de la matrícula y los papeles no estaban en mi presupuesto… así que el favor fue “con plata y persona” (como se dice por acá), pero le mandé un giro a nuestro regreso a México a más de una notita reiterándole nuestros agradecimientos.


El Domingo 20 almorzamos en casa de la tía con todos los primos. Ese día pudimos conocer a mi prima Susana a quién no habíamos visto en los días previos. Fue una muy animada conversación multilingüe pues si bien mis primas Francés y Maria hablaban español  perfectamente, los demás no lo hacen… y como mi mujer no hablaba inglés… tuvimos que   combinar idiomas y recurrir a la traducción para poder entendernos… a pesar de ese inconveniente… la reunión fue muy agradable y llena de afectos y rica comida.


Decidimos que el lunes 21 saldríamos de los Ángeles rumbo a San Diego y luego rumbo a la frontera, pensábamos pasar el puesto fronterizo en Mexicali y dormir allí para poder emprender la ruta hacia la ciudad de México el día martes.


La tía insistió en que almorzáramos con ella, argumentó a favor de esa propuesta, diciendo que había sobrado mucha comida del día anterior y que si nosotros no la comíamos, tendría que botarla… era evidente que no quería dejarnos partir…


Finalmente aceptamos, total estábamos apenas a cuatro horas de la frontera… podríamos dormir del lado americano y cruzar el puesto de control más bien en la mañana del día siguiente. Nos parecía más lógico y seguro y así podríamos compartir con la tía unas pocas horas más.


En la mañana estudiamos los mapas que habíamos comprado para poder planificar nuestros recorrido y al ver que teníamos que atravesar una gran zona de desierto pensé que sería bueno proveernos de un recipiente para llevar combustible extra para usarlo en caso de  emergencia y otro para llevar una reserva de agua que podría ser útil para el vehículo o para sus conductores.


Así que antes del almuerzo salimos con mi mujer a buscar dos tarros plásticos de dos galones de capacidad, en una tienda no muy distante. Al regresar, ya cerca de la casa de la tía, descubrimos sobre la vereda, junto a un poste, un colchón de resortes, de plaza y media, prácticamente nuevo, que alguien había tirado a la basura… 
Se me ocurrió que podía ser una buena idea, recuperar ese colchón y llevarlo en el auto, podía sernos útil para que uno de los dos descansara mientras el otro conducía o incluso, para dormir en el auto si en algún tramo del trayecto no encontrábamos un hotel donde pasar la noche.


Detuve el auto, abrí la compuerta posterior, plegué los asientos de la última fila y cargué el colchón. Cabía perfectamente.


Almorzamos con la tía y cuando bajamos nuestras cosas para ponerlas en el auto, ella vio el colchón… Nos preguntó que de dónde habíamos sacado ese objeto… cuando le conté que lo habíamos recogido en la calle… casi le da un soponcio… Me dijo que era un inconsciente, que podía estar infectado… que vaya a saber quién lo había usado… que podía tener todo tipo de gérmenes, bacterias, microbios, ácaros y cuántas otras cosas… Al ver que no pensaba hacerle caso y que insistí en llevar el colchón conmigo… corrió al interior de su casa y regresó con desinfectantes e insecticidas de todo tipo; fumigó al colchón por todo lado y nos dejó el auto con un olor a diantres que duró por varios días…


Al final pudimos partir  luego de agradecerle enormemente y reiterarle todo nuestro cariño.


Llegamos a la frontera al atardecer y buscamos alojamiento en un Holiday Inn en un pueblito llamado “Calexico”. En un folleto del hotel nos enteramos que ese asentamiento debe su nombre a la combinación de “California” y “México”, así como “Mexicali”, del otro lado de la frontera, combina las mismas palabras pero en diferente orden: primero “México” y luego “California”….


Antes de dormir volvimos a revisar nuestro itinerario. A primera hora de la mañana luego del desuno, nos dirigiríamos al paso fronterizo para iniciar nuestra aventura por las interminables carreteras que atraviesan el desierto del Altar.


Planeamos hacer recorridos más o menos similares en cuanto a tiempo y distancia, en jornadas de algo más de 400 kilómetros por día, viajando sólo con luz del sol, descansando al medio día y en las noches… no era cuestión de correr riesgos innecesarios… el objetivo era llegar sanos al Distrito Federal.. Queríamos evitara morir en un accidente, en un asalto o calcinados en el gigantesco desierto mexicano. 

 
Nuestras aventuras en la ruta Los ángeles - San Diego - Mexicali – Caborca – Guaymas - Los Mochis – Mazatlán – Guadalajara – México D. F., de más de 2.500 kilómetros, que recorrimos en una semana agotadora, entre el lunes 21 y el domingo 27 de enero de 1980, serán motivo de otro relato.