viernes, 29 de abril de 2011

España 5: La vuelta a España en “Camping Car” Primera Parte

En 1989 viajamos a Europa con mi mujer y mis hijas para visitar a la familia y disfrutar de unos días de vacaciones tanto en Francia como en España.

Con nuestra experiencia de la vuelta a Francia en “Estafette” que ya relaté anteriormente, decidimos que sería fantástico poder hacer una vuelta a España con nuestras hijas, visitando los pequeño caminitos y sus hermosos  pueblo  y ciudades; deteniéndonos, en cada caso, en el camping más cercano para pasar la noche y hacer de ese sitio el punto de operaciones para las visitas y recorridos turísticos. Manon a la época tenía nueve años y Manuela seis, así que ya podían disfrutar de un recorrido de ese tipo.

Alquilamos en Francia una casa rodante que nos promocionaron -en correcto francés- como un “Camping Car” (mis hijas siempre se refirieron a este vehículo de esa forma, así que no puedo dejar de usar esa denominación en este relato).

Una vez instalados en el aquel sofisticado carromato, emprendimos en él – como las aves migratorias- nuestro viaje hacia el sur. El vehículo tenía todas las comodidades imaginables; a más de los asientos del conductor y el copiloto, contaba con asientos para cuatro personas alrededor de una mesa de comedor y dos puestos adicionales junto a una mesita auxiliar.
Disponía de refrigerador, cocina, lavaplatos y baño completo. En la noche, esos espacios se transformaban, moviendo astutos mecanismos de manipulación muy simple, en dos camas matrimoniales y una pequeña cama auxiliar complementaria.


El viaje en este vehículo fue una experiencia deliciosas, inolvidable para grandes y chicas.

En territorio francés hicimos varias paradas para visitar a queridos amigos.

La primera estación fue en Marigny-Laillé en la región de Le-Mans, en casa de la familia de Françoise Raimbault, en esa época casada todavía con Etienne Henry. Allí pasamos una noche, pudimos ver a Celia y a Manuel, los hijos de Etienne y Paca que tenían casi la misma edad de nuestras hijas y coincidimos con Andrea y Carolina, hijas de Diego Carrión, que hacían un tour europeo en aquel año. Pasamos una tarde maravillosa en compañía de todos ellos.
  
Luego fuimos a Luigné, un pequeño  poblado cerca de Brissac-Quincé en la región de Anjou para visitar a nuestros amigos Jean Pierre y Evelyne Guillon.

Jean Pierre era director de la primaria y Evelyne profesora, del Liceo La Condamine donde trabajaba Marie Theérèse y estudiaban Manon y Manuela. Las hijas de los Guillon, Chloe y Albane eran compañeras de clase y muy amigas de las nuestras.

Fue un gusto encontrar a estos amigos en cancha propia, nos llevaron a recorrer los campos de su región y a hacer una visita muy interesante por la zona vinícola en donde se produce el famoso vino Rosé-d'anjou.

Bajo los viñedos en la región de Anjou es frecuente encontrar viviendas subterráneas, granjas e incluso pueblos, trogloditas. Desde el siglo XII, los habitantes de esta región cavaban el suelo para extraer la piedra blanca, el “tuffeau” usada para la construcción de muchos de los castillos del Loira. Hay miles de kilómetros de galerías en el corazón de esa región; Anjou está considerada como la concentración troglodita más importante de Francia. La gente vive en habitaciones acondicionadas como tales, en esas galerías. Hoy en día es posible visitar esas construcciones que se usan no sólo como alojamiento sino también para cultivos de champiñones, cavas y bodegas de vinos, instalaciones agroindustriales, restaurantes e incluso museos. 

Fue muy interesante conocer ese tipo de arquitectura caracterizada por la construcción únicamente de espacios habitables casi sin fachadas exteriores. Aunque esta afirmación última, no siempre es real pues a veces, las casas trogloditas se estructuran alrededor de un patio cuyo piso está a tres o cuatro metros bajo el nivel de los viñedos y si bien las habitaciones son excavadas en la tierra, las casas tiene fachadas con portales, puertas y ventanas que se abren hacia ese patio subterráneo.

Recuerdo que visitamos una casa  de varios niveles que estaba totalmente edificada debajo de un viñedo. En la parta superior, en medio de las vides, solo se veía un pozo con borde de piedra y el típico techito semejante al de las imágenes del “pozo de los deseos”. Desde allí se podía extraer agua con una cuerda y un cubo de madera. Lo curioso era que se podía hacer lo mismo de cualquiera de los niveles inferiores de la casa. Del primer piso  se podía sacar agua del mismo pozo para la cocina, del nivel inferior para el baño y de uno más abajo para las bodegas de vinos del “sótano”.

La iluminación y ventilación de las habitaciones en muchas de estas casas se logra por pozos semejantes que se inician con una pequeña construcción que sobresale en medio de las plantaciones y atraviesan verticalmente varios niveles de las casas. Las habitaciones disponen de ventanas que se abren a esos pozos, semejantes a los que se construyen en los edificios adosados de cualquier ciudad contemporánea. 

Luego se aquella interesante visita, regresamos a casa de Jean Pierre y Evelyne donde pasamos una deliciosa tarde y noche, con un rico aperitivo y una formidable cena, todo bien regado por los deliciosos vinos de la región. Al día siguiente desayunamos tarde pues la noche se prolongó bastante. Así que recién al medio día emprendimos viaje hacia el sur para continuar nuestro periplo.

Nosotros habíamos hecho un plan de recorrido que incluía una rápida visita al país vasco francés y luego al país vasco español, para conocer los pequeños puertos y la serie de hermosos pueblos de esa zona, donde además de poder deleitarse con fantásticos paisajes, se puede comer tan bien.

Pasamos por “Biarritz” y “Saint-Jean de Luz” magníficos puertos del cantábrico francés y entramos a España por “Ondarroa” y “Lequeitio”, bellos puertos -de una rivalidad histórica- los dos maravillosos, acogedores y cordiales. Allí pudimos disfrutar de la magnifica comida vasca: los famosos pinchos de anchoas, chuletas de “bonito” asadas a la parrilla y el deliciosa “marmitako”, un guiso de atún blanco con papas, cebollas, pimientos y tomates cuyo origen se remonta a las tradiciones culinarias de los pescadores vascos. 

En nuestra primera noche en españa nos instalamos en el pequeño camping de "Saturraran" cerca de Mutriku (Gipuzkoa). Fue una maravillosa experiencia. Después pasamos otras muchas noches en campings más modernos y acogedores pero el recuerdo de esa primera noche en tierra ibérica lo guardamos con un particular afecto hasta ahora.

Del país vasco español enfilamos hacia Castilla y León. Recorrimos una zona de pueblos casi fantasmas, sin niños y sin jóvenes, nos impresionó que los pocos habitantes que quedaban eran sólo viejos. Era también evidente la pobreza, las plantas  bajas de todas las casa eran de piedra con mortero de tierra y las plantas altas  de bahareque, sin enlucir, de color terroso y con techo de teja.

