viernes, 31 de agosto de 2012

México 11: Yardas de cerveza y salsa en el bar León en la calle Brasil número 5

Como ya he relatado viví en México desde fines de 1978 hasta principios de 1981. Viajé a ese país con mi amigo Hernán Burbano pues nos habían aceptado en una maestría en “investigación y docencia”, en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México, la famosa UNAM.

Llegamos a México el viernes 15 de septiembre de 1978 y a las pocas semanas tuvimos la oportunidad de participar en un evento de gran importancia, el XIII Congreso Mundial de la UIA (la Unión Internacional de Arquitectos) que se llevó a cabo en la capital mexicana del 23 al 27 de octubre de ese año.

Noveleros, como todos los arquitectos recién graduados, nos inscribimos en ese gigantesco congreso. Deambulábamos entre centenares de participantes de todos los países, de todas las edades y de todas las culturas, de la humanidad entera… pudimos mirar exhibiciones de la obra de colegas de todo el mundo -algunas interesantes y otras no tanto-, pudimos escuchar -con audífonos- a conferencistas ególatras que pontificaban en diversos idiomas en esa especie de gigantesca “torre de Babel”… En fin…

En eso andábamos…cuando tuvimos el gustazo de toparnos con queridos amigos que habían venido del Ecuador para participar en el Congreso de la UIA: Mario Solís (en cuya oficina trabajábamos Hernán y yo antes de nuestro viaje a México), Alberto Rosero y Guido Días (con quiénes colaboramos -en CONSULPLAN- unos pocos meses antes de nuestro viaje, en tres importantes concursos de arquitectura, convocados por el Consejo Provincial de Pichincha). 
No he conseguido fotos de esa época, así que he incorporado fotos de su "estado actual"... pero puedo testimoniar que hace treinta años, se les veía, al menos "diferentes".

Como nosotros ya éramos “expertos conocedores” de la capital mexicana y de sus atractivos turísticos, debido a nuestra permanencia en tierras aztecas por más de un mes, nos improvisamos en “guías turísticos” y fuimos con estos tres colegas recién llegados, a dar una vuelta por el centro de la ciudad.

El congreso de la UIA se llevaba a cabo en el Auditorio Nacional, ese descomunal centro de convenciones y espectáculos, localizado en el Parque de Chapultepec. Salimos de allí hacia el Paseo de la  Reforma y por esta magnífica avenida caminamos en alegre tropel rumbo al centro.

El Paseo de la Reforma, originalmente llamado Paseo de la Emperatriz, es una de las avenidas más importantes de la Ciudad de México. Su construcción fue ordenada por el  emperador Maximiliano para conectar su residencia -ubicada en el “Castillo” de Chapultepec- con el actual Palacio Nacional, por medio de una moderna avenida cuyo trazado y diseño reprodujera los imponentes bulevares europeos, dotados de amplias veredas peatonales, coloridos jardines, arbolados parterres y amplias glorietas en las intersecciones con otras arterias y avenidas.

En su arquitectura, el paseo de la Reforma siempre fue la imagen del poderío económico de la nación; al principio con la construcción de grandes palacetes y mansiones de las familias más acaudaladas y luego -con la modernidad- con la presencia de edificaciones de vanguardia de los años sesenta, setenta y ochenta. Ya en nuestra época, el Paseo de la Reforma comenzó a albergar edificios y torres acristaladas, sede del poderío económico de importantes bancos, empresas y compañías nacionales y extranjeras. En la actualidad acoge las construcciones más simbólicas e importantes de la Ciudad de México.

En nuestra marcha pasamos la glorieta con la fuente de la Diana la Cazadora, la de la Independencia que tiene en su alto le esfinge de la “victoria alada” (pero todo el mundo la conoce como el “Ángel de la Independencia”), la de la Palma, la del monumento de Cuauhtémoc, la del monumento a Colón y llegamos a la intersección de Reforma con la avenida Juárez. Desde allí, si tomábamos hacia la izquierda llegaríamos al Monumento a  la Revolución y si nos dirigíamos a la derecha, a la Alameda Central (ese magnífico parque que limita con el Palacio de Bellas Artes y alberga, en su límite sur, el Hemiciclo con el monumento al presidente don Benito Juárez).

