En julio de 1979 mi esposa Marie Thérèse vino para juntarse a mi
aventura mexicana e iniciar nuestra aventura como pareja. En relatos anteriores
conté cómo resolvimos el “problema habitacional” y la forma cómo atacamos el
“problema de la movilidad y el transporte”, con la compra de un carro en Los
Ángeles.
En esta historia voy a continuar refiriéndome a este último tema,
contando el viaje que realizamos desde Los Ángeles a México D.F. en aquel
famoso vehículo.
A fines de diciembre de 1979 mi hermano Jaime me mandó un dinero fruto
de la venta de una camioneta Toyota que yo tenía en Quito. La idea era usar
esos recursos para poder comprar un carro en México o en los Estados Unidos,
pues en esa época había la posibilidad de comprar un vehículo del otro lado de
la frontera, e internarlo temporalmente a México.
Decidimos que podríamos viajar a Los Ángeles visitar a mi tía Fanny,
hermana de mi papá, que vivía en esa ciudad y comprar un carro usado en California,
para luego hacer la ruta a la ciudad de México por tierra (a pesar de que de Los
Ángeles a México D.F. hay casi 2.500 kilómetros).
Mi tía
Fanny vivía en Los Ángeles desde 1950; migró a esa
ciudad luego del terremoto de Ambato; allá se casó y tuvo cinco
hijos: Frances, Robert, María, Susana y Elizabeth Lyman.
Viajamos el miércoles 16 de enero de 1980, el jueves y en los días
posteriores pudimos reunirnos con toda esa rama de la familia. Fue fantástico,
poder ver a la tía y en muchos casos, conocer por primera vez a los primos.
Como conté en un relato anterior, el viernes 18, la tía y la prima Frances
nos invitaron a Disyneylandia y el sábado 19 fuimos con ella a un patio de
vehículos que publicitaba un “Ford
Fairmond”, “station wagon” –nuevo- a un precio apenas mayor de lo que yo pensaba
pagar por un carro usado.
Con la ayuda de Frances salimos de allí con nuestro vehículo nuevo… Tuvo
la amabilidad de pasar todo el día con nosotros en esa negociación de automotores
y nos dio una gran mano para poder comprar aquel carro…
Ahora debíamos enfrentar la gran travesía desde California hasta
nuestra morada en la capital mexicana.
Planeamos hacer recorridos más o menos similares en cuanto a tiempo y
distancia, en jornadas de algo más de 400 kilómetros por día, viajando sólo con
luz del sol, descansando al medio día y en las noches… no era cuestión de
correr riesgos innecesarios… el objetivo era llegar sanos al Distrito Federal..
Queríamos evitara morir en un accidente, en un asalto o calcinados en las
gigantesco zonas desérticas que debíamos atravesar en el camino.
Planeamos un itinerario que saliendo de Los ángeles nos levaría a San Diego, luego a Mexicali en el estado de Baja California, pasaríamos por Caborca, Guaymas y Los Mochis en el estado de Sonora, luego por Mazatlán (Sinaloa) y Guadalajara (Jalisco) para llegar por fin a México D. F. El trayecto era de más de 2.500 kilómetros, que planeábamos recorrer en una semana entre el lunes 21 y el domingo 27 de enero.
Decidimos que el lunes 21 saldríamos de los Ángeles rumbo a San Diego y
luego hacia la frontera… Pensábamos pasar el puesto fronterizo en Mexicali y
dormir allí para poder emprender la ruta hacia la ciudad de México el día
martes.
La tía insistió en que almorzáramos con ella… era evidente que no
quería dejarnos partir…
Finalmente aceptamos, total estábamos apenas a cuatro horas de la
frontera… podríamos dormir del lado americano y cruzar el puesto de control más
bien en la mañana del día siguiente. Nos parecía más lógico y seguro y así
podríamos compartir con la tía unas pocas horas más.
En la mañana estudiamos los mapas que habíamos comprado para poder
planificar nuestros recorrido y al ver que teníamos que atravesar una gran zona
de desierto pensé que sería bueno proveernos de un recipiente para llevar
combustible extra para usarlo en caso de
emergencia y otro para llevar una reserva de agua que podría ser útil
para el vehículo o para sus conductores.
Después de almuerzo salimos de los Ángeles rumbo a San Diego, que se
halla apenas a 195 kilómetros. Ese recorrido se lo hacía en menos de dos horas.
No nos quedamos en esa ciudad, la vimos a lo lejos y continuamos hacia el este
para llegar a Mexicali. Preferimos pasar por allí en vez de hacerlo por Tijuana
porque de esa manera nos podríamos conectar más fácilmente con la vía que no
conduciría de forma directa hacia Caborca.