En esa zona visitamos el antiguo monasterio de Santo Domingo de Silos. Fue increíble descubrir que ese recinto estaba en nuestro recorrido. Años atrás habíamos comprado un disco magnífico de canto gregoriano; en su carátula se puede leer que “siete veces al día, todos los días del año, desde hace más de mil quinientos años, los monjes benedictinos de ese coro, entonan esos cantos para elevar el espíritu y agradar a Dios”. Coincidencia o no, esas canciones verdaderamente sublimes eran entonadas por los monjes  de  “Santo Domingo de Silos”. Recorriendo esos claustros austeros e impactantes, se puede entender de dónde proviene la inspiración y la fuerza de esas melodías y su nexo con lo divino.

Años antes, en 1986, Fernando Jurado Noboa había publicado su libro “Los Vásconez en Ecuador” y a mi me interesaba conocer la región de donde provenían una parte de mis ancestros, pues del otro lado desciendo de Francisca-Coya, hermana de Atahualpa, el último gobernante Inca antes de la llegada de los españoles.

El primer Vásconez, que se apellidaba Bascones, llegó al actual territorio ecuatoriano en el siglo XVII y provenía de un pequeño pueblo llamado Covarrubias en la provincia de Burgos, así que nos dirigimos allá para conocer ese singular poblado cuna de mi familia paterna.

Sin embargo no encontramos allí ningún vestigio de la familia Vásconez. De mi apellido lo único que quedaba en la región de Covarrubias era una explotación agrícola industrial denominada Granja Bascones que incluía una pequeña capilla con elementos de arquitectura vasca (esto, según certificación de mi mujer, que vivió varios años en el país vasco español y estaba familiarizada con esos detalles).


En Covarrubias si bien no encontramos Vásconez por ningún lado, pudimos conocer en cambio, una magnífica colegiata de piedra, llena de historia y tradiciones, pues está vinculada con doña Urraca, los infantes de Carrión y los remotos orígenes del reino de Castilla. 

Pero sobre todo, y esto pagó la visita a este poblado, tuvimos la ocasión de visitar una singular edificación en Covarrubias: la casa que perteneció a don Alonso de la Peña y Montenegro, segundo obispo de la villa de San Francisco de Quito (1563-1538) autor del famoso “incunable” titulado: “Para párrocos de indias”, instructivo para los curas doctrineros que venían a América.

Ya he mencionado que el destino es cosa de locos. Yo tengo un ejemplar de ese libro en casa y siempre me intrigó su contenido y la compleja temática que desarrolla su autor. Poder conocer su  pueblo, la residencia a la que regresó a pasar sus últimos años una vez concluida su labor como “párroco de indias” y saber que vino a Quito desde mismo pueblo de donde supuestamente llegaron mis ancestros no deja de ser bastante loco.

De Covarrubias emprendimos viaje a Toledo, pero eso será motivo de un relato posterior.

miércoles, 20 de abril de 2011

Ecuador 1: Añoranzas...



En diciembre de 1991, Nicolás Kingman, quién todavía laboraba en el Diario “La Hora”, nos pidió a varios colegas del “Centro de Investigaciones CIUDAD” un conjunto de artículos de creación literaria sobre temas urbanos, para una publicación especial que ese medio de comunicación había previsto sacar por las fiestas de Quito.

Con Rodrigo Barreto redactamos -en dúo- un “cuento futurista” sobre el crecimiento urbano de Quito y la superación de los problemas más importantes de la ciudad que en esa ocasión, apareció en “La Hora” con el título de  “Souvenirs…”

Lo reproduzco ahora, con un fraternal abrazo para Rodrigo, querido colega y amigo, que nos dejó hace poco luego de haber batallado contra una penosa enfermedad. 
Esperaba que su gran espíritu de lucha, su fe en la vida, su optimismo, su compañerismo y su alma noble,  que se expresaron siempre en sus abrazos –bien palmeados- y en su risa -estridente y generosa- le habrían permitan salir adelante. Pero no fue así....

Añoranzas…

¡Ah, si pudiéramos regresar al Quito del dos mil cincuenta!.

En esa época la ciudad llegaba apenas a Machachi por el sur, a los bar­rios de Cala­calí y Guaylla­bamba por el norte, al Quinche, Pi­fo, Sangolquí y Amagua­ña por el este y al gran barrio "Bosque Protec­tor" al occidente. Barrios periféricos como Alóag, Alluri­quín, Puéllaro, Perucho, Ta­bacun­do, Papallacta, e incluso el po­puloso barrio "Los Altos" en la cima del Ruco Pichincha, apenas si es­taban comenzando a poblar­se.

Desde el mirador del barrio Cochasquí, que dominaba la parte nor­te de la ciu­dad; desde la plaza de Cruz Loma, de donde se podía con­templar el centro; o desde la terraza del Ministerio del Medio Ambien­te, ubicado en el Parque del Pasochoa, que miraba al sur; se podían observar las estaciones de descontami­nación de las aguas ser­vidas que fueron construidas -a tiempo- en los ríos Ma­chánga­ra, Monjas, San Pedro y Chiche, y la gran laguna de oxi­da­ción del río Guaylla­bamba que decoraba de forma tan pintoresca el zoológi­co ubica­do en ese barrio.

Se podían observar las plan­tas de pota­bilización del Guagua Pichin­cha, del Antizana y del Coto­paxi, esta última recién inaugurada y que debía, según funciona­rios de la Empresa de Agua Potable del Distrito Metropolitano, sa­­tis­facer la demanda de la ciudad hasta el año 2100.

Se podían ob­ser­var las plan­tas procesadoras de basura de Pomasqui, La Mer­ced, Uyumbicho y Lloa, cuya producción de abono orgánico habían per­mitido mantener una óptima producción de hortalizas y frutales en bal­cones, ter­ra­zas y avenidas.

En esos años, el ruido y el smog eran ya un recuerdo del pasado.

El agota­miento de nuestros recursos petroleros había acelerado la substitución del caótico sistema de transporte que privilegiaba los vehículos de uso individual y mantenía una obsoleta transpor­tación pública.

La contaminación de calles y ave­nidas, que into­xicaba a los niños con gases residuales y plomo y la im­plan­ta­ción ar­bitra­ria de indus­trias con­taminantes que carac­terizaron a nuestra ciu­dad hasta fines del Siglo XX habían sido supe­ra­das, dando paso a la efi­ciente transportación colec­tiva y a la ra­cio­nal zo­nifi­ca­ción in­dus­trial que nos legaron nues­tros padres.

La deuda externa había dejado de ser una pesadilla, no porque la haya­mos pagado sino por la ex­tinción de los acreedores.

¡Ah, dul­ces años!

La gente trabajaba, disponía de tiempo libre suficien­te; podía sonreír y ha­blar; con­templaba sin apuros el ir y venir de la vida.

La elimina­ción del peligro del sida había dado lugar a la reimplan­tación del amor.

Sin embargo, desde el Gran Cambio, la ciu­dad ha crecido menos, hasta pare­cería que se a­chi­ca, no hay tantos niños en la ca­lle. Nadie ríe.