Recorrimos los jardines de la Alameda y para tener una mejor perspectiva del monumento cruzamos la avenida hacia los hoteles y restaurantes situados al frente.

Nosotros ya habíamos estado por allí en nuestros numerosos viajes a la Secretaría de Gobernación para tramitar nuestro documento migratorio, el célebre FM9. En una de esas ocasiones descubrimos un pequeño bar en el que vendían deliciosa cerveza por “yardas” y “medias yardas”.

Propusimos a los amigos hacer un alto en nuestro recorrido turístico para aliviar la sed y remojar  el gaznate en aquel bar. Cuando vieron la maravillosa presentación de la cerveza, todos estuvieron de acuerdo en probar una “yardita” como remedio oportuno al cansancio y al calor que nos agobiaban, luego de nuestra larga caminata por Reforma.

No recuerdo el nombre de ese pequeño bar y por supuesto no tengo idea si todavía exista pero a más de una serie de deliciosas “botanas” como llaman en México a las picadas, abrebocas o tapas, que sirven para acompañar una “tenida alcohólica”, ese lugar se caracterizaba por ofrecer a los parroquianos unas cervezas descomunales que podían solicitarse -como he mencionado- en vasos de una yarda de alto (91,44 cm.) o en recipientes “más pequeños” de tan solo media yarda (45,72 cm.). 

La yarda es una unidad de longitud usada en el sistema de medidas de origen anglosajón, vigente en el Reino Unido y en los Estados Unidos. El sistema se basa  en las proporciones del cuerpo humano de Vitrubio. Una yarda equivale a tres pies (el pie a su vez, equivale a 30,48 cm.). La yarda corresponde a la mitad de la longitud de los brazos extendidos, formando el tramo horizontal de una cruz respecto a eje vertical del cuerpo o, lo que es lo mismo, equivalente a la medida desde el esternón a la punta del dedo índice cuando los brazos están en aquella posición.

Los vasos de vidrio en los que se presentan esta singular forma de expender la cerveza, tienen en la parte inferior un bulbo esférico que podría caber en las manos de un individuo que trate de formar una bola juntando los dedos de sus manos como las mitades de una naranja, continúa luego con un largo cuello de paredes divergentes que comienza con un diámetro menor en su unión con el bulbo y se amplía considerablemente en el borde superior en el lugar que uno asienta en el labio inferior para apurar el líquido.

En los dos tipos de recipientes, el bulbo inferior y el borde superior son semejantes, lo que varía es la longitud del cuello, éste es más lago y esbelto en el recipiente de una yarda y más corto y de aspecto “achaparrado” (para usar un término mexicano) en aquel cuya altura es equivalente a la mitad de esa medida.

Sin embargo en cualquiera de los dos casos, el manipular un vaso de noventa y un centímetros o uno de más de cuarenta y cinco, resulta realmente muy difícil, así que estos recipientes se llevan a las mesas en una especie de soporte de madera que permite, no sólo una mayor estabilidad, sino también, una más fácil utilización… tanto en lo que tiene que ver con sostener el recipiente cuanto en lo que relativo a beber el contenido.   

Ya sentados en una mesa en ese bar, rápidamente nos pusimos de acuerdo en relación a nuestras necesidades de líquido hidratante y solicitamos cinco yardas de cerveza rubia. Los vasos de nuestro pedido venían en sus respectivos soportes de madera; nos parecieron algo semejantes a los que normalmente se usan para los relojes de arena: dos cuadrados sólidos separados-unidos por cuatro patas torneadas para darles suficiente estabilidad y resistencia.

En el caso de nuestras famosas yardas, cada una era tan grande que no cabía en la mesa… debido a su altura, era más fácil mantenerla en el suelo y alzarla con dos manos para acercar el borde del vaso a los labios.

No he encontrado una foto con ese tipo de soportes pero acompaño este relato con un gráfico de otro soporte más sencillo que da una idea del reto que constituye tomarse una de aquellas yardas.