De San Diego hacia la frontera hay más o menos 200 kilómetros que
también los hicimos en menos de dos horas por la buena calidad de las
autopistas. Llegamos a la frontera al atardecer y buscamos alojamiento en un
Holiday Inn en un pueblo llamado “Calexico”. En un folleto del hotel nos
enteramos que ese asentamiento debe su nombre a la combinación de “California”
y “México”, así como “Mexicali”, del otro lado de la frontera, combina las
mismas palabras pero en diferente orden: primero “México” y luego
“California”….
Antes de dormir volvimos a revisar nuestro itinerario. A primera hora
de la mañana luego del desayuno, nos dirigiríamos al paso fronterizo para
iniciar nuestra aventura por las interminables carreteras que atraviesan el
desierto del Altar.
Nos enfrentamos a algo verdaderamente inusual y desconocido. Era
impresionante la cantidad de vehículos que
se alineaban en varias docenas de garitas de control para pasar la
frontera. Allí, personal de migración, aduanas y sanidad de los dos países,
verifican documentación de personas, vehículos y carga… de quienes dejan México
para internarse en los Estados Unidos y de quienes hacen el trayecto inverso.
Al principio creímos que nos volveríamos locos en medio de una monumental
congestión motorizada.
El cruce entre Calexico y Mexicali es uno de los pasos fronterizos más
importantes entre los Estados Unidos y México. Las garitas de migración
reportan un cruce promedio de 60.356 personas diarias, dando un promedio anual
de un poco más de 21 millones de personas. Sólo lo superan el cruce entre Ciudad Juárez y El Paso y el cruce entre
Tijuana y San Diego.
La marea de camiones, tracto-mulas, camionetas, furgones, enormes
buses, microbuses, furgonetas y vehículo livianos que llegan a ese pandemónium
es verdaderamente inverosímil e impresionante.
En un tramo del trayecto se separan los vehículos de carga por un
ramal, los de transporte público por otro y los automóviles por un tercero.
Luego de eso, a pesar de la congestión, todo fluye con relativa celeridad… los
automotores se van poniendo en fila y si sus papeles y permisos están en regla,
en pocos minutos pueden pasar la frontera.
Nosotros logramos pasar en algo más de dos horas pues no éramos un caso
“regular”… Los oficiales de migración de ambos lados verificaron nuestros
pasaportes, y los de aduanas: los papeles del carro y mi permiso migratorio
mexicano (mi famoso FM-9) que era el documento que me permitiría la internación
temporal del vehículo en México.
Una vez superado ese mar de carros de todos los tamaños y colores, nos
internamos en la ciudad de Mexicali
Mexicali es la capital del estado de Baja California. En verano
registra las temperaturas más altas en todo México, es una de las ciudades con
más bajo nivel de precipitaciones anuales, una de las más calientes y por
añadidura está edificada en una de las zonas más sísmicas de todo el país.
Decidimos que a pesar del calor podríamos almorzar en esa ciudad antes
de lanzarnos hacia la ciudad de Caborca, distante 420 kilómetros. En la tarde
tendríamos una jornada de más o menos cinco horas a través del desierto del
Altar.
Comimos un almuerzo sencillo en una pequeña fonda del trayecto
Al terminar hice mi vieja broma a la mesera: - “¿se debe algo?”, le
dije…
Y la despierta muchachita me respondió sin inmutarse: - “Pos, se debe
de pagar, ¿no?”…
Aun riendo emprendimos el agobiante trayecto por el desierto. Recorrimos
rectas interminables, con cactus de lado y lado en algunos tramos y tan solo
rocas y arena en otros.
El desierto del Altar es una de las regiones más calientes de todo el
hemisferio norte, con temperaturas máximas que llegan a 46.5ºC a la sombra. Es
una de las regiones más inhóspitas del planeta así como una de las menos
exploradas.
Al atardecer llegamos totalmente sedientos y llenos de polvo a la
ciudad de Caborca. Este pequeño poblado se halla en el Estado de Sonora. Etimológicamente,
en la lengua “o'odham”, “Caborca” se escribe “Kaa-volk” y significa "pequeña
Loma" pues fue fundado en 1692 en un asentamiento indígena ubicado en el
pie del “Cerro Prieto”.
Actualmente tiene alrededor de 60.000 habitantes, pero hace treinta
años era mucho más pequeño. Al igual que otros pueblos de esa zona, Caborca cuenta
con un clima seco y extremadamente cálido, con una temperatura media anual de
32.3°C.