            San Francisco del Quito Me­tropolitano, 6 de Di­ciembre de 2091

martes, 19 de abril de 2011

Francia 18: La vuelta a la Galia en Estafette (segunda parte)

Como ya he relatado en 1979 con mi esposa Marie Thérèse decidimos que debíamos hacer un esfuerzo y emprender un viaje a Francia para que ella pudiera preséntame a sus papás y a sus hermanos. Así que en septiembre de ese año saltamos el océano y viajamos desde México a tierras galas para conocer a la familia política.

Mi suegro nos prestó una vieja furgoneta Renault del conocido modelo “estafette”, mi cuñado Michel nos prestó material de camping y mis suegros, sus bicicletas para emprender bien equipados la vuelta a Francia.

Recorrimos los castillos del Loira y varias hermosas ciudades de esa zona del país y todas las tardes, instalábamos nuestra “Estafette” en un camping diferente para pasar la noche.

Ya he relatado que yo nunca había practicado el ciclismo, pero como todo en la vida tiene solución, aprendí a montar en bicicleta en ese viaje. Gracias a ello las visitas a los pequeños pueblos y los recorridos por hermosos senderos y caminitos rurales de la campiña francesa pudieron ser, aun más maravillosos.

A más de los castillos de la región del Loira tuvimos la oportunidad de visitar ciudades espléndidas con una herencia arquitectónica medieval y de siglos posteriores, realmente extraordinarias. Conocimos “Tours” (capital de la “Touraine”, reputada por sus vinos y por la perfección del francés que allí se habla), “Angers” (antigua capital de la región de “Anjou”, puerto fluvial a orillas del río “Maine”, catalogada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO) y luego enfilamos hacia “Nantes” (capital del departamento del Loira-Atlántico, que era considerada parte de Bretaña, actualmente es el centro de una activa conurbación de más de 800.000 habitantes).

De “Nantes” nos dirigimos a “Vannes” en el sur de la Bretaña. Esa ciudad es un puerto situando en el estuario del rio Marle de cara al Golfo de Morbihan. “Vannes” posee un importante patrimonio arquitectónico de edificaciones con estructura de madera. Las más antiguas son siglo XV, aunque las más significativas fueron edificadas en el siglo XVI. Destacan todas por sus trabajados entramados y su decoración. En general la mayoría siguen siendo viviendas y en casi todas, en las plantas bajas, se han adecuado numerosos comercios y restaurantes.

Para mi fue sumamente impactante la visita a este pequeño puerto pues era mi primer contacto con el mar de una región fría. Ni en el Ecuador ni en México había podido recorrer un puerto donde la gente usa abrigos, gorros y bufandas. De otro lado me impresionó la limpieza y orden de las instalaciones portuarias, tanto de aquellas donde acodaban embarcaciones de faenas pesqueras cuanto de otras, donde se podían ver veleros de placer de todo tipo y tamaño. 

En este puerto son reconocidos un sinnúmero de atractivos patrimoniales: la Muralla de la ciudad, la Puerta Prisión y la Puerta de San Vicente de la ciudad amurallada, clasificadas como monumentos históricos, la Catedral de San Pedro y el Castillo Gaillard, actualmente museo de la historia de la ciudad.

Vannes es conocida también por la manufactura y expendio de artículos para marinos; son célebres sus “sacos bretones”, azules, negros y rayados así como  los “cabanes” o abrigos cortos de pura lana. Nosotros nos compramos un par de sacos y yo un “caban” modelo “Galion” como el que usan los capitanes de los barcos pesqueros, pues el frío y el viento de Bretaña para los que no estábamos preparados, comenzaron a golpearnos desde nuestra llegada a esas tierras. Ya con esos atuendos pudimos continuar nuestro periplo por tierras bretonas sin problemas térmicos.

En este puerto tuvimos la oportunidad de probar el célebre “kouign-amann”, tarta típica de Bretaña o “tarta de mantequilla”. Se dice que se inventó en un momento de escasez de harina, lo que explicaría que entre sus ingredientes se usa más mantequilla y azúcar que harina. 

Después de horneada adquiere una consistencia ligeramente hojaldrada y normalmente  se la come caliente. Una verdadera delicia

Aprovechando que estábamos en la zona fuimos a conocer los célebres “Alineamientos de menhires de Carnac”. Ese extraordinario conjunto megalítico está considerado como el monumento prehistórico más grande del mundo.

De “Carnac” cruzamos la península Bretona de sur a norte en dirección a “Dinard” un importante destino turístico, muy visitado por sectores acomodados de Inglaterra sobre todo en el siglo XIX. En esa época la ciudad vivió un período de auge económico y urbanístico, convirtiéndose en una de las estaciones balnearias más conocidas de  Europa. Se dice que su nombre proviene de Din (colina / fortificación) y  Art (Arturo), la colina del Rey Arturo uno de los nombre más connotados de la mitología bretona. De todas formas entre realidades y leyendas, este puerto es realmente extraordinario muchos pintores y fotógrafos han inmortalizado las célebres casetas en lona azul con rayas blancas que en el verano pueblan la playa de l'Écluse y hasta ahora, sigue siendo un importante lugar de veraneo.

Marie Thérèse tenía mucho interés de poder hacerme conocer la región del “Cap Frhel” del que ella tiene muchísimos recuerdos pues en su época de estudiante fue, varios años seguidos, guía de una colonia vacacional ubicada en las inmediaciones. Efectivamente es una zona singular, de una belleza agreste, dura, de vientos penetrantes y paisajes marinos tallados en roca, con grandes acantilados y vegetación baja que resiste estoicamente aquel clima extremo. Son paisajes semejantes a los que normalmente se ven en las costas de Escocia, de Gales o de Irlanda.

El “Cap Fréhel” es uno de los lugares más impresionantes de Bretaña; situado sobre un agreste acantilado a más 70 metros sobre el mar, se llega a este lugar por un atractivo sendero poblado de pequeñas plantas conocidas como “bruyèrs”; es impactante caminar entre esas breñas, con una sensación permanente de miedo al acercarse al filo del abismo, pues el rugir del viento y el chocar del mar contra las rocas, dan una sensación de que en cualquier momento, uno puede ser absorbido hacia las profundidades. 

Debido al peligro que los farallones rocosos, los islotes y rocas del lecho marino presentaban para la navegación, en el extremo del “Cap Fréhel” existía un antiguo faro de granito que fue construido por Luis XIV en 1701; sin embargo  fue destruido por las tropas alemanas en 1944 y luego de la guerra debió ser reconstruido. El faro actual es visible a más de 100 kilómetros en las noches despejadas. En días claros desde allí pueden distinguirse las islas anglo-normandas de Jersey.

En “Dinard” pudimos deleitarnos de la célebre sidra bretona, esa bebida de bajo contenido alcohólico elaborada con jugo fermentado de manzanas, que se sirve acompañando otra especialidad de la región: las conocidas “crêpes de sarrasin”, tanto de sal (queso, champiñones, jamón…) cuanto de dulce (mantequilla y azúcar, chocolate, miel o mermeladas de distintas frutas…).

Allí pude enterarme que el “trigo sarraceno” o “alforfón” del que se hacen esas famosas “crêpes”, no es un cereal sino la semilla de una planta herbácea originaria del Asia Central. En Europa lo consumían solo los campesinos más humildes pues era considera alimento para el ganado. Sin embargo en Bretaña ese prejuicio se ha revertido y ahora ese plato forma parte de una de las especialidades culinarias locales.