Al principio es fácil pues, con algo de equilibrio y de suerte, el borde llega a los labios y el líquido a la garganta pero, a medida que éste va disminuyendo, se debe inclinar más y más el enorme armatoste para que la cerveza descienda por el cuello del vaso hacia la boca. El problema real comienza cuando se ha vaciado la bebida de la parte esbelta del vaso y se debe atacar la parte final restante, aquella que se esconde en el bulbo redondo como tratando de evitar el trasvase de la cerveza desde el recipiente de vidrio hacia las profundidades anatómicas del sediento. Ese instante se debe lograr una perfecta sincronía entre las manos y los brazos que sostienen el artilugio, los ojos que deben concentrarse en ver una cascada que se precipita del bulbo hacia la boca recorriendo a la velocidad de un caballo de carreras los 91 centímetros que se interponen entre un recipiente y otro; y la boca y garganta que deben abrirse con precisión para evitar que su propietario se atore o muera ahogado por tratar de tragar -sin conseguirlo- un respetable torrente de líquido espumoso.

En realidad son los brazos y las manos los que deben actuar como válvulas o “llaves de paso” para cortar oportunamente la avalancha de líquido, los ojos deben actuar como ágiles detectores de movimiento y avisar al cerebro que los brazos deben detener la inclinación del aparato para cortar el aluvión que trata de llegar como un alud a las profundidades de la boca. No todos consiguen una perfecta sincronización de todo ese aparataje; mucha gente en vez de detener o disminuir el flujo del líquido sólo cierra la garganta o la boca y el resultado es un baño total de la cara, el pecho, las piernas y el piso con la catarata de cerveza que baja sin control desde el bulbo de aquellos vasos gigantescos.

Todo ello es parte del agradable ambiente y del negocio. Todo el mundo ríe cuando un nuevo incauto cliente recibe un verdadero baño de cerveza al no haber entendido el truco o no haber podido controlar el vertiginoso descenso del líquido a través de esos largos vasos de cristal. 

Riendo y conversando animadamente, dimos cuenta de nuestras respectivas yardas y por supuesto pedimos una segunda dosis. Estas segundas demoraron un poco más en consumirse a pesar de que en el camino pedimos, diversas órdenes de: quesadillas, tacos de pollo, flautas de carnitas y enchiladas de chorizo… para poner también algo sólido en la barriga evitando así, los resultados perversos del alcohol.

Guido contó que en una oportunidad anterior que estuvo en México vio un espectáculo en un hotel del Paseo de la Reforma, propiedad de la violinista Olga Breeskin, una de las vedettes más famosas de México gracias a sus extraordinarios shows en los cuales bailaba, cantaba y tocaba el violín vestida con diminutos atuendos que permitía resaltar su generosa anatomía.

El mesero que nos atendía nos escuchó conversar sobre ese tema y nos contó que al momento la vedette que hacía furor era Sasha Montenegro una hermosa actriz, nacionalizada mexicana, nacida en Italia, aunque descendiente de una familia yugoeslava. El tipo nos recomendó una película en la que ella actuaba que según parece tuvo gran éxito: “Oye Salomé”, título derivado de una parte de la canción “Falsaria”, salsa interpretada por la orquesta “El Gran Combo de Puerto Rico” e interpretada con éxito por el reconocido cantante “Pepe Arévalo”.

En esa época la salsa se había comenzado a colar en las preferencias del baile popular en todos los países latinoamericanos. Alguien preguntó si no conocíamos algún lugar donde pudiéramos ir para escuchar salsa en vivo. Hernán por supuesto, experto en esas lides, había oído hablar del conocido Bar León, ubicado en los alrededores de la Catedral en el Centro Histórico de México; así que decidimos enrumbar hacia allá sin más discusión.

Entre estas y las otras, se no fue la tarde en ese agradable local. Pedimos la cuenta y pagamos.

Salimos bastante entonaditos… Parece que cada yarda tiene una capacidad de tres pintas (cada pinta equivale a 556 cm3), cada vaso lleva algo más de un litro y medio de líquido. Por tanto, cada uno de nosotros había dado cuenta de algo más de tres litros, equivalentes a cinco botellas grandes de cerveza.

Al Salir, reíamos y nos abrazábamos con afecto, estábamos bastante alegres, pero nosotros seguíamos actuando como buenos guías turísticos; pasamos frente al Palacio de Bellas Artes y a la “Casa de los Azulejos” y explicamos a nuestros huéspedes algo de lo que sabíamos de esos monumentos. Desembocamos luego de un rato en la plaza principal de la ciudad, gigantesco espacio que tiene casi media hectárea de superficie, les comentamos que su nombre oficial es “Plaza de la Constitución” pero todo el mundo la conoce como “El Zócalo”.