A pesar del clima los moradores de esta región se
dedican a la agricultura y a la ganadería; en la zona se han excavado más de un
millar de pozos profundos que les sirve para irrigar grandes planicies
dedicadas a la agricultura. En las inmediaciones de Caborca, en una +área de más
de cien mil hectáreas, se producen espárragos, uvas, trigo, algodón y
hortalizas de excelente calidad; la mayor parte destinados a la exportación a
Estados Unidos.
En la región también es importante la ganadería; se
explota ganado lechero y ganado de carne, el primero para satisfacer las
demandas internas y de algunos municipios vecinos. La carne en cambio, se
destina básicamente a la exportación.
En las acalles del poblado nos sentimos como en el
lejano oeste… los moradores usan sombreros de cowboy y botas puntudas de taco
alto, confeccionadas con piel de culebra, iguana, lagarto… y de animales más
comunes como becerro, cerdo, cabra y oveja… Muchas de estas botas tienen
adornos de plata o de bronce en las puntas y en las cañas y sus propietarios
caminan haciendo sonar gruesas espuelas roncadoras (a pesar de que los caballos
han sido sustituidos por enormes camionetas Ford y Chevrolet de gigantescos neumáticos
y vidrios ahumados…
Al caminar por las calles de Caborca sentimos una
extraña sensación, mezcla de admiración, incertidumbre y hasta de miedo… sobre
todo porque todos los vaqueros con los que nos topábamos en las calles, en los
portales y en las esquinas se quedaban mirándonos cómo preguntándose – “¡…y
estos fuereños, ¿qué chaingadas hacen en nuestro pueblo?...
Cenamos algo ligero en la primera fonda que
encontramos y nos encerramos luego en nuestro cuarto de hotel para no tener que
salir en la noche en medio de esa muchedumbre de bigotudos y perdonavidas.
El miércoles 23 de enero partimos de Caborca hacia Guaymas. Salimos muy
temprano sin haber podido desayunar, así que compramos una botella de Coca Cola
y un paquete de galletas para el primer tramo de un nuevo camino desértico.
Hasta Guaymas teníamos que recorrer 413 kilómetros. Atravesamos también
desiertos interminables y llegamos a nuestro destino pasado el mediodía, luego
de casi cinco horas de manejar sin
ninguna señal de vida a los dos costados de la ruta.
De vez en cuando nos topábamos con enormes camionetas o camiones que pasaban a velocidades increíbles como si fuesen perseguidas por el sheriff.
De vez en cuando nos topábamos con enormes camionetas o camiones que pasaban a velocidades increíbles como si fuesen perseguidas por el sheriff.
En el camino entramos a Hermosillo, una ciudad agradable con muchas palmeras y bastante vegetación, un verdadero oasis en comparación con los eriales sequísimos que habíamos dejado atrás en la mañana… Nos tomamos una cerveza en un bar pero no pudimos quedarnos pues nuestros planes eran llegar a Guaymas sin detenernos.
A la ciudad de Guaymas se la conoce como “La Perla del Mar de Cortés"; actualmente tiene más de cien mil habitantes y su desarrollo como puerto se basó por años en la pesca y otras actividades relacionadas con el mar; fue uno de los principales centros productores de camarón en el norte de México. Sin embargo, con la paulatina escasez de recursos pesqueros el sustento de su economía ha tenido que buscar otras vertientes; actualmente se basa en la industria maquiladora y el turismo.
Apenas llegamos nos dimos una escapadita a orillas del
mar y disfrutamos no sólo de un chapuzón para sacarnos el calor del desierto
sino también de la agradable brisa, uan maravillosa fauna marina y un
fantástico atardecer.
Cuando comenzamos a buscar alojamiento, nos topamos
con que Guaymas era una ciudad extremadamente cara como todo buen centro
turístico. La noche en cualquier hotel era muy cara y nosotros teníamos un
presupuesto mínimo para cada escala… En esa época no habían tarjetas de crédito
que ahora resultan útiles para flexibilizar lo planificado… En nuestro caso
simplemente no podíamos pagar esos precios y tomamos la decisión de dejar
Guaymas y buscar alojamiento en algún otro pueblo del camino.
Habíamos pensado que el jueves 24 iríamos de Guaymas a
Mazatlán recorriendo los 768 kilómetros que separan las dos ciudades, así que
más bien decidimos avanzar esa tarde y noche hasta algún otro punto, para
reducir la jornada del día siguiente.
Sin embargo “una cosa es la teoría y otra muy
diferente, la práctica”… fuimos avanzando y avanzando y no dimos sino con
lugares “poco recomendados” para pasar la noche…
Así que, entre éstas y las otras, llegamos a Los Mochis casi a la medianoche.