Desde “Dinard” fuimos a “Saint-Malo” una de las ciudades más  conocidas y visitadas de Bretaña, atrae a más de doscientos mil turistas cada verano. Este puerto (de recreo, de pesca y de comercio) es también un punto importante de llegada de viajeros, pues  funciona como terminal de los ferries que la conectan con varias ciudades de Inglaterra y un importante centro económico regional. A nivel turístico, es muy visitado por su importante puerto y la belleza de su centro histórico amurallado con una fortificación hecha en piedra que data del siglo XIII.

Saint-Malo tiene una de las mayores concentraciones de restaurantes de mariscos de Francia. Son muy reconocidas sobre todo sus ostras provenientes de la cercana aldea de “Cancale”. Por supuesto no lanzamos a probar un plato de aquella deliciosa especialidad de esos mares de aguas heladas.

Las ostras se venden por docenas o por medias docenas; su precio depende del calibre de los individuos. Una ostra No.3 pesa entre 66 y 85 gramos (peso que se logra en 3 o 4 años de crecimiento en el mar); una No.2 pesa entre 86 y 110 gramos (y se ha desarrollado en 4 años) y una No.1 pesa entre de 111 y 150 gramos (y ha vivido más de  4 años en el mar).

Las sirven en un lecho de hielo picado y de algas marinas y se las come sólo con limón, acompañándolas de un buen vino blanco.

De “Saint-Malo” emprendimos rumbo hacia el Monte “Saint-Michel”, la puerta de Normandía, donde tuvimos la suerte de encontrar un cuarto libre en un pequeño hotel y nos quedamos a pasar allí la noche

El Monte Saint-Michel es una ciudad-abadía situado sobre una isla rocosa en el estuario del río “Couesnon”. En mis años de estudiante de arquitectura, había leído algo sobre esta importante obra arquitectónica y alguna vez realicé un cuadro bastante bien logrado, a partir de una foto de este monumento, usando la técnica de un palito aguzado y tinta china, sobre cartulina para acuarela. 

Cuando llegamos a este lugar de arquitectura prodigiosa, no podía creerlo.

El monte Saint-Michel es uno de los sitios turísticos más visitados de Francia. Cada año más de tres millones de turistas recorren sus callejuelas y sus murallas. La mayoría de sus numerosos edificios, religiosos y civiles, están catalogados como monumentos patrimoniales; el conjunto está catalogado como Monumento Nacional y desde 1979 la UNESCO lo declaró Patrimonio de la Humanidad. 

Son célebres las grandes mareas en este lugar, pues en bajamar las aguas se retiran tanto que el islote y queda totalmente aislado en medio de  una inmensa playa de arene. Cuando sube la marea las olas recorren cientos de metros, en cada acometida hacia la tierra, tanto que pueden llegar a más velocidad que un caballo de carreras lanzado a todo galope. En tres o cuatro impulsos el agua cubre nuevamente la inmensa playa de arena y uno puede ver luego, un incremento formidable del nivel, sin evidencia aparente de oleaje. Años más tarde, cuando regresamos a ese sitio en 1991 con mis hijas y mi sobrina Gaby, presenciamos como el mar literalmente engullía un carro, cuyo propietario olvidó retirarlo antes de la subida de la marea, apenas en dos o tres llegadas de esas marejadas formidables. 

El final de este hermoso recorrido antes de iniciar el camino de regreso a casa de mis suegros, fue el puerto de “Honfleur”, situado en el estuario del río Sena a pocos kilómetros de famoso “Puente de Normandía” que lleva hacia el puerto de “Le Havre”.

“Honfleur” es un acogedor y bello puerto, lleno de veleros de todas formas y tamaños y magníficos pequeños restaurantes de comida del mar. La ciudad  tiene un rico patrimonio arquitectónico en el que destaca la iglesia de “Santa Catalina”, con una rara cúpula piramidal, muy conocida por ser el templo más grande de Francia construido en madera; sus edificaciones civiles son también muy atractivas. “Honfleur” ha sido inmortalizado por  artistas como Gustave Courbet y Claude Monet cuyas obras dieron origen a la llamada “école de Honfleur”, uno de los cimientos del impresionismo. Por todo ello, es un lugar muy importante como destino turístico a menos de tres horas de Paris.

Nuestra pequeña “Estafette” respondió muy bien jamás nos dio problemas mecánicos y nos acompaño en ese maravillo periplo por tierras galas. El hecho de hacer turismo de esa forma, acampando en los diferentes lugares también fue para mí, una novedad; llegar a lugares calmos, seguros y cordiales con paisajes hermosos, deliciosa comida, mejores vinos y disfrutar, en pareja, de esos pueblitos y monumentos de una singular belleza llenan el espíritu y hacen amar más la vida. Tuvimos suerte, iniciamos nuestra vida matrimonial de una manera realmente extraordinaria.



lunes, 18 de abril de 2011

Francia 17: La vuelta a la Galia en Estafette (primera parte)

Como ya he relatado en agosto de 1979 yo vivía en México. Estudiaba en la Escuela de Arquitectura de la UNAM en el programa de posgrado de Autogobierno. Mi esposa Marie Thérése había venido a juntarse a mi aventura mexicana y a iniciar nuestra aventura como pareja, unos pocos meses antes.

Tomada esa seria decisión decidimos que debíamos hacer un esfuerzo y emprender un viaje a Francia para que ella pudiera preséntame a sus papás y a sus hermanos. Así que en septiembre de ese año saltamos el océano y viajamos a tierras galas para conocer a la familia política.

Mis suegros me adoptaron de inmediato y luego de pasar unos días con ellos en su casa en “Vauciennes” nos pusimos de acuerdo para programar de la mejor manera las casi seis semanas que íbamos a permanecer en Francia, de manera que pudiésemos pasar unos días con la familia pero también hacer algo de turismo, sobre todo en consideración a que ese era mi primer viaje a Europa.

Programamos las cosas para que pudiéramos conocer la mayor cantidad de regiones, ciudades y atractivos turísticos sin largos desplazamientos y sin gastar mucho en trenes o en hoteles, teniendo como centro de operaciones “Vauciennes”. De esa forma luego de cada periplo, podíamos regresar allá, dando la posibilidad a mis suegros de tener unos días en casa a su hija y al “nuevo”.

Una primera salida fue al norte del país para visitar a la abuela y a los tíos maternos de mi mujer que vivían en “Vitry-en-Artois”, un pequeño pueblo de menos de cinco mil  habitantes, implantado en la región “Nord-Pas-de-Calais” muy cerca de la frontera Belga. 

Mi suegro nos prestó su carro y al llegar fuimos muy bien recibidos por la familia. Nos quedamos dos o tres días y pudimos conocer varias de hermosas ciudades de la región, “Arras” con sus magníficas plazas y “Douai” con su célebre Torre del Reloj o “Beffroi”.

Algo que me impresionó muchísimo fueron los escenarios de las dos guerras mundiales, las trincheras, los “blockhouses”, los gigantescos cementerios, franceses, alemanes, ingleses, americanos, canadienses… y los monumentos en cada pequeño pueblo o ciudad con una inscripción siempre presente: el nombre del pueblo y la frase “a sus hijos, caídos por la patria” y luego dos lista de nombres,1914-18 y 1939-45, en ocasiones enormes para un minúsculo pueblito.