Mario Solís preguntó el origen de ese nombre y relatamos lo que nos había contado Carlos Arcos días atrás: el nombre se remonta a mediados del siglo XIX, cuando el dictador Antonio López de Santa Ana ordenó construir un monumento a la independencia en el centro de la plaza. La base o zócalo de la futura columna de la Independencia se construyó de inmediato; sin embargo, el monumento nunca fue construido y ese cimiento permaneció solitario en medio de la plaza por muchos años; luego fue removido pero la gente comenzó a llamar “zócalo” a la plaza. En todo el país desde entonces, la palabra "zócalo" se convirtió en sinónimo de "plaza central" o “plaza principal” en cualquier ciudad en México.

Según las referencias que Hernán tenía, el Bar León estaba en la calle Brasil No.5. Al llegar al Zócalo, pedimos ayuda a algún buen samaritano y nos enrumbó al costado izquierdo de la Catedral donde dimos fácilmente con la calle “República del Brasil” y luego, de un instante, con la dirección buscada entre las calles de Tacuba y Donceles.

En realidad se trataba de una edificación antigua en estado ruinoso, que albergó por muchos años al viejo Hotel León; en ese momento no recuerdo si el hotel seguía abierto, pero en lo que fue su comedor o su bar, estaba funcionaba el lugar que buscábamos, donde se podía escuchar salsa “en vivo”.

En referencia al antiguo nombre del hotel y a su dirección, a ese bar se lo conocía por dos nombres casi intercambiables, sinónimos: “Brasil 5” o “Bar León”.

En la entrada había un letrero pintado en una especie de cartelera vertical que rezaba: ”Bar León - Brasil 5”… ¡Abierto todas las noches, hasta las 3 a.m.!...  ¡Para relajarte y disfrutar, ven a escuchar un buen son, rumba, salsa y danzón, hasta que el cuerpo aguante!....

En otra cartelera, vertical, al otro costado de la puerta, se llamaba la atención sobre la posibilidad de escuchar salsa con un afiche de la película “Oye Salomé”.

Llegamos temprano, así que conseguimos mesa junto a la pista. Nos sentamos en una mesita diminuta como las de los cafés europeos, pero muy bajita…en vez de sillas ésta tenia simples taburetes. Nos llamó la atención el aspecto decadente del sitio. Sus paredes tenían acabados de madera barnizada o lacada, recuerdos del fugaz esplendor de otras  épocas, el suelo estaba cubierto de una alfombra verde botella bastante mugrienta y, por todo lado, habían afiches de conocidos cantantes y orquestas cubanas y caribeños: la Sonora Matancera, Celia Cruz, Hector Lavoe, Willie Colón, Cheo Feliciano, Celio Gonzáles, Ismael Rivera, Tito Puente, El Gran Combo, Fania All Stars y quién sabe cuantos otros.

En los bares mexicanos habían dos tradiciones respetadas: la primero es que en ellos estaba “prohibido el ingreso a vendedores ambulantes, menores de edad, militares uniformados y mujeres”… y el segundo era que si se pedía cerveza, ésta debía ser “Victoria”, todas las demás se consideraban “aniñadas” (como se dice ahora por acá), en un bar sólo se tomaba esa cerveza (originalmente de botella transparente y mayor contenido alcohólico) que no se exportaba ni expendía en supermercados ni en restaurantes, solo en bares y cantinas…

Cuando un somnoliento mesero se nos acercó para ver que deseábamos beber pedimos, por supuesto cinco “Victorias” bien frías y esperamos el desarrollo de los acontecimientos.

Poco apoco el bar León se fue llenando de amantes de la salsa y se fueron atenuado las luces; en una especial semi-penumbra desapareció el ambiente decadente, la alfombra dejó de evidenciar su estado de decrepitud y falta de contacto con el jabón y el agua y la música, adecuadamente escogida por el disc-jockey, comenzó a sonar envolviendo todo con un hálito maravillosamente caribeño.

Como a las once de la noche comenzó el show con diversos artistas en vivo.