Así que, entre éstas y las otras, llegamos a Los Mochis casi a la medianoche.
Habíamos salido de Guaymas como a las siete y media de la tarde y llegamos a los Mochis luego de más de cuatro horas de ruta… Sin pensarlo habíamos recorrido 350 kilómetros adicionales esa noche.
En Los Mochis conseguimos habitación en un hotel llamado
Regis, no pudimos ni siquiera cenar pues todo estaba cerrado a esa hora...
Dimos cuenta de una poco de refresco y unas galletas que nos sobraban y
dormimos de un solo tirón totalmente agotados.
El viernes 25 salimos de Los Mochis rumbo a Mazatlán. La distancia
entre las dos ciudades era sólo de 418 kilómetros, así que llegamos a nuestro
destino, antes del mediodía luego de manejar unas cuatro horas y media.
Mazatlán está en el estado de Sinaloa; su nombre en náhuatl significa
«Lugar junto a los venados» (mazatl: «venado» / tlān: «tierra adjunta»
Actualmente este puerto es uno de los destinos turísticos de playa más
importantes de México; actualmente tiene más de 400.000 habitantes, pero ya en
esa época era una ciudad muy importante. El turismo y la pesca son las
principales fuentes de ingresos de Mazatlán. La ciudad alberga magníficos
centros turísticos y tiene la segunda flota pesquera en México.
Para que no nos sucediera lo del día anterior lo primero que hicimos
fue buscar un hotelito barato y nos dimos una tarde de playa para sacarnos la
fatiga de la agotadora jornada de la víspera.
En Guadalajara distante 478 kilómetros, vivían nuestros amigos Joaquim
y Dominique Morales; los dos eran profesores y Joaquim era el director de la
Alianza Francesa. Nosotros ya los habíamos visitado un par de veces antes y
conocíamos esa bella ciudad. Por primera
vez en todo el viaje, al llegar a
Jalisco tuvimos la sensación de que habíamos superado las aventuras en terreno
desconocido y nos encontrábamos ya en casa.
Los Morales tenían una linda casa en un barrio residencial con amplias
calles y mucha vegetación, llegamos allí luego de manejar más de cinco horas y
media, totalmente agotados.
Como les habíamos llamado el día anterior, nos esperaban para el almuerzo y pudimos compartir con ellos y sus hijos Joaquim y Fanette una magnífica comida y una reparadora tarde al borde la piscina.
Como les habíamos llamado el día anterior, nos esperaban para el almuerzo y pudimos compartir con ellos y sus hijos Joaquim y Fanette una magnífica comida y una reparadora tarde al borde la piscina.
En la noche salimos a dar una vuelta por el centro y disfrutamos de la
arquitectura y de las facilidades que los espacios públicos de Guadalajara ofrecen
para propios y extraños: parques, plazas, fuentes, esculturas y monumentos… a
más de la magnífica música y los deliciosos tequilas que se producen en esa región.
El domingo 27 salimos de Guadalajara rumbo a México D.F. Nos tocaba una jornada más o menos semejante a la del día anterior: 540 kilómetros y 5 horas y media de trayecto. Eso no me asustaba… total ya habíamos hecho cinco jornadas semejantes en tiempo y distancia durante los días previos y además, por territorios más hostiles y desconocidos…. Lo que me preocupaba era llegar al tráfico endemoniado de la ciudad de México… donde camiones, ballenas, delfines, peseros, taxis, furgones y todos tipo de vehículos livianos compiten a la fuerza y con una civilizada agresividad por un metro cuadrado de pavimento para poder avanzar. Conducir en el “De – Efe” me causaba un “pánico escénico” digno de mejor causa…
Pero al final lo logramos… de alguna forma tomamos el periférico de sur
a norte, salimos por alguno de los ejes
transversales, supongo que por “Barranca del Muerto” hacia encontrar la avenida
“Revolución” y luego la avenida “Insurgentes” para seguir hacia el eje “Baja
California” y llegar a nuestra casa en la calle Culiacán de la Colonia “Hipódromo
Condesa”.
Cuando logramos parquear el carro en el garaje de nuestro edificio y luego
tendernos agotados en la cama… no podíamos creerlo: habíamos llegado a nuestro destino
-sanos y salvos- después de recorrer más de 2500 kilómetros desde Los Ángeles.
Lo que no sabíamos era que me resultaría imposible legalizar en la
ciudad de México la internación temporal del vehículo… y que luego de un mes, nos
tocaría volver a salir a la frontera, esta vez a Laredo y recorrer más de dos
mil kilómetros de ida y otros tantos de regreso para obtener un “pinche papel” de
permiso… Pero eso será motivo de otro relato.