En un segundo recorrido fuimos a Paris. Allí nos alojamos en el departamento de mi cuñado Jean Marc y pudimos conocer los clásicos monumentos de esa bella ciudad: “le Grand Palais”, “le Petit Palais”, “le Arc de Triomphe de l'Étoile” y el del “Carrusel”, el Museo de El Louvre, les “Champs-Élysées”, la tumba de Napoleón y “Los Invalidos”, los Jardines de Luxemburgo, el mercado de las Flores,  “la Sainte-Chapelle”, “La Conciergerie”, “la Tour Eiffel”, la Catedral de Notre Dame”, “le Hôtel de Ville”, el “Centre Georges Pompidou”,  los puentes del Sena, la “Ópera de Garnier”, la “Place de la Concorde”, la iglesia de “La Madeleine”, “le Quartier Latin”, “la Sorbona, los “bouquinistes” del Sena y quien sabe cuantas cosas más.

Desde Paris fuimos un fin de semana a casa de mi cuñado Michel; él estaba todavía casado con su primera esposa Anne Marie y vivan en la región de Mennecy. 

En las inmediaciones conocimos la ciudad y el célebre “Château· de Fontainebleau y la enorme “Forêt” del mismo nombre; ese bosque de veinte y cinco mil hectáreas, un verdadero santuario natural, recibe cada año más de 13 millones de visitantes y es célebre en el mundo por haber inspirado a artistas pintores impresionistas, fotógrafos, escritores y poetas.

Michel nos llevó a conocer los nuevos conjuntos habitacionales de Évry. Esa aglomeración tenía originalmente una vocación rural y agrícola, pero en 1965 se decidió la creación de una innovadora propuesta de urbanismo y se auspició la construcción de “villes nouvelles” (ciudades nueva) alrededor de París, para descongestionar la capital y proporcionar alojamiento, empleo y servicios a nuevos hogares de sectores medios. El conglomerado que visitamos “Évry - Ville Nouvelle”  se inauguró  en 1969 y marcó un hito del urbanismo contemporáneo. Para mí, que había estudiado esas propuestas en la universidad, esa visista fue por demás interesente.

En otra salida pasamos unos días en el centro de Francia en la región de l`Allier, donde mi suegro tenía una pequeña casa de campo cerca de Paray-le-Frésil. Desde allí hicimos deliciosos paseos por bosques llenos de estanques y lagunas y visitamos la ciudad de “Moulins”, donde años después vivió por un tiempo mi hija Manon cuando estudiaba en “Clermont –Ferrand”.

El gran desplazamiento lo emprendimos en la tercera semana luego de nuestra llegada a Francia. Decidimos visitar los castillos del Loira, los célebres “châteaux de la Loire” y luego una parte de Bretaña y la región de Normandía, viaje ese que relataré en otra ocasión.

Para el viaje a la región del Loira, mi suegro nos prestó una vieja furgoneta Renault del conocido modelo “estafette”. El hecho de que ese vehículo tuviese puerta trasera con posibilidad de abrirse de tres formas diferentes, puerta lateral corrediza, puertas del conductor y acompañante, independientes, tracción delantera, y gran maniobrabilidad hicieron que fuese muy demandado para reparto y carga ligera:... Entre 1959 y 1980 cuando dejó de fabricarse, la marca vendió más de 520.000 unidades.

Mi cuñado nos prestó material de camping: colchones inflables, bolsas de dormir, sillas plegables, una pequeña mesa, cocineta a gas, vajilla y trastos de cocina, linternas, botiquín y no se cuantos cacharros adicionales. Mis suegros nos prestaron sus bicicletas, que atamos a la parte posterior de la “estafette” y emprendimos así la vuelta a Francia.

Visitamos la ciudad de Le Mans, conocida por las carreras de autos y luego Orleáns,   célebre por su famosa catedral de estilo gótico, catalogada como una de las más bellas de Francia.

Luego, en varios días recorrimos el Loira visitando sus célebres castillos que en su mayoría tienen sus orígenes en la Edad Media, muchos conservan vestigios arquitectónicas importantes de esa época. Sin embargo buena parte fueron edificados en la época del renacimiento (siglos XV y XVI) y algunos, los más antiguos, fueron reconstruidos y adaptados en ese periodo. En total son cuarenta y dos y se ubican en las riberas del río Loira o en algunos de sus afluentes.

Nosotros hicimos un itinerario lógico descendiendo el Loira de noreste a suroeste y visitando sólo los más importantes: “Chambord” (el más grande todos, de estilo renacentista, célebre por sus ocho inmensas torres, sus  440 habitaciones, 365 chimeneas y 84 escaleras), “Blois” (conocido por su escalera desarrollada en una torre octogonal calada), “Cheverny” (todavía residencia familiar, muy famoso por la enorme jauría de perros de caza), “Chaumont” (actualmente un museo, conocido por los establos con paredes alfombradas y el lujo de su cuarto de arneses y sillas), “Chenonceaux” (conocido por los jardines de Diana de Poitiers y de Catalina de Médicis; así como por la fabulosa galería construida sobre seis bases y arcadas, a manera de puente sobre el río Cher), “Amboise” (famoso por albergar la tumba de  Leonardo da Vinci), “Azay-le-Rideau” (construido sobre una pequeña isla del río Indre, sus cimientos y muros parecen elevarse directamente del agua), “Chinon” (castillo fortaleza, conocido por el encuentro de Juana de Arco con Carlos VII), “Ussé” (propiedad privada pero exhibe un interesante museo y cuidados jardines de estilo francés), ”Saumur” (que alberga el museo del caballo) y “Angers” (construido sobre una vieja fortaleza de piedra y alberga la colección más grande de tapicerías medievales en el mundo).

Para realizar estas visitas, hicimos una detallada programación; previendo desplazamientos no muy largos para que la jornada diaria no resultara demasiado agotadora; visita de máximo dos castillos por día, uno en la mañana y otro en la tarde y recorrido, al medio día, por alguna de la atractivas ciudades cercanas para poder almorzar y descansar. En la tarde buscábamos un camping para instalarnos con nuestra “Estafette” para pasar la noche.

La mayoría de los sitios de camping de esa región de Francia brindaban una serie de facilidades: se pagaba por un sitio numerado en el que se disponía de acometida eléctrica y de agua para cada vehículo -o carpa-; con posibilidad de usar instalaciones sanitarias perfectas, con lavabos, escusados y duchas provistas con agua caliente.

En muchos de estos sitios se disponía de pequeños micro-mercados donde se conseguía frutas, verduras, embutidos, vinos, agua, refrescos, golosinas y artículos de  aseo de primera necesidad.

Muchos estaban equipados también con lavadoras y secadoras para la ropa, así que quienes se lanzan a una aventura turística de varias semanas en carpa o en casa rodante, tienen todas las facilidades para disfrutar de esa opción, con todo confort y sin pasar ningún tipo de penurias.