Luego de la presentación de dos o tres grupos y cantantes de menor calidad, saltó a la escena un artista muy flaco, con un pequeño bigote prolijamente recortado, peinado a la gomina,  ataviado todo de blanco y zapatos bicolores… una mezcla de Fred Astaire y Compay Segundo.

Acompañado sólo de un percusionista, hizo las delicias del público con una formidable interpretación de viejos danzones, sones montunos y salsa contemporánea con una flauta traversa con la que interpretaba música melosa y atrapante con una calidad sin igual… un verdadero maestro.

Cuando trató de retirarse, luego de tocar más de una docena de melodías, todos aplaudíamos y chiflábamos para que no se retire… regresó a la escena e interpretó tres o cuatro canciones adicionales… la última, precisamente, fue “Falsaria”, el tema de la película “Oye Salomé”… el público deliraba, todos aplaudimos a rabiar y el interprete salió a escena una y otra vez, para inclinarse y agradecer al auditorio con los brazos cruzados sobre su pecho… ¡maestro! 

En medio de esa bataola, el ruido de la música y el humo de tabaco que daban al local un ambiente neblinero, cruzado por luces de todos los colores… una gigantesca mujer se paseaba entre las mesas, haciendo equilibrio sobre sus altos tacones de color rojo, mostrando unas piernas de back central, apenas cubiertas en lo alto por una minifalda del mismo color, y publicitando -de forma simultánea- el contenido de una ceñida blusa negra con gran escote y cigarrillos de todas las marcas, en un minúsculo charol de madera que pendía de sus hombros y cuello por medio de una correa de cuero, bastante usada.

Otra dama de semejantes características pero vestida totalmente de negro, con botas de caña de taco alto, pantalón de licra y blusa del mismo material, de cuello tortuga, sin mangas (lo que permitía evidenciar unos bíceps de levantador de pesas), se acercaba presta a la mesa en la que algún parroquiano excitado por la música se ponía a bailar… con mirada severa y un gesto de la mano, bajándola repetidamente de arriba hacia abajo, le recordaban que debía tomar asiento en su banquito… En el Bar León se podía escuchar músico pero no estaba permitido bailar… no había espacio.

Bastante pasada la meda noche, irrumpió en escena un cuarteto sensacional de salsa: saxo, percusiones, piano y voz.

Los interpretaciones de los músicos tanto como conjunto, cuanto en maravillosos “solos” cautivaron al público de inmediato…un negro que sacaba chispas de las congas y los bongós nos hacía vibrar con ritmos insospechados que calaban en lo profundo del cuerpo…, un gordito de mirada perdida sacaba melodías increíbles de su saxo tenor, un pianista de largos dedos recorría una y otra vez las teclas de dos colores con melodías añorantes, de la mejor época del danzón y el son cubano; todos causaron furor pero el premio de la noche se llevó el cantante, un flaquito totalmente afeminado, cubierto con sombrero de ala ancha y vestido con un traje cruzado que le quedaba grande (lucía como si él se hubiera encogido dos o tres tallas luego de enfundarse en ese atuendo musical…). Era un verdadero as de la interpretación de la salsa… manejaba  las maracas con soltura y las canciones pegajosas salían de su boca con sonoridad, excelente entonación y calidad impresionantes…

El clímax de la noche se produjo cuando una vez que quisieron retirarse, todos exigimos que siguiesen tocando…En medio de los aplausos, el grupo accedió a continuar en escena unos minutos más… interpretaron dos o tres canciones adicionales y finalmente, luego de aplausos atronadores y gritos en los que todos gritábamos: ¡otra!... ¡otra!... se hizo silencio y el cuarteto comenzó -a su vez- a interpretar “Falsaria”, el tema de la mentada película “Oye Salomé”…

A los primeros acordes el público reconoció la canción y volvió a aplaudir hasta cansarse…, cuando los músicos pudieron retomar la interpretación, todos estábamos expectantes y con los ojos fijos en el grupo, como alelados…; por fin… el flaquito afeminado comenzó a entonar la canción:

-Cuan falso fue tu amor… me has engañado. El sentimiento aquel… era fingido.
-Sólo siento, mujer… haber creído… que eras el ángel… con el que había soñado.
-Conque te vendes ¡eh!… noticia grata… No por eso… te odio ni te desprecio.
-Aunque tengo poco oro y poca plata… en materia de compras, soy un necio.
-Espero a que te pongas más barata… sé que algún día: bajaras de precio…