Nosotros comprábamos el pan y sus acompañantes para el desayuno y la cena, en alguna tienda cercana y disfrutábamos de esas comidas confortablemente sentados junto a nuestra “estafetta”; a pesar de que estaba comenzando el otoño, el clima era todavía muy agradable, comíamos al aire libre, escuchando música en una pequeña grabadora que nos prestó también Michele.

En ocasiones salíamos también a visitar el centro histórico de la ciudad o pueblito más cercano y a disfrutar de una comida en algún restaurante. Allí siempre había ofertas  y opciones para todos los gustos y para todos los bolsillos. Esos desplazamientos lo hacíamos en bicicleta, pues el vehículo quedaba “anclado” en el sitio asignado y con toda la logística armada esperando nuestro regreso.

Cuando iniciamos nuestro recorrido y salimos con todo el equipo en la “estafette”, nadie, ni suegros, ni cuñados, ni la joven pareja en luna de miel, se preocupó de un pequeño detalle: yo nunca había montado en bicicleta. Eso en Francia es casi imposible pues el ciclismo es el deporte nacional, mucha gente se desplaza en bicicleta, la gente en pueblos y ciudades -sin importar la edad- va a trabajar, a clases o a hacer compras en bicicleta, es frecuente ver a viejitos, hombre y mujeres que circulan en ese medio de transporte, con sus “baguettes” bajo el brazo, en fin… era inconcebible que alguien no hubiese jamás usado ese aparato…

Pero todo en la vida tiene solución. Para aprender a nadar hay que lanzarse al agua y para aprender a montar en bicicleta, hay que subirse en ella.

Al principio tuve cierta dificultad pues la bicicleta de mi suegro era una “bicicleta de carreras”, con el tubo central excesivamente elevado, pues él era bastante más alto que yo. Aún bajado el sillín al límite inferior, cuando debía poner el pie en tierra, quedaba con la entrepierna en equilibrio sobre el tubo y no alcanzaba el suelo con ninguno de los pies.

Pero, para eso también, hubo solución: adosarme a la vereda para que el pie tuviese apoyo o saltar del aparato como si se tratase de un caballo; total, en equitación si tenía experiencia y a esa edad, agilidad no me faltaba.

Ya convertido en experto en estas mañas para subir y bajar del “caballito de metal”, las visitas a los pueblos y los recorridos por hermosos senderos y caminitos rurales de la campiña francesa, dejaron de ser un problema y las bicicletas contribuyeron a que podamos disfrutar aun más de ese maravilloso viaje.


viernes, 15 de abril de 2011

España 4: Fallas Valencianas

En mayo de 1999 estuve en una reunión en casa de mi amigo Patricio Valencia que celebraba medio siglo de vida. Con esa oportunidad su esposa Juanita me pidió que dijera unas pocas palabras para recordar la vida y milagros del homenajeado.

Encontré unos borradores de las notas que hice para decir algo medio coherente en esa ocasión y voy ahora a tratar de ponerlas en blanco y negro para compartirlas, en medio de estos relatos y anécdotas de viajes y de encuentros.

En esa ocasión comencé a usar mis apuntes luego de leer en voz alta el encabezado: que decía precisamente: “Fallas valencianas” y, luego la aclaración hecha a los presentes: de que nunca había estado en Valencia… y que por tanto no había tenido la posibilidad de asistir a las famosas Fallas Valencianas. Conté que en cambio, había estado en varias “farras valencianas” en casa de estos amigos…

Luego desempolvé recuerdos de varios episodios que compartí con ese ciudadano de tan respetable edad… He tratado ahora de hilvanar en estas líneas, ese conjunto de vivencias.

Comencé afirmando categórico que: –“aproximadamente hace dieciocho mil doscientos cincuenta días…” añadiendo: –“los interesados en disponer de mayor precisión tendrían que conocer el número de años bisiestos transcurridos entre 1949 y 1999 y sumar igual número de días a la cifra antes mencionada… pero, dije: -“como éste es el reino del “más o menos”, hace… “poco más o menos dieciocho mil doscientos cincuenta días, vio la luz del sol en estas tierras sanfranciscanas un niño blanco, rubio, delgado, ¡muy delgado!, desnudo, con un enorme… nombre: si mal no recuerdo, Hugo René Patricio Valencia Debenais (se pronuncia Debené). Hijo de Pepé Hugo y Memé Ginnette”.

Patricio, Pat (para la familia), flaco (para algunos), Debené (para otros) se educó parcialmente en la Escuela Espejo (no sé si antes o después de una cierta permanencia en México)… allí (en la Escuela Espejo, no en México; o tal vez también en México) le decían, Valencia…

De esa época data mi primer recuerdo de este personaje -medio centenario- que allí nos tenía congregados. Debe haber sido por el año 58 que presencié un episodio en el que algún muchachito malcriado le llamó por su apellido con una cierta entonación de canción de Agustín Lara…y recibió una respuesta airada con la voz de trueno que Patricio utiliza para cantar las zambas argentinas que aprendió a entonar en años posteriores.

El segundo recuerdo de esos años escolares tiene que ver con el cumpleañero en brazos de un profesor que le llevaba a la enfermería, supongo que se cayó o tal vez, jugando fútbol, pudo haber recibido un certero puntapié en la canilla (que en el caso de Pat debe ser sumamente doloroso porque el pellejo debe machucarse contra el hueso). Fue la última vez que le vi en la escuela. Esa desaparición, supongo, tuvo que ver con el mencionado viaje a México y por el hecho de que, según me enteré años más tarde, hizo la secundaria en el Colegio Americano y no en el Benalcázar como todos los demás que egresábamos de la Espejo.

Lo volví a topar muchos años después. Posiblemente en 1973. Cursábamos ambos la Universidad...

Un día apareció en mi casa... llegó en compañía de mi hermano Jaime quién, a su vez, lo conoció por un amigo común, quién era compañero de trabajo de Pat en el Municipio. Llegó a mi casa, ya no recuerdo bien, por un asunto de unos planos que le pedían en la Facultad... en fin, poco importa...

Charlamos de mil cosas diferentes... era un apasionado de los libros de “Lobsang Rampa” y de los policiales... “Arthur Conan Doyle”, “Georges Simenon”, “Agatha Christie...” y de Tin-Tin que, como nos aclaró oportunamente haciendo valer sus raíces galas, se pronunciaba Tan-Tan... Tenía una magnífica colección de pipas y de anécdotas, conocía de todo y había hecho de todo… (Yo fumo pipa ahora… la primera que tuve, que conservo hasta hoy, me la regaló él).

En muchas ocasiones nos topamos en unas interminables y eruditas discusiones existencial-político-sentimentales, en casa de amigos, en el bar Silvia, en el café Royal o en el Imperio... consumimos varios hectolitros de un espantoso brebaje que manos oficiosas fabricaban artesanalmente, mezclando en una tinaja plástica: gaseosa de limón, azúcar, limones (que nadie se daba el trabajo de exprimir sino apenas de cortarlos en gruesos trozos) y Lima Dry (Lima Dri como le llamaba un buen amigo nuestro)... Cuando dejamos de consumir este aguardiente no muy bien destilado y, supongo, poco adecuado para la salud, la fábrica debió estar a punto de quebrar... éramos, estoy casi seguro, sus principales y más asiduos clientes....

Muchas de esas veladas interminablementedialogadas comenzaban o terminaban por música... Patricio era un conocedor erudito de las canciones de los Chachaleros y los Fronterizos, de Atahualpa Yupanqui y de Eduardo Falú... Y las cantaba bien... Hasta hoy resuenan en mis oídos, el eco que producían en las innumerables botellas vacías de Lima Dri... sus acordes, su rasgado enérgico, su voz de tenor y su clásico “adeeeennnnnnntro” al entonar la “López Pereira”, “Angélica”, “Paisajes de Catamarca”, “Engañera”, o “El arriero va...”.

Por esos años llegamos a ser compañeros en la Facultad de Arquitectura de Marquito y Raúl Vásquez... junto a ellos, iniciamos otra etapa deportiva y de bohemia... Jugábamos básquet.. (Marco era un formidable canastero... llegó a jugar en Liga... ), cantábamos y farreábamos... Raúl cantaba y tocaba muy bien la guitarra, Marco le acompañaba...y Patricio integró muy bien su voz a ese dueto llegado de la frontera.... (Sólo que no se hacían llamar “los fronterizos”…).  Yo integré el bulto a esas noches de bohemia pues, no tocaba ningún instrumento y mi voz no es como para sacarla de paseo... A las zambas, se añadieron una serie de pasillos y desconsolados boleros... “Julio Jaramillo”, “Alci Acosta”, “Alberto Ledesma”, “Leo Marini...” Pasábamos muy bien. Dábamos interminable serenos y arreglábamos el mundo en también interminables conversaciones noctámbulas. El consumo de Lima Dri permitió que las guitarras lucieran frondosas cabelleras verdes elaboradas con unos cordelitos de ese color que las botellas traían amarrado a su gollete... sin embargo eran años petroleros y poco a poco el ron y aún el whisky fueron substituyendo al aguardiente... Creo que eso permitió que continuemos todavía de pié.

Marco y Raúl vivían cerca de la Universidad, poco a poco nos fuimos instalando en su casa.... Recuerdo que nos reuníamos allí para realizar los trabajos de todo tipo que en las diferentes materias, unas aburridas y otras no tanto, nos mandaban en la Facultad... y en una suerte de reminiscencia de la infancia-no-superada, veíamos Bugs Bunny en las horas huecas…

Estabamos en tercer curso… Por esa época decidimos un día emprender una aventura por demás osada... creamos una empresa de diseño y construcción... Raúl tenía alguna experiencia porque dibujaba los proyectos de un primo y Patricio había ya construido el edificio de sus papás... Marco y yo no habíamos construido nada todavía pero teníamos buena voluntad... Nos instalamos en la oficina del papá de Patricio en la Av. Colombia...  Supongo que para los clientes del Dr. Valencia debe haber sido toda una incógnita el hallar en ese despacho jurídico, mesas de dibujo, escuadras y reglas paralelas...; casi tanto como para “nuestros clientes” el encontrar una “oficina de arquitectura” plagada de libros de derecho laboral y con un único título en la pared, el de un abogado...

Fueron años muy interesantes.. Construimos varias casas y realizamos proyectos de todo tipo... aprendimos mucho... fueron años alegres y también duros... Creo ahora, al hacer un balance, que nos dieron experiencia y nos permitieron compartir y soñar...

Entre tanto seguíamos estudiando... continuábamos haciendo las tareas en casa de los Vásquez... Molestábamos a Jorge “el abogado” que trataba de dormir para no atrasarse al día siguiente a su clase de derecho tributario… y nosotros no parábamos de hacer bulla con la topografía, la acústica, el urbanismo, los temibles proyectos... y la música con tantos entrañables amigos: el Negrito Romeo, Luchito Tamayo, Zabalita.

En esa época el resto de la familia de Marco y Raúl terminó de mudarse a Quito... llegaron el Ingeniero, su esposa doña Glorita, Albertito que en ese entonces era apenas un muchachito de escuela y Juanita...  ¡Ah Juanita!, ella acababa de graduarse en el colegio Tulcán y comenzó a estudiar “Diseño de Interiores” en un Instituto que se llamaba Tulpa o algo así... Patricio se mostró de inmediato muy agencioso por ayudar en las tares a la recién llegada... Se hacía el comedido... que por enseñarle “dibujo técnico”, que “perspectiva y sombras”, que el uso del “rapidógrafo”, que las “acuarelas”, que... los serenos, que “Zamba de mi Esperanza”…, que “quién sabe qué, más...”

Asistimos a su boda con un chuchaqui tremendo por las innumerables despedidas previas, y luego vimos aumentar la familia: Alex, Andrés, Margarita…  (quienes ahora también tienen familia)

Terminé recordando que todos finalmente, también nos fuimos casando, hemos tenido hijos… Muchos de esos jóvenes tenían ya -o se acercaban- a la edad que tuvimos en esos años bohemios, era increíble pero habían pasado ya 25 años desde esa época.

Ahora, casi cuarenta años después, la vida nos ha llevado por caminos diferentes, pero siempre hay confluencias… Nos encontramos -de tarde en tarde- con el mismo afecto, con la misma confianza, con la misma cordialidad… sin ningún tipo de “fallas”.

Concluí mis palabras abrazando al cumpleañero y claro, invité a los presentes a hacer lo propio y a disfrutar de la tremenda “farra valenciana” que nos ofrecían nuestros anfitriones esa noche.

jueves, 14 de abril de 2011

Austria 1: Orejas de elefante y chinos en Viena


En abril de 1997 estuve en Viena en un seminario organizado por el Secretariado Internacional del Agua conjuntamente con Voluntarios de Naciones Unidas. El SIA coordinaba el Grupo de trabajo “Gestión Comunitaria del Agua y Relaciones con la Sociedad Civil” y ese seminario fue una actividad preparatoria del 4to. Foro Global del Agua que estaba organizando el Consejo de Concertación sobre Agua Potable y Saneamiento (WSSCC) ese mismo año en Manila, Filipinas.

Raymond Jost organizó dos días antes del seminario una sesión formal del Consejo de Administración del SIA. En esa reunión, a más de Raymond estuvieron presentes: Ibrahima Cheikh Diong, de Senegal; Hilda L. Kiwasila, de Tanzania; Lilia Ramos de Filipinas,  Bunker Roy de la India, S.M.A. Rashid de Bangladesh, Denise Beaulieu de Canadá, yo que venía del Ecuador y algunos otros colegas que no recuerdo. 

Raymond había invitado también a nuestro común amigo Carlos Guerrero, para ver la posibilidad de que nos ayude a formular algunos proyectos con miras a lograr apoyo financiero para las actividades del SIA y del Grupo de Trabajo.


Estábamos alojados en un pequeño hotel en las afueras de Viena, así que una vez concluida nuestra reunión y antes de que se inicie el seminario, decidimos ir una tarde a Viena para poder conocer algo de su centro histórico.

Tomamos pues un tren en la estación del pueblito más cercano y nos trasladamos a  la ciudad.