Cuando comenzó el estribillo, todos cantábamos con él:

- ¡Oye Salomé!: ¡perdónala!… perdónala…
- ¡Oye Salomé!: ¡perdónala!… algún día: bajarás de precio…
- ¡Oye Salomé!: perdónala....perdónala…

El cierre de la noche, con la presentación de este grupo, fue verdaderamente extraordinario… Cuando todos terminamos de aplaudir, la robusta mujer de los cigarrillos salió a promocionar el disco long play del grupo. Alberto que estaba fascinado por la interpretación, le compró de inmediato un ejemplar… Guido tomo el disco y salió corriendo hacia la puerta por la que salían los artistas para pedirles un autógrafo…

Vimos que hablaba con el cantante y éste le pidió un bolígrafo… escribió algo en la carátula del disco y se despidió de Guido con un guiño de ojo y una sonrisa encantadora…

Cuando regresó a nuestra mesa entregó el disco a Alberto… en la carátula en la que se apreciaba una fotografía de los integrantes del cuarteto, se leía una dedicatoria singular escrita con letra patoja por el cantante: “para mi Albertito, con el  cariño de Brigitte…”

Todos reímos hasta más no poder… luego seguimos escuchando salsa hasta finalizar nuestra tercera “Victoria” y decidimos que era hora de regresa para nuestros cuarteles…

Pedimos la cuenta y salimos….

En la calle nos esperaban decenas de taxis, así que no tuvimos inconveniente para que Mario, Guido y Albertito con su disco, se encaramaran en uno en dirección a su hotel y Hernán y yo en otro, para dirigirnos al sur de la ciudad hacia nuestra morada en la avenida Universidad 1900, en las inmediaciones de la UNAM.

Al llegar a nuestro destino Hernán casi me mete en un lío pues cuando el taxista le topó la pierna para despertarlo, creyó que nos asaltaban (no sé qué estaría soñando)…. y lanzó un tremendo puntapié que felizmente no llegó al mentón del conductor y pasó de largo…

Nos acostamos como a las tres de la madrugada y dormimos hasta no sé que horas… ese día no asistimos a las aburridas charlas del congreso y nos vimos con nuestros compañeros de aventuras sólo el viernes, el último día antes de la clausura.

Recuerdo que una cosa que trató de ser un detalle original de la parte de los organizadores… causó un alboroto en los participantes: a todos se nos entregó un cilindro de cartón de unos 30 centímetros como certificado de asistencia; la gente pensaba que dentro de ese objeto iba a encontrar el diploma… pero ¡no!... ¡el cilindro era el certificado¡….

Muchos protestaban, porque no tenían espacio en sus maletas para llevar ese curioso objeto y otros porque debían poder fotocopiarlo para incluirlo en su CV o en un informe de asistencia al Congreso que debían entregar en su trabajo…

En fin… de esos gritos y protestas, el asunto no pasó a mayores y todos pudimos retirarnos con el cilindro bajo el brazo como constancia de nuestro paso por el Congreso Mundial de Arquitectura en México.

A nosotros cinco, a más de aquel extraño tubo, nos quedaron los recuerdos que he relatado sobre las yardas de cerveza que consumimos frente al Hemiciclo a Juárez y la maravillosa salsa que escuchamos en el bar León en la calle Brasil número 5.

Alberto tenía también el disco con la afectuosa dedicatoria del cantante, pero lo perdió, según me contó, al mudarse de casa años atrás...

Mientras tanto, Sasha Montenegro -a quien nunca pudimos conocer- terminó casándose con el ex-presidente de México don José López Portillo...

Como decía el borrachito en el entierro de Julio Jaramillo: -“¡Ahora sólo nos queda Barcelona!...  



                        - Quienes deseen escuchar Falsaria con Pepe Arévalo, pueden concetarse a:
                          http://www.youtube.com/watch?v=EPDU9FEcXRE
                          http://www.youtube.com/watch?v=Bkb2en6T7cA



                        - Quienes deseen escuchar Falsaria con el Gran Combo, pueden concetarse a:
                          http://www.youtube.com/watch?v=nZtIMFcXr7Q&feature=related
                          http://www.youtube.com/watch?v=pnoT5f9Ks1g&feature=related