Viena está situada a orillas del Danubio, en las estribaciones de los Alpes y es una de las capitales europeas con mayor historia y personalidad; su centro Histórico fue declarado “Patrimonio de la Humanidad” por la UNESCO en razón de su unidad y la calidad de su patrimonio edificado.

El centro de Viena  acumula una rica herencia escultórica, arquitectónica y urbana desde la edad media, el período barroco y la época conocida como Gründerzeit (que corresponde al apogeo de la economía liberal-burguesa del siglo XIX), épocas claves que marcaron el desarrollo de la urbe y que estuvieron marcados a su vez por el desarrollo económico, político y cultural de la sociedad local.

Estuvimos fascinados por poder conocer algo de la herencia arquitectónica de la ciudad como la Academia de Bellas Artes, el Teatro Imperial, la Iglesia de San Carlos Borromeo, obra maestra de la arquitectura barroca, la Ópera, la Catedral de San Esteban, los famosos cafés vieneses y todas las pequeñas calles adoquinadas y bien mantenidas de ese formidable centro histórico.

Actualmente Viena posee un sitial privilegiado en la lista de ciudades del mundo con la mejor “calidad de vida”; básicamente, debido a su orden, limpieza, seguridad, a la alta eficiencia de los servicios públicos, a la calidad de sus áreas verdes y espacios públicos y a la variedad de opciones educativas, culturales y de entretenimiento. Desde el siglo XVI Viena ha sido mundialmente calificada como la “capital musical de Europa”.

Tuvimos la oportunidad de darnos una vuelta por el conjunto “Hundertwasserhaus” que muestra la original arquitectura vanguardista del controversial arquitecto austríaco Friedensreich Hundertwasser caracterizado por el uso de mosaicos y cerámica de colores en pisos y fachadas, ruptura de la ortogonalidad y de las esquinas, e incorporación de vegetación a plazas, balcones y cubiertas...
Ya en la tarde nos recogimos en las pequeñas calles llenas de las tabernas típicas vienesas en las inmediaciones de la plaza de San Esteban. 

Allí tomamos unas deliciosas cervezas y pedimos unos platos por demás sugestivos: grandes pedazos de carne apanada -de tamaño colosal- conocidos como “orejas de elefante”. Este plato es hecho con lomo de ternera machacado y aplanado hasta dejarlo totalmente plano, luego es pasado en harina, huevo batido con sal y especies y finalmente por ralladura de pan tostado. El tamaño de estas carnes es gigantesco, de casi cuarenta centímetros de diámetro. Se las fríe en mantequilla y luego, antes de servirlas, se las recalienta en el suelo de un horno de leña, donde toman el color de la ceniza y adquieren un tono gris azulado. De su tamaño y de este color proviene el nombre de “orejas de elefante”.   

Se sirve con papas fritas, ensalada y una salsa de rábano picante, típica de la comida de Europa del este, que se la prepara con crema de leche, mostaza fuerte tipo “Dijon”, sal, especies, jugo de limón y rábano picante finamente rallado. Es parecido al “wasabi” japonés, pues no pica en la boca o en la garganta, como el ají o el chile mexicano, sino en el fondo de la nariz. La sensación es escalofriante al principio pero va muy bien con las “orejas” y las papas fritas.

Luego de tan opípara comida, ya en la noche,  nos dirigimos a la estación donde debíamos tomar el tren para el pueblito donde estaba nuestro hotel... Para nuestra sorpresa, ya no había atención del personal en las ventanillas de venta de tickets. A esa hora operaban sólo las máquinas expendedoras automáticas.

Tratamos de entender su funcionamiento pero todas las instrucciones y los nombres de botones y ventanitas, estaban marcadas sólo en alemán.

Tratamos de entender o descifrar aquellas indicaciones paro todo esfuerzo fue vano. Ni siquiera adivinando logramos que nos cobrase y menos aun que arrojara los tan ansiados tickets.

Entre todos los presentes creo que hablábamos más de una docena de idiomas: inglés, francés, español, catalán, italiano, portugués, bengalí, hindi, kikuyo, tagalo, suajili, wolof y hasta chino… pero nadie hablaba o entendía alemán.

Estábamos comenzando a desesperarnos pues sabíamos que a las diez de la noche pasaba el último tren para nuestro destino y no habíamos logrado desentrañar los misterios del idioma y tampoco la lógica de esa bendita máquina.

En eso estábamos... cuando se presentó en la estación una pareja de chinos -marido y mujer supongo- viejos, menuditos y apergaminados. Sacaron unas monedas, las colocaron en una determinada ranura de la máquina, oprimieron dos o tres botones y el armatoste aquel, escupió con un zumbido dos tickets de tren.

Nuestro amigo senegalés Ibrahima Cheikh Diong que había estudiado en China y hablaba, escribía y leía fluidamente el chino-mandarín, se abalanzó hacia la pareja... hizo, como se acostumbra en esos países, una serie de atentas reverencias y comenzó a preguntarles -en chino, claro- el procedimiento para hacer operar la famosa máquina expendedora de tiquetes.

Al principio los chinos se asustaron y se alejaron con cautela… ante la insistencia de nuestro amigo, se estableció una discusión casi a gritos… nosotros por supuesto no entendíamos nada y estábamos cada vez más preocupados pues veíamos que la hora del último tren se acercaba y no lográbamos ningún avance en ese dialogo estridente e interminable con los chinos.

Luego vimos que la pareja se enervaba e Ibrahima, aún más… por fin, con alivio vimos que el viejo acompañaba al gigante hacia la máquina y le mostraba sus secretos. Iibrahima pidió las monedas de todo el mundo, cuando el tren llegaba ya a la estación y, una a uno, fue sacando los tickets para todos. Logramos, apenas a tiempo, sacar el último y subir apresuradamente al tren.

Ya tranquilos cuando comenzamos a movernos, le preguntamos qué había acontecido y el por qué de su discusión.

La explicación que nos dio a regañadientes no dejó de causarnos gran hilaridad -a él, no tanto, pues seguía furioso-.

Cuado él pidió que le explicaran el funcionamiento del aparato, al principio parecían no entenderle… ante su insistencia, le respondieron que si le comprendían; pero cuándo volvió a pedirles que le expliquen ellos se negaron a hacerlo, en tanto él no les contase primero, cómo era que sabia hablar su idioma…. para ellos, era imposible que un negro hablase chino…  y menos aun un negro en Austria…Por eso las furias de nuestro amigo y la agria discusión.

Los viejitos sólo accedieron a mostrarle los misterios de la tecnología y los secretos de la lengua alemana, cuando él les relató que había vivido en Beijing casi diez años…que se graduó en ingeniería y que luego hizo un doctorado gracias a una beca que el gobierno chino ofrecía a jóvenes estudiantes africanos.

Para nosotros esa beca fue una bendición, pues gracias a ella pudimos tomar el tren y llegar al abrigo de nuestro hotelito en las afuera de Viena.

Para Ibrahima, lo fue más; pues un ingeniero con doctorado, que hablaba inglés, francés, mandarín y cinco lenguas africanas, no podía pasar desapercibido y muy poco tiempo después fue contratado por Naciones Unidas o por el Banco Mundial -no se por cuál de los dos-, pero ahora vive en Nueva York y se ocupa de complicados proyectos de desarrollo en Asia y